Un descanso.

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Llegar de nuevo a casa fue respirar aire fresco. 

Nos recibió una Isabella muy ansiosa más por jugar con el bebé que por vernos a nosotros. 

Prácticamente se lo arrancó a Saúl de los brazos. La observé con diversión y Regina la reprendió.

—Mi amor no es un juguete, es un bebé. Ten cuidado.

—Cada que lo tomo dices lo mismo—rodó los ojos y se concentró de nuevo en Fer

Mi hermana bufó, mientras ella hacía muecas para lograr que mi bebé riera y era simplemente adorable. Suspiré. 

Pensar que esta tranquilidad se nos estaba por acabar, me asfixiaba. 

Me negaba a la idea de que nuestras vidas tuvieran que verse limitadas por dos psicópatas. Dos psicópatas que habían estado ligados a mi vida por más de veinte años. 

¿En qué momento me volví tan estúpida? Me recriminé, porque todo estuvo siempre frente a mis ojos y fui incapaz de verlo. No podía evitar sentir rabia y miedo porque el precio esta vez sería demasiado alto. Y no, no estaba dispuesta a pagar. 

Una molestia punzante se estaba apoderando nuevamente de mi cabeza y masajeé mi sien con discreción. Necesitaba pensar; un momento a solas. Sentí a Saúl pasar por mi costado con dirección al estudio.

Bufé. 

Iría al jardín. 

—Mi amor con cuidado, por favor— le pedí a Isabella antes de retirarme. 

—Yo estaré al pendiente— alcancé a escuchar la voz de mi hermana. 

Tomé asiento en uno de los sillones del jardín, reflexionando sobre mis siguientes pasos. 

Si, era cierto. Una temporada en Europa sería lo mejor para mi hermana, para Isabella, que ya estaba próxima a su vacaciones del colegio, para Fernando y para mí.

Un descanso de México.

Un descanso de tanto caos. 

Un descanso de enemigos y asesinos. 

Un descanso de historias de venganzas. 

Un descanso del pasado. 

Si, definitivamente lo necesitaba. Necesitaba un respiro de todo. 

Menos de él. 

No de él. 

Condicionar el viaje no serviría de mucho, Saúl no aceptaría. Y si lo hacía, sería por un breve tiempo, su vida estaba acá. 

Y no, por muy egoísta que pudiese sonar, no quería dejarlo. 

Mucho menos a merced de mis enemigos. 

Suspiré. Masajeé nuevamente mi sien. 

Pensar tanto me embotada la mente. 

Me recosté al espaldar del sillón. Inhalé y exhalé. Cerré los ojos con fuerza. 

—Ten.

Me sobresalté en mi sitio y abrí los ojos de golpe, para observar a Saúl con un par de calmantes para el dolor y un vaso de agua. Los tomé sin pronunciar palabra.

—Gracias— asintió. Dejó el vaso ya vacío en la mesa frente a nosotros y tomó asiento a mi lado, sobre el césped. 

—Estás preocupada y asustada. Se te nota en los ojos. 

—Eso solo lo puedes ver tú, por fortuna—susurré. Soltó una risa sin gracia y volvió su mirada hacia mí. 

—A...

Una vida, otro sueño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora