Puertas sin retorno

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No es inusual que las grandes edificaciones contengan puertas que, a primera instancia, no parezcan llevar a ninguna parte.

Dada la rara ocasión, puedes toparte en cualquier edificio grande metropolitano con una puerta que se verá completamente fuera de lugar y de tiempo. Puertas de madera añejadas por el pasar de los siglos, talladas con diseños ornamentales sutiles. Son puertas sin retorno.

Luego de que su jornada de trabajo se prolongara, Teresa encontró una de estas puertas enigmáticas y fue sobrecogida por la curiosidad. Se acercó a la puerta ubicada inconsistentemente al final del pasillo que antes solo conducía hacia los sanitarios. No demoró y probó la perilla de cobre, realzando su intriga por la ausencia de un seguro. La abrió con cautela y desveló una pantalla rectangular de negro. A pesar de la iluminación nítida del pasillo, no era capaz de ver más allá del marco de la puerta.

Lo consideró y sacó su celular. Apuntó la linterna de este hacia el nuevo acceso, y pudo sentir el detalle de los músculos de su rostro convergiendo en una expresión de asombro cuando la oscuridad no fue afectada por la luz, ni siquiera tras apuntar la linterna al suelo. Guardó el teléfono y se agachó para palpar la existencia de cerámica dentro de esa bruma negra. En efecto, su mano sintió el suelo del otro lado.

Se puso de pie, sacó el celular y tomó una fotografía de la puerta abierta antes de caminar a través de su marco. Una vez en el interior, la sensación de cómo la luz dejó de ser procesada por sus ojos la hizo parpadear incómodamente. Pero nada cambió. Aunque podía ver el pasillo a su espalda, no distinguía ninguna forma o silueta dentro de ese manto oscuro. Cuestionó si la linterna funcionaba y movió la luz a su mano, viéndola resplandecer sobre el contaste negro.

Apenas logró caminar por unos segundos más antes de reaparecer —de súbito— en el pasillo, encarando la misma puerta. Cerrada, de nuevo.

Se alarmó; disparó su cabeza hacia ambos lados del pasillo mientras retrocedía, aunque no tardó en deshacerse de su estupor y se aventuró a la perilla otra vez. Solo que ahora la puerta estaba asegurada.

La situación llegó a consternarla. Creyó haber alucinado el suceso, pero se refutó a sí misma al ver la fotografía que tomó. Había abierto esa puerta, sin duda, y lo había capturado con su teléfono.

Entonces, su curiosidad se tornó social. Se dirigió a su oficina y le mandó un mensaje de texto a Andrés, su compañero de trabajo y amigo, quien estaba de turno esa misma noche. Segundos antes de doblar por el pasillo, se detuvo cuando escuchó a otra colega salir del baño de damas. Retratando las acciones de Teresa, Daniela observó la puerta —que no estaba ahí antes— con una mirada inquisitiva bordando en el recelo. Teresa la observó echar su mano en la perilla y abrir la puerta con éxito. Desde el otro extremo del pasillo, Teresa contempló la dubitación de Daniela hasta que, un momento después, la chica se inyectó en el vacío compactado detrás de la puerta.

Naturalmente, Teresa se encaminó hacia la puerta mientras esperaba que Andrés recibiera el mensaje. Llegó y cruzó el marco de la puerta con el temor de que se volviera a cerrar, pero Daniela pareció haber sido deglutida por la negrura. Ya lo suponía, ahí dentro no podía ver nada ni a nadie aparte de su persona.

Segundos después, la puerta se cerró, enjaulando a Teresa y expulsando a Daniela al pasillo del otro lado.

El cielo se encendió sobremanera, cegándola por un instante. Fue recuperando su visión poco a poco conforme abría los ojos. El suelo, previamente negro, se iluminaba con un blanco agonizante para la vista. Sin embargo, el salto repentino de ambiente no relevó la extensión del lugar. La blancura se estiraba por detrás y a los lados de Teresa sin flaquear. No había ninguna entrada —o bien, ninguna salida—.

Pero la monotonía nívea estaba ausente frente a ella.

Frente a ella, y con su mirada dilatada a pesar al brillo sofocante, descubrió un agujero enorme chispeado con la sangre fulgurante de sus víctimas; personas que cayeron hacia ese sepulcro de profundidad letal durante su trayecto por la habitación. La superficie blanca al fondo del agujero había sido desgarrada más recientemente por la sangre que salpicó el cuerpo de Daniela, así como su propio cadáver, aún fresco, ubicado a unos metros del de su colega.

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