Masacre de Guardería

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Esto será barrido bajo la alfombra por la cobertura del Huracán Matthew. Incluso si no es así, sea lo que sea que será mencionado en las noticias habrá sido saneado para el consumo público. No se supone que las personas se enteren de este tipo de cosas, especialmente cuando tomas en cuenta lo asustadas que están ya.

Hay una guardería en Charleston, Carolina del Sur. Está en un vecindario terrible. Hoy me encontraba patrullando el área antes del amanecer, cuando la dueña salió corriendo hacia la calle y me hizo señas. Estaba cubierta en sangre. Me bajé del auto y pedí refuerzos. Los oficiales Firtzgerald y Ndoma estaban a una cuadra de distancia y llegaron ahí un minuto más tarde. Ndoma se quedó con la dueña inconsolable y temblorosa, mientras que Fitz y yo desenfundamos nuestras armas y entramos al edificio.

Había seis niños dentro. Desnudos. Muertos.

Llamé a los paramédicos y a un supervisor. En medio del caos de las preparaciones para el huracán, Fitz y yo ya habíamos revisado el pequeño edificio para cuando llegaron. Si la dueña de la guardería no había matado a los niños, quienquiera que lo hizo se había ido.

Los medios de comunicación, que habrían estado encima de todo esto, ni siquiera se habían percatado de nuestras conversaciones por radio. Estaban demasiado ocupados informando sobre la tormenta. Para ser sincera, no pude estar más aliviada. La ciudad aún no necesitaba saber acerca de esto.

La dueña de la guardería no ha emitido palabra. La tenemos en custodia y es obvio que necesita una evaluación psiquiátrica, pero eso está fuera de la discusión al menos hasta mañana. Sacamos los registros de los niños de la guardería y estamos empezando a notificar a los padres. Los últimos dos de los seis cuerpos están siendo examinados. El hospital ha sido preparado para un influjo de heridas relacionadas con la tormenta, así que los fallecidos son llevados directamente al médico forense. Las examinaciones son someras y extraoficiales. Conozco al encargado de ahí. Mi padre fue su padrino de bodas. Siempre que quiero saber algo acerca de un caso que está por encima de mi rango, él usualmente me pone al tanto. Hoy no fue diferente. Sé lo que vi, pero había varias preguntas sin respuesta.

Cuando Fitz y yo entramos al edificio y vimos a las víctimas, supimos la causa de muerte de inmediato. Las heridas eran enormes y evidentes. De hecho, no creo haber parpadeado hoy sin haberlas visto en esa fracción de segundo de oscuridad. Para mí, era claro que la dueña no pudo haberlo hecho. Mide metro y medio, y si les dijera que pesa noventa libras, me sorprendería. Además, su boca era pequeña. Sí, eso es relevante.

Este es el asunto: a simple vista, asumí que los niños tuvieron que haber sido asesinados por alguna clase de animal. Las mordidas, que provocaron la pérdida masiva de sangre, debieron de provenir de algo grande y con mandíbula poderosa. Pero, después de que revisamos el edificio, y mientras Fitz estaba afuera con Ndoma tratando de hacer que la dueña nos dijera lo que pasó, le di un vistazo más minucioso a las heridas. Eran demasiado uniformes. Demasiado precisas.

A lo que me refiero con eso es que todos los niños habían sido mordidos en el mismo lugar, entre sus piernas; todo el recorrido desde el ombligo hasta su espalda baja se había ido. Había manchas en sus muslos. Algo blanco. Era más obvio en las víctimas de piel oscura, aunque estaban presentes en cada uno de ellos. Estuve a punto de examinar las fibras que vi sobresaliendo de las heridas, pero fui interrumpida por los paramédicos y la sucursal del médico forense. Necesitaban hacer sus cosas, así que los dejé con eso.

He pasado toda la mañana en mi escritorio llenando reportes y escribiendo este recuento para ayudarme a aclarar mi mente. Hace cerca de una hora, llamé a mi contacto en la oficina del médico forense. Me dijo, como mencioné anteriormente, que habían revisado a cuatro de los seis. Ciertamente, fueron las mordidas lo que los había matado. Se desangraron en cuestión de segundos.

Le pregunté qué pensaba que pudo haberlo hecho, e hizo una pausa. Para mí, eso significó que aún no lo sabía con certeza. Después de unos segundos de silencio, le pregunté acerca de las fibras que había visto.

—Cabellos rojos —me dijo—. Cabellos rojos ásperos. Josh pensó que pudieron haber sido de un chimpancé, dado que se conoce que atacan el área genital, pero usualmente hacen daño en otros lugares también.

—¿Qué hay de la cosa blanca?

—Aún no estamos seguros. El laboratorio tendrá que hacer un análisis después de la tormenta, pero, según lo que todos aquí han podido determinar, es un tipo de maquillaje.

Le agradecí y estaba a punto de colgar, pero me dijo que me esperara.

—Hay una cosa más. Algo que descubrimos metido en lo que queda de la vejiga del niño caucásico.

Me estremecí, pero le dije que continuara.

—Bueno, cuando lo sacamos, solo era algún tipo de masa amorfa. Pero cuando Josh la lavó…

Mi amigo divagó y lo escuché suspirando profundamente en el receptor del teléfono. Le di un segundo, pero le insistí que continuara. Él suspiró de nuevo.

—Maxine, era una de esas narices rojas de goma. Las mismas que usan los payasos.

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