Comandó la habitación en el sótano tan pronto como se dio cuenta de que tendría que pasar toda la noche preparándose para el examen final de mañana. A su compañera de habitación, Jenna, le gustaba irse a la cama temprano, así que empacó todo lo que pensó que iba a necesitar y se fue al piso de abajo para estudiar… estudiar… y estudiar un poco más.
Eran las dos de la madrugada cuando se dio cuenta de que había olvidado uno de sus libros de texto en su alcoba. Con un suspiro dramático, se levantó y subió las escaleras lentamente hasta el tercer piso.
Las luces estaban atenuadas en el largo corredor, y los tablones viejos rechinaban bajo sus pisadas agotadas. Se acercó a la habitación y giró la perilla tan suavemente como pudo, empujando la puerta solo lo suficiente como para deslizarse por la abertura, de manera que las luces del pasillo no despertaran a Jenna.
Reptó por la pared hasta que llegó a su cama, tanteando encima de las sábanas para encontrar el libro de Historia que había extraviado. Cuando palpó la funda del libro, lo levantó con gentileza y se retiró de la habitación tan silenciosamente como le fue posible.
Aliviada de haber salido, se apresuró de nuevo al piso de abajo. Colapsó sobre su silla atiborrada, en donde estudió hasta las seis de la mañana. Al final, decidió que ya era suficiente. Si subía en ese momento, tendría un par de horas para dormir antes de su examen a las nueve de la mañana.
A medida que abría la puerta de su dormitorio, esperando no despertar a Jenna, notó que los primeros rayos del sol estaban resplandeciendo a través de las ventanas. Su nariz fue recibida por un olor térreo y metálico un segundo antes de que sus ojos registraran la escena.
Jenna estaba despatarrada encima de la cama contra la pared opuesta; su garganta había sido cortada de oreja a oreja y su camisón de noche se había manchado de sangre.
Grito tras grito manó de su boca, pero no podía detenerse más de lo que podía cesar de retorcer sus manos. A lo largo del pasillo, las puertas se abrían de golpe y las pisadas se acercaban corriendo. En cuestión de segundos, otros estudiantes se habían reunido en el marco de su puerta. La chica entrelazó la mirada con uno de sus amigos, y apuntó a la pared con un dedo tembloroso.
En la pared, arriba de la cama y escrito con la sangre de Jenna, estaban las palabras: «¿No te alegra que no hayas encendido la luz?».