Fernando.

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Nos quedamos en silencio. Estábamos embelesados observando a nuestro hijo. Si, nuestro. Ya había una parte de nosotros materializada, hecha realidad.

Después de tantas altas y bajas, nuestro amor había dado frutos.

Fernando.

Aún no podía creer que lo teníamos entre nosotros. Era un bebé precioso, para mi fortuna o para mi desgracia, bastante parecido a su padre, aunque fuese prematuro decir algo así. Pero el rasgo de los Aguirre era incuestionable, tanto que más que parecido a Saúl me atrevería a decir que se parecía mucho más a su abuelo. Sí, don Jaime.

― ¿Cómo está él? ― cuestioné por instinto. Sentí a Saúl hurgar en mi cabello con su nariz.

― Todo marcha muy bien. Es un bebé muy fuerte, digno hijo de su madre―, dijo y sonreí.―Estuvo un par de días en observación, por lo traumático del parto pero esta mañana fue dado oficialmente de alta― fruncí el ceño.

― ¿Por qué sigue aquí entonces? ― cuestioné confundida.

― Si hubieses despertado, y venías aquí y no lo encontrabas apostaría mi vida, a que en este momento estarías histérica, echándote la culpa de cosas que no sucedieron― alegó con total convicción y sonreí dándole la razón, al tiempo que me volvía hacia él para verlo de frente.

Me perdí en su mirada, cargada de ternura, de amor y alegría.

Me perdí en sus emociones, en las mías.

Me perdí en el presente, lo disfruté. Como nunca antes lo había disfrutado.

Me perdí en mis pensamientos.

Me perdí en las posibilidades de una familia.

Me perdí en el amor, el amor que sentía por él, por mi hijo, y por la vida justo en ese momento.

Vi en retrospectiva todo, desde el día uno que conocí a Saúl, y me perdí en el recuerdo.

Me perdí en las sensaciones de saberme enamorada de él, y me perdí en todas las fantasías que pensé jamás podrían ser.

Mas aquí estábamos. Una parte de esas fantasías hechas realidad.

Después de tantas lágrimas, de tantas confusiones, de tanto dolor, de tantas verdades.

En medio de un futuro incierto, pero un presente latente y lleno de vida. Tenía esa familia, la que tantas veces había idealizado, soñado. Una vez con César, sin poder realizarse. Y esta vez con Saúl, habiendo podido conseguirlo.

Gran parte de mis sueños, se redujeron en dos personas. Una a quien estaba abrazando en ese momento y, otra a la cual no había podido ver a los ojos, pero ya sentía que podía ver el mundo a través de él.

Una familia. Ser madre. En esas cuatro simples palabras, se habían resumido mi vida hace un poco más de veinte años, y nuevamente en esas cuatro palabras se había resumido mi vida justo en ese momento.

― Si no te conociera tan bien, creo que ya me hubiese espantado, tu mirada de acosadora y tu silencio― susurró Saúl justo antes de plantar un beso en mi frente trayéndome de nuevo a la realidad. Sonreí, y le miré a los ojos una vez más―. Creo que aún no he felicitado a la nueva mamá. ¡Felicidades, amor!

― Gracias, mi amor― sonreí con ternura, volviendo mi vista hacia los cuneros. Justo en el momento que mi bebé se removía incómodo en su lugar, y su rostro se contraía en el llanto.

Una especie de angustia, se apoderó de mí. Quería cargarlo, arrullarlo y un estúpido cristal me separaba de él.

En el momento entró una enfermera y lo tomó en sus brazos para arrullarlo. Su carita estaba roja por el esfuerzo del llanto, y aunque ya no lloraba estaba hipando. Lo acercó al cristal y sonreí, al ver sus ojos grises, los míos se humedecieron al instante.

Una vida, otro sueño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora