Teen Wolves [En Edición]

Stitches

Todo era absolutamente perfecto en la vida de Jezziel. La vida como estudiante era tranquila, al igual que la vida como hijo. La vida como novio era un poco frustrante. Sobre todo teniendo a Ian Summers como novio. El rubio más grande no le permitía avanzar ni un poquito en cuanto a la intimidad. Se limitaba a los simples besos, que aún siendo realmente increíbles, no le dejaban satisfecho.

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—Espera, Jezziel, no... —Ian no pudo evitar soltar un gemido al sentir al menor acomodarse en su regazo, inclinándose para dejar unos besos húmedos en su garganta, lamiendo la manzana de Adán con lentitud —. Jezz...

Ian volvió a gemir, cerrando los ojos en el proceso, rindiéndose a las caricias de su novio. Abrió los labios cuando Jezziel le besó con fuerza, colando su lengua en su boca. Ian separó sus labios sólo para brindarle la misma atención que le dio el menor al principio.

Se mordió el labio inferior al notar lo bien que le sentaba a Jezziel su camisa. Quitó los tres primeros botones, siendo eso suficiente para exponer todo el pecho del rubio más pequeño. Besó la clavícula, luego succionó con fuerza, pero sin dejar marca. Mordisqueó el hombro, y cuando retiró la camisa del hombro, justo debajo del bícep, Ian se congeló.

S. R.

Con un nudo en la garganta, que intentó tragar sin éxito, Ian removió a Jezziel de su regazo con cuidado, sentándolo a su lado en la cama. El menor mostró su confusión.

—Hey, ¿qué pasa?

—Lo siento, Jezziel, no puedo ir más lejos —el menor abrió la boca en sorpresa.

—¿Qué? ¿Por qué?

Ian no pudo evitar fijar su mirada en el brazo de Jezziel. El rubio miró su brazo, encontrándose con lo que había roto su momento con su novio. El tatuaje, la única evidencia del infierno que había vivido, posaba elegantemente en su piel, como si lo hubiera escogido por esa misma elegancia. La cursiva de Rudolf parecía tan inofensiva sobre él, que era doloroso mirarla.

—¿Es por esto? —Jezziel señaló el tatuaje, y escuchó a su novio tragar con fuerza. Era por eso —. ¿Por qué? Son sólo letras, Ian.

El mayor se pasó las manos y los dedos por el cabello, para después soltar un suspiro.

—No son sólo letras, ángel. Son un recordatorio —el mayor se acomodó en la cama para poder mirar a Jezziel a los ojos —. Son el recordatorio de mi fracaso, son el recordatorio de que pude haberte evitado tanto dolor, son el recordatorio de que no llegué lo suficientemente a tiempo a ti.

Jezziel apretó los labios, porque él había repetido incontables veces que la situación había quedado en el pasado, que realmente no le importaba, porque era feliz y porque estaba vivo. Pero al parecer Ian no le había escuchado.

—¿Por qué no entiendes que yo estoy bien? Joder, Ian, ¿cuántas veces más tengo que decirlo para que lo entiendas?

—¡No es eso! Es el hecho de que lo deje acercarse a ti y no pude protegerte. Bajé la guardia. Entonces veo sus iniciales en ti y no puedo evitar pensar que están ahí por mi culpa.

—No —pronunció Jezziel con firmeza, porque él conocía ese tono. Era el mismo tono que usaba su abuelo Derek a la hora de hablar del incendio —. No es tu culpa, ¿vale?

—Lo es, pero justo ahora no tengo ánimos para discutirlo —Jezziel apretó la mandíbula, porque él conocía la obstinación de Ian mejor que nadie.

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El mayor reflexionó sobre sus propias palabras cuando por fin las dijo en voz alta frente a Jezziel. Si él tan sólo no hubiera bajado la guardia, Jezziel no habría pasado por todo aquello. Era su culpa. ¿Cómo podía estar con alguien tan puro como su ángel? ¿Cómo podía siquiera besarlo sin sentir la culpa en la garganta. No podía, no debía, estar con él. No cuando el causante del dolor de Jezziel siempre resultaba ser él.