La torre del dolor.

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Scott Kirkland estaba sentado en el desayunador, inclinado a los cereales delante de él, dándole la espalda a las tres personas del departamento. Annie, su madre, corría de un lado a otro en busca del saco que le brindo la empresa al entrar a trabajar, Arthur y Alfred desayunaban en el sillón, inmersos en su conversación sobre el futuro concurso que Arthur tendría. Dadas las nueve de la mañana su madre se despidió de todos con un montón de besos y salió del departamento a toda velocidad. En cuanto ella se hubo marchado todo el lugar quedo en completo silencio.

—Podemos ir a Liverpool en tren, tardaremos aproximadamente dos horas. —dijo Arthur lavando los platos, excepto el de su hermano que ya se había retirado a la habitación y dejó todo impecable, Alfred pegado a él le sonreía nervioso de la tensión recién formada. —Hay algunos atractivos turísticos. O podemos ir a Londres, aunque no estoy seguro de cuanto tardaremos.

—Siempre podemos ir a algún parque cercano Arthur, —dijo su novio, intentando calmarlo—o a un cinema. Hay una película de superhéroes que quiero ver.

—Entonces vayamos a verla.

— ¡Ehhh! ¿Es enserio? —preguntó Alfred, asombrado, dos estrellitas adornaron sus ojos. Arthur se sonrosó, apartando tímidamente la mirada.

—Claro que sí. De vez en cuando me gustaría hacer ese tipo de cosas contigo. —farfulló.

— ¿Dijiste algo?

— ¡Nada! —se apresuró a aclarar, azotando uno de los platos. Alfred pegó un brinco, confundido por su reacción. —L-Lo siento.

El americano sonrió por lo bajo, ocultando sus ojos tras sus lentes se acercó a Arthur, rodeándolo con los brazos de atrás hacia adelante, quedando recargado sobre su espalda. Podía aspirar el suave aroma del jabón, más una mezcla de leche y azúcar. Arthur en cambió no supo como reaccionar, se quedó paralizado con la boca cerrada en una apretada línea y con los ojos plasmados en sorpresa. Iba a reprocharle un montón de cosas, cuando Alfred F. Jones hizo la cosa que estremeció cada parte de su ser; lo besó en la nuca.

El silencio se prolongo a minutos. Los bombeos del corazón casi lograban sincronizar con el otro, haciendo una pieza rítmica. Arthur atinó a poner una mano encima de las de Alfred, apretándolas con una fuerza nula, remarcando que aquella acción no le molesto en absoluto. Una sonrisa se formó en el mas alto, que, aunque estaba tan sonrojado que sentía que su rostro bien podía freír un huevo, apretó mas el abrazo a su pareja, dejando que su frente reposara sobre el hombro contrario.

Arthur fue el primero en hablar, aflojando el agarre impuesto en las manos. —Scott podría venir en cualquier momento y tendremos problemas. —dijo bajito, sin querer que Alfred lo escuchara, lastimosamente él lo hizo y se separó poco a poco de él, no sin darle otro abrazó, mucho más al estilo de Alfred, brusco y fugaz. Arthur tardó todavía en voltearse a él.

—Fue un impulso. —confesó Alfred, llevándose una mano a la boca, avergonzado. —Lo siento, Arthur.

—No importa. —tosió dos veces, recuperando su tono de voz. Se volvió a Alfred, tomando la mano que tenía en su rostro. —Está bien. —dijo, mucho mas bajito. —E-Es lo que hacen... las parejas... ¿no?

— ¡Ehhh! ¿Lo hacen todas? —protestó haciendo un berrinche. — ¡Pensé que sería original con esa técnica!

— ¿Con quién estas tratando de competir, idiota? —preguntó Arthur, dando un suspiro al final.

De todas maneras, decidieron ir al cinema, dándose primero un baño y Alfred tuvo que vestirse ahí mismo pues no quería exhibirse delante de Arthur o que Scott se burlara de él por la grasa extra que tenía. Muy en el fondo pensó en hacer dieta, una que incluyera tres o cuatro comidas al día, solo habría que buscar. Antes de ingresar a la habitación de la madre de Arthur, escuchó detrás de la puerta, Scott y Arthur platicaban.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora