¿La amistad es mágica?

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Había pasado una semana difícil, demasiado difícil. No sólo porque tuvo que usar el mismo uniforme arruinado que tenía manchas imborrables por todos lados, sino que vivir con Arthur Kirkland era el infierno mismo.

—Ya levántate, el sol salió. —y aventándole un chorro de agua, logró despertar al castaño.

— ¡Joder, que dejes de hacer eso, imbécil!—gritó Lovino, aventándole lo primero que encontró en la repisa: su despertador.

Suerte que en el extenso campus había una tienda donde podría comprarlos, y no salían tan caros.

Eran las cinco de la mañana, y ni siquiera había salido el sol cuando Arthur lo despertaba presa de su paranoia de llegar tarde a clases. Y no sólo eso, lo obligaba a entrar a clases, si no fuera porque Antonio se pegaba a él entonces parecería un perro faldero escondido detrás de Arthur.

Pero eso sí, cuando se necesitaba de su apoyo el muy gilipollas no aparecía, un ejemplo, la cafetería. Ir todos los días a ese maldito lugar ponía de muy mal humor a Lovino, pues desde el martes se había dado cuenta que su estancia no sería fácil al convivir con los de segundo año.

Los mismos chicos que le habían arruinado el uniforme lo seguían molestando, haciéndole todo tipo de bromas y haciendo que fuera el hazmerreír de todos; pero ciertamente eso no era lo que más le fastidiaba. Había descubierto la razón del porque Antonio no iba a ayudarlo, y era que el muy gilipollas español se la pasaba rodeado de chicas a todas malditas horas que apenas le ponía un poco de atención, tan poca era esta que el bastardo había olvidado que iba a la misma cafetería que él.

—Realmente me sorprende que Antonio no sepa nada. —comentó el rubio, mirando de reojo el uniforme del otro, lleno de manchas de comida.

—A ti te vale mierda mi vida, así que deja de aparentar que te importa. —dijo Lovino, sentándose en la cama, tratando de acostumbrarse a estar despierto tan temprano.

—No te confundas, no me interesa para nada. Sólo me sorprende. —exclamó, y encogiéndose de hombros para hacer más creíbles sus palabras, el británico entro al baño; escuchando como de nuevo el despertador se estampaba en la puerta de este.

Convivir con Lovino era tan horrible como se lo había imaginado, no, incluso más. Tenía demasiados malos hábitos; como levantarse desproporcionadamente tarde, dormir en cuanto regresaba de clases olvidándose por completo de los deberes, ser un perezoso egocéntrico y llorón. Bueno, nombrar todos sus defectos tardaría una eternidad.

Lo malo es que no sólo eso era la causa de su estrés; quizás ni siquiera la mitad de este. El que ponía su mundo de cabeza era el autoproclamado héroe que apenas había conocido unos días atrás. Toda la semana se había preguntado porque lo tenía esclavizado, ayudándolo con su trabajo en el Comité Disciplinario. Bien, podría librarse de él cuando quisiera, Alfred estaría más que encantado de ya no estar a su lado; pero no quería que Scott se lo echara en cara como la última vez que se lo había topado.

— ¡Mierda, ¿acaso eres una chica para tardarte tanto en el baño?!—gritó el mal hablado de Lovino, como todas las mañanas.

—Ya salí. —gruñó su acompañante, abriendo la puerta y dándole un empujón para que se quitara de en medio.

—Tch, no sé porque mierda me levantas tan temprano si me vas a dejar esperándote. —bufó, azotando la puerta del baño.

Sí, ahora esa sería la vida del perfecto Arthur Kirkland.

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—Pensé que había dicho que tendrías los papeles hoy. —regañó Scott, sorbiendo un poco de té.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora