¿Qué signifiqué para ti?

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  - Si, estuvo aquí,- respondí con una sonrisa.- Vino a echarme en cara que van a tener un hijo. ¡Bravo, licenciadito, bravo!,- aplaudí con cinismo.- Lo felicito, será papá por partida doble, con la madre y con la hija, ¡bravo!- Endurecí mi gesto, y le solté una bofetada.- Eres lo peor que me pudo pasar en la vida, Saúl, y mira que me ha pasado de todo.- Le escupí con rabia.

- Al menos, déjame explicarte cómo fueron las cosas, Altagracia.- Intervino él masajeando su mejilla a causa del dolor.

- ¿Explicarme?- Sonreí irónica,- ¿explicarme qué, Saúl?, ¡quiero que te vayas y me dejes en paz!- Le ordené.- Mi vida privada no tengo porqué ventilarla frente a mi personal.- Le dije con severidad.- Así que véte, porque como pudiste darte cuenta, mi hijo y yo estamos muy bien.- Enarqué una ceja y prensé una sonrisa cínica.

- No, no me voy a ir.- Insistió.- Al menos, no, hasta que me escuches- dijo, y viré los ojos.- Si no quieres que hablemos frente a tus guardias, déjame pasar y hablamos dentro.- Pidió, y entrecerré los ojos.

- No.- Sentencié.- No quiero que pises mi casa, ¿qué parte no entiendes? ¡Lárgate, Saúl!- Le dije hastiada.

- Ya te dije que no,- dijo con firmeza.- De aquí no me voy a mover hasta que me escuches.

- ¡Bien!- esbocé una sonrisa.- Por lo menos tienes abrigo porque te quedarás aquí toda la noche, como siempre.- Dije dando media vuelta para entrar a la casa.

Saúl estaba cumpliendo con su promesa de no irse, el reloj ya marcaba la 1:08 a.m., y él seguía allí, en el mismo lugar, viendo fijamente hacia mi ventana, y a mí me costaba cada vez más conciliar el sueño. De vez en cuando, me acercaba para chequear si había ocurrido el milagro de que se fuese, pero no, allí seguía como estatua.

Estas son las situaciones en las que realmente Saúl logra enredarme la vida sin mucho esmero. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué no se va?, eran las dos preguntas que me hacía, cada vez que me asomaba discretamente en la ventana. Así creo que transcurrieron las horas, él seguía allí inmóvil, congelado por el frío tan intenso de la noche.

Volví a chequear la hora en el pequeño reloj sobre mi buró, y esta vez marcaba las 3:46 a.m. El remordimiento y la culpa por verlo allí ya me estaban pensando. ¿Qué pasa, Altagracia? ¿Por qué cuando se trata de él siempre tienes que flaquear? Entiéndelo, tienes que mantenerlo lejos de ti, por tu bien y por el de tu bebé. Intenté convencerme una y otra vez de ello, pero fue inútil. Tomé mi bata, me la coloqué y bajé las escaleras con dirección a la puerta principal, y salí.

- ¿De verdad, no te piensas ir?- Pregunté algo incrédula a pesar de estarlo viendo en el mismo punto desde hace horas. Negó con la cabeza.- La noche está muy fría, Saúl. Te puedes resfriar.- Le dije con obviedad, y él me dedicó una mirada tierna.- Muy a mi pesar, ven, vamos a que por lo menos te tomes un café, este frío hiela los huesos.- Le sonreí dando media vuelta, y lo sentí seguir mis pasos.

- Gracias.- Dijo una vez estábamos en la cocina, y sonrió.- La verdad, ya estaba convencido de que me ibas a dejar allí toda la noche.- Rodé los ojos.

- Debí hacerlo, y estoy a tiempo.- Sonreí victoriosa.- Pero siempre que se trata de ti, no puedo evitar preocuparme, Saúl.- Le medio sonreí melancólica.

- ¿Cómo te has sentido?- Preguntó nervioso.- ¿Cómo está el bebé?

- No quiero hablar al respecto ahora, Saúl, por favor.- Dije con cansancio.

- ¿Por qué no?- Frunció el ceño.- ¿Qué tiene de malo que quiera saber cómo ha estado todo con mi hijo, nuestro hijo?- recalcó, y rodé los ojos.

Una vida, otro sueño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora