Tan sólo otro corazón roto.

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—Tranquilízate, Feliciano. —ordenó Lovino, sentado en la silla que pertenecía al escritorio de su hermano. A comparación del suyo que tenía bastante basura o comida, el de Feliciano tenía cosas de arte hasta por el último hueco; pinceles, lápices, colores, acuarelas y muchas más libretas de las que Lovino recordaba. ¿Hace cuánto que no lo visitaba? —Él va a respetar tú relación.

Los "vee~s" estaban incontrolados, saliendo de la boca de su hermano a causa de su nerviosismo. Feliciano enfocó sus ojos miel en su hermano mayor, deseaba decirle que su relación era lo que menos le preocupaba en ese momento, sino la de él.

— ¿Y qué hay de ti, Lovi? —preguntó, abrazándose a sí mismo. — ¿Crees que soy tonto? Sé que va a pasar.

— ¿Y según tú qué va a pasar? —cuestionó él, alzando una ceja, sentándose en la cama de Ludwig quién había accedido ante los insultos de Lovino para que se quedaran solos.

—Lovi...

—Ya te dije que todo va a estar bien. —sentenció sin apartar la mirada. — ¿Por qué no quieres creerme?

Feliciano se quedó callado, centrándose de nuevo en el suelo. Sí, Lovino deseaba protegerlo, pero ¿por qué no se daba cuenta de que ya era mayor para que cuidara de él? Esa también era una de las razones por las que prefería quedarse callado, sabía que no tendría el apoyo de su hermano si se enfrentaba a Blas, él hasta respaldaría a su padre con tal de mantenerlo lejos de los negocios.

— ¿Cuándo hay que ir?

—El lunes. —suspiró, resignado. —Ha pedido permiso a la escuela para llevarnos a ambos.

Blas se quería asegurar que nada más fueran ellos tres. Sin Ludwig o Antonio.

—No puedo entender lo que el maldito bastardo está pensando, sin embargo, si realmente quieres a esa patata bastarda tendrás que aferrarte a él. —dijo Lovino, serio. Feliciano siguió callado, examinándolo. —Será fácil para ti, no tienes de que preocuparte. ¿De acuerdo?

—Sí. —contestó, arrastrando las letras.

Después de que se marchara, Feliciano se sentó en la silla de su escritorio, colocándose los audífonos que Kiku le regaló en su cumpleaños, tenían en la parte de la diadema dos orejas de gato, del mismo color de su cabello, estás se iluminaban conforme al ritmo de la música, la cual se mantuvo entre tonos morados, azulado y naranjo. Siempre, cada uno de sus profesores que su abuelo o sus padres le contrataban, ponían distintas obras de opera o música instrumental para que él pudiera dar un mejor trabajo. Sólo uno de esos profesores, que era a quién Feliciano más admiraba, le recomendó poner la música que él quisiera, con la que se sintiera más cómodo para trabajar en ese momento; así que mezclo un poco de ambos lados, poniendo instrumental ajetreado, con sonidos fuertes, sin calma.

Estaba enojado con el mundo en ese momento. Lovino lo seguía tratando como un niño de cinco años al cual debía proteger a toda costa, al que deseaba mantener en una burbuja. Su padre, casi igualando a su hermano, sin embargo, él actuaba desde las sombras.

Y lo peor es que no podía odiar a Blas por lo que seguro le haría pasar a su hermano. Era su padre, a comparación de Lovino que tenía motivos para despreciarlo, Feliciano no los tenía, siempre fue tratado tal cual príncipe. Sólo por haber nacido con algunas capacidades más notables que su hermano mayor.

El movimiento brusco con el pincel provocó que la pintura le salpicara en el rostro.

No se había dado cuenta que utilizó formas y colores demasiado sucios. Afligido se dejó resbalar por el asiento, parando la música y aventando los audífonos a la mesa, sin importarle que la pintura siguiera fresca, la tiraría de todas maneras.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora