La regla de los deseos

1.2K 129 131
                                    

El sábado le llegó con más ansias de lo normal. Usualmente los sábados en la escuela para él eran tan monocromos como la semana entera, clases extracurriculares por las mañanas, trabajo del Comité Disciplinario por las tardes y tarea en las noches. Los demás alumnos de Gakuen tenían la tarde libre al igual que el domingo; Arthur recordó entonces que desde su primer año su vida escolar era siempre la misma. Excepto quizás, la primera semana de ingreso en primero, pues aún no era dueño de su puesto en el Comité.

Sin embargo, ese sábado era distinto en muchos aspectos. Y no sólo incluía la cita de Alfred. La cantidad de trabajo que Scott le proporciono el viernes por la tarde era desorbitante, lo suficiente para no sacarlo de los libros por al menos un mes. Era su segundo festival cultural, sabía que el trabajo era gigantesco a comparación de lo que los alumnos harían, nunca pensó que Scott sería tan desgraciado para pedirle eso en un fin de semana. Su odio hacía él era más notorio cada día.

—Esos son muchos libros, bastardo. —exclamó sorprendido Lovino, mordiendo una manzana, recargado en su armario. — ¿Tu hermano bastardo te ha dado todo eso para que no salgas con Batigordito?

Arthur se volteó a él, ruborizado. — ¿Cómo es qué sabes eso?

—Él me lo contó.

—¿Sólo eso te conto...? —murmuró Arthur apenado. Lovino se encogió de hombros asintiendo. Arthur suspiró aliviado, al menos la boca de Alfred tenía un límite para saber que decir; era terrible pensar el hecho que estuviera proclamando a gritos que se besaron algunos días atrás. Aunque para Arthur era más aterrador pensar cuanto quería que eso se repitiera.

Lovino avanzó hasta el armario de Arthur, abriéndolo sin consideración alguna. Justo iba a reprochar tremenda falta de respeto cuando el italiano se tiró a reír a rienda suelta, escupiendo trocitos de manzana sobre su ropa que no tenía ni dos días de limpia.

— ¡Idiota, fíjate que demonios haces! —exclamó. Lovino carcajeó estruendosamente.

— ¡No me digas que piensas ir como abuelito a tu cita! —mofó señalándolo.

Arthur contrajo las cejas logrando que Lovino no parara de reír en un buen rato. — ¡Cállate, idiota! ¡No importa como vista! —Lovino se limpió las lagrimitas que le saltaron por los ojos, aún con una buena sonrisa en su cara.

—Se supone que irás a tirarte a-

—No me iré a tirar a nadie. —reprochó molesto. —Sólo iré a una obra teatral. Sólo me encontraré con Alfred. Sólo me sentaré a su lado. Y sólo volveremos a la escuela antes de que Scott me acribillé con su maldita bola de metal.

—Te creo tanto como le creo al bastardo de vino cuando dice que no le tiene ganas al culo de Antonio. —dijo desinteresado.

— ¡Me importa una mierda lo que tú creas!

Lovino volvió a su propio closet, abriéndolo de par en par. —A pesar de ser un año mayor que yo eres más enano, así que es tú día de suerte, mi molesta madre me acaba de mandar esto. —sacó tres cajas blancas, todas decoradas a juego apiladas una sobre otras. —Te lo regalaré.

—No necesito tu estúpida ropa. —bufó cruzándose de brazos.

—Pues yo tampoco, así que puedo dártela o puedo tirarla bastardo. —comentó con burla. —Soy caritativo con las almas perdedoras como tú.

—Tsk. —Arthur lo miró feo, echándole mil y un conjuros de los que se acordaba en esos momentos.

Lovino puso las cajas sobre la cama de Arthur, atrayendo el inglés a él. La más grande era la que tenía la ropa, ropa que él reconoció en menos de un instante. La siguiente caja contenía un par de zapatos finos y la última accesorios para hacerle juego.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora