Es una locura.

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Dos días después...

— ¡Feliz cumpleaños, corazón!- abracé a mi princesa por su cumpleaños número 19, haciéndole entrega de su regalo.

— Gracias, tía- respondió sonriente- ¿Qué es, qué es?- preguntó ansiosa.

— Pues, ábrelo y lo sabremos- le sonreí- ¡Ah! Por cierto ese regalo no es solo de mi parte, también es de tu madre- le aclaré y la vi fruncir el ceño.

— ¿De mi mamá?- cuestionó desconcertada y asentí.

— Si. Te manda a decir que te ama con su alma, y que la perdones porque por primera vez en toda su vida, no estaba presente en tu cumpleaños- le sonreí mientras acomodaba unos mechones de su cabello tras su oreja.

— Mi mamá es una exagerada, tía- rió-. Piensa que estoy al borde del suicidio solo porque ella no está, y lo que no sabe es que mi mejor regalo de cumpleaños es verla a ella tan feliz- me explicó sonriendo y la observaba con ternura.

Mi princesa ya tenía 19 años, y tal parecía que había sido ayer que, Regina y yo salíamos de la clínica con ella en brazos. Isabela siempre había sido luz en nuestras vidas, y aunque era caprichosa, nunca había tenido dudas de que su corazón era noble y dulce, en ese aspecto siempre se ha parecido mucho a Regina.

— Pues, estoy segura que estaría muy orgullosa de escucharte hablar así, mi amor- le sonreí con ternura, y me abrazó.

— Lo mejor de que esté lejos, es que por primera vez en mucho tiempo podremos compartir un día tú y yo solas- aclaró con un poco de nostalgia y la tomé del mentón-. Sé que me porté como una inmadura con todo el asunto de Marcos y Emiliano, tía. Pero quiero que sepas, que mi mamá y tú son las dos personas que más amo en este planeta- sollozó y la abracé a mí.

— Ya, corazón. Tranquila. Ya pasó- la separé para verla fijamente a los ojos- Tu madre y tú son lo más hermoso y puro que tengo en la vida, verlas felices y seguras es lo único que quiero- le sonreí.

— ¿Mi mamá y yo?- entrecerró los ojos y la vi con desconcierto- ¿Y qué hay de mi primito hermoso?- masajeó mi vientre intentando hacerme cosquillas y solté una carcajada.

— Ciertamente, si.- Le sonreí-. Mi bebé es lo mejor que me ha pasado después de ustedes.- Aclaré.

— ¿Debo ponerme celoso por eso?- la voz de Saúl nos sorprendió y sonreí-. ¡Feliz cumpleaños, Isabela!- le sonrió y le extendió un ramo de rosas azules, las favoritas de mi sobrina. Isabela apenas vio el ramo, se le iluminó la mirada.

— Gracias, Saúl- le sonrió y lo abrazó-. Son mis favoritas.

— Lo sé- respondió.

— A ver, ¿cómo?- lo volvió a interrogar un tanto desconcertada.

— Digamos que, tuve un poco de ayuda- me dedicó una mirada cómplice y sonreí.

— Corazón, ¿para cuándo terminarás de abrir ese regalo?- le pregunté con sarcasmo y rió.

— ¿No que la ansiosa era yo, tía?- rodé los ojos. Segundos después, mi sobrina terminó de abrir el paquete, contenía un estuche mediano color dorado, dentro había un sobre impregnado del perfume de mi hermana, una hermosa pero discreta cadenita de la Virgen de Guadalupe talla a mano. Regina y yo tardamos meses buscando a la persona indicada para ese trabajo; y finalmente un pequeño juego de llaves. Vi a mi sobrina fruncir el ceño- ¿Y esto qué es?- me cuestionó y me encogí de hombros.

— Puede que halles la respuesta abriendo el sobre- le aclaré con obviedad y sonrió.

Se entretuvo un par de minutos leyendo la carta que mi hermana había dejado para ella, y al finalizarla la escuché hipar. No cabía dudas que Isabela era una niña muy sensible, y eso, en gran parte me recordaba a mí hace tantos años.

Una vida, otro sueño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora