Mis papás me dejaron justo afuera de la entrada principal del campus.
—¿Nos llamas y nos dices cómo te fue en tus exámenes parciales? —preguntó mi papá.
Sonreí y le contesté que lo haría. Les di a ambos un abrazo y me pasé hacia la acera, despidiéndome de ellos en tanto se mezclaban con el tráfico.
Ese fue un fin de semana excelente, pero era tiempo de volver a mi rutina universitaria usual.
Mientras me agachaba para alcanzar mis maletas, la vi. Una billetera atascada entre las rejas de la alcantarilla junto a mis pies.
La recuperé con cuidado. Era negra con un zíper plateado a lo largo de su abertura. Una etiqueta difuminada de Hello Kitty decoraba la esquina inferior derecha, sugiriendo que la billetera probablemente pertenecía a una chica. La abrí y mis ojos se dilataron.
Billetes de cien dólares. Debía de haber docenas de ellos. Me hice consciente de mis alrededores, cerciorándome de que nadie me hubiera visto. Me dirigí con prontitud hacia la seguridad y privacidad de mi dormitorio.
Cuatro mil dólares. Ninguna identificación. Había, sin embargo, una fotografía de una joven del tamaño de una foto de graduación. Tenía un cabello entre castaño y rubio a la altura de sus hombros y una gran sonrisa de porrista. Era linda, y lo siguiente que supe fue que me había olvidado del dinero, distrayéndome con la fotografía. Fui noqueado de mi ensueño cuando escuché pisadas afuera. Mis compañeros de cuarto llegarían en cualquier momento, y no quería que me cacharan con todo ese efectivo, así que lo puse de vuelta en la billetera y me quedé con la foto.
Hice una pequeña investigación sobre la chica de la foto. Me tomó algo de tiempo, pero al fin pude descubrir que su nombre era Rebecca. Las personas la llamaban Becky.
Habiendo conseguido su nombre, fue solo cuestión de tiempo para encontrarla. Era una estudiante de primer año que trabajaba medio tiempo en un complejo deportivo.
El local estaba en proceso de ser renovado a una escala masiva. Cuando me acerqué, pude jurar que parecía como si hubiese sido golpeado por una bomba.
Una vez adentro, no me tomó mucho ubicarla. Estaba sentada en la cabina de la entrada. No se veía para nada como la chica de la foto. Mientras que la chica de la foto era de ojos centelleantes y alegres, esta chica se veía sombría y cansada.
—¿Becky? —pregunté.
Ella me miró. Esperaba, en cierta forma, poder verla sonreír, pero no lo hizo. De hecho, por la manera en la que me vio, me hizo sentir como que si la estuviera molestando.
—¿Sí? —me contestó.
—Yo, eh… Tengo algo para ti.
Saqué mi calibre .22 de mi mochila. Becky no tuvo mucho tiempo para reaccionar cuando le descargué dos municiones en la cabeza.
Abandoné la entrada rápidamente. En mi camino de vuelta al dormitorio, envié un mensaje de texto desde mi teléfono prepago.
«El trabajo está hecho. Espero la segunda mitad del pago».
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