Nunca la vi desnuda

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«No me desnudo frente a los demás», me había dicho Sadie. «Nunca».

Era un tanto extraño decir algo como eso en una primera cita. Claro, habíamos estado discutiendo nuestros trabajos, familias y las películas que nos gustaban, pero esto pareció haber salido de la nada. Pensé que estaba bromeando.

«¿Quieres decir que le tienes fobia a desnudarte?», pregunté con una sonrisa.

«No», dijo, riéndose por lo bajo. «Pero quería decírtelo desde un comienzo en caso de que sea un problema para ti».

Me encogí de hombros. Muy pocas cosas te harán no querer volver a salir con alguien que acabas de conocer, especialmente si es una persona atractiva. Además, fuesen cuales fuesen sus peculiaridades, Sadie era inteligente, sexy y dulce. Ya sabía que la quería volver a ver.

Así que lo hice. Muchas veces. Fuimos a citas, nos mudamos juntos y nos casamos eventualmente. Una relación perfectamente normal, con la excepción de que Sadie en verdad no estaba bromeando sobre su peculiaridad. Durante todo ese tiempo, nunca la vi desnuda por completo ni una sola vez. Ella parecía estar a gusto con la desnudez mientras se vestía o se bañaba, pero solo detrás de puertas cerradas.

Se rehusaba a explicarlo, así que sus motivos me confundían. Casi todos habrían estado de acuerdo en que era hermosa, y ella aseguraba no tener ningún tatuaje embarazoso o historias de abuso traumatizantes. Cuando hacíamos el amor, mis manos merodeaban por todos lados debajo de su ropa, pero tampoco pude sentir ninguna cicatriz. Al final, me di por vencido al respecto y solo la acepté como era.

Luego se embarazó.

Si nunca has experimentado el que un amante se vuelva frío hacia ti, no te lo recomiendo. Por nueve largos meses, la dulzura de Sadie desapareció como si hubiese sido un acto. Cuando se le rompió la fuente y llegamos al hospital, incluso me prohibió entrar a la sala de parto.

Supongo que eso fue algo bueno, porque cuando el bebé salió, escuché gritos. No el llanto de un recién nacido, sino chillidos frenéticos de adultos. Para cuando el personal del hospital acudió, el doctor y las enfermeras de Sadie estaban muertos, habiéndose arrancado sus ojos antes de cortarse sus gargantas o embestir sus cráneos contra el piso. Y en el centro de todo eso, estaba Sadie, despreocupada por sus alrededores sangrientos en tanto acunaba a nuestro hijo con una sábana.

Nadie más supo el porqué. Nadie más pudo comprender lo que yo comprendí.

Esas personas habían visto a mi hijo. Mi hijo recién nacido y desnudo.

En los días subsiguientes, me sentí aun más alienado en mi hogar. Sadie se sentaba en su mecedora sosteniendo a nuestro inusualmente callado niño, y ambos me penetraban con la mirada.

Luego, no hace mucho, Sadie murió en un accidente vial ardiente. Fue casi un alivio, lo admito. Pero ser un padre soltero no es fácil. Ahora que estoy solo con mi hijo, sus miradas silenciosas se vuelven más frías cada día.

Mantengo mis ojos cerrados fuertemente siempre que lo baño o lo cambio. Sea lo que sea que es, lo único que puedo asumir es que me haría perder la razón si lo veo.

Pero no saber es casi igual de enloquecedor.

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