Cita 404

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Era extraño. Se sintió tan fuerte enfrentando a Scott, y en el momento que la puerta se cerró detrás de él y escuchó los pasos de su hermano mayor alejarse hasta perderse por completo, se dejó caer al suelo. Ni siquiera sabía que le faltaba oxígeno en los pulmones, ni que tenía los ojos secos por estar aguantando las lágrimas o que se estaba mordiendo la lengua para no gritar. Hizo todo en aquel momento, dio arcadas buscando que todo el aire llegará de una sola inhalación, comenzó a llorar halándose los cabellos, golpeando el suelo con los puños y gritó mordiendo una almohada lo más fuerte que pudo.

¡Todo eso era tan injusto! ¿Por qué tenía que acabar así? ¿Por qué no pudo decirle a Scott «Sí, te perdono»?

Arthur se acurrucó en su cama, sin dejar de llorar, buscando fuerzas para ir tras su hermano y rogarle ser una familia feliz. Sin embargo, ni sus piernas, ni su corazón respondieron a tal petición. Las heridas primero tenían que desinfectarse para poder sanar.

Se quedó dormido pensando en las palabras finales de Scott, y en los hubiera que habrían salvado su relación.

Cuando despertó escuchó una pequeña platica dentro de la habitación, sobre lo bien que se vería Lovino en traje de cordero haciendo un lap dance a Antonio. Obviamente Francis se ganó un golpe en la nariz por decir aquello, el italiano azotó la puerta antes de salir. Arthur se talló los ojos, intentando en vano quitar el rastro de lágrimas sobre sus mejillas rojas, con los ojos hinchados volteó a Francis que se dedicaba a criticar su ropa interior.

Mon Dieu! ¡Casi me matas del susto, Arthur! —chilló soltando sus boxers de patitos. —¡Mira la cara que tienes, no eres agraciado, querido, debes cuidarte todavía más!

— ¿Qué demonios estás haciendo aquí, rana estúpida? No estoy de humor. —gruñó Arthur, dándose cuenta que tenía dolor de cabeza.

—Pasaba por aquí. —sonrió, frotándose la barbilla, aquella mirada le causaba cierto malestar al inglés. Si bien era cierto que tenía debilidad por los ojos azules en rubios idiotas, los de Francis le recordaban a un día lluvioso en el mar donde no podías ver nada más allá de lo que él quisiera mostrarte. Quizás por eso le gustaban tanto los de Alfred, que se asemejaban con el cielo azul, tan brillante y despejado, que sólo quedaba amarlo.

—Estoy bien. No necesito que te preocupes por mí. —dijo de inmediato, abrazando su almohada.

—Mira a donde hemos llegado porque no me he metido, como tú lo has querido. —suspiró Francis, poniéndose de pie y cerrando la puerta con llave, no permitiría que alguien interrumpiera.

—Cerré una fase de mi vida, gracias por notarlo.

— ¿De qué forma?

— ¿Acaso había otra? —cuestionó Arthur, enojado. —Conocí lo que mis hermanos piensan en verdad de mí, le puse un alto a Scott, me quite un peso de encima con la destitución del Comité de Disciplina, no tengo que ser el próximo presidente de esta escuela ni el heredero de mi padre, y por primera vez puedo decir que estoy bien.

Francis lo miró casi sorprendido, no esperaba que se abriera tan fácil. Siempre Arthur terminaba rehuyendo ese tipo de pláticas.

— ¿Te sientes bien? —preguntó para asegurarse. Arthur lo miró mal, frunciendo la boca. —Lo siento, lo siento, pero hasta tu debes aceptar que esto no es normal.

— ¿Debo parar?

Non, non. Continúa. —el francés se sentó en una se las sillas, concentrándose en Arthur. —Pensé en meterme mucho antes, ¿sabes? Pero no quise hacerlo, al fin te estabas abriendo a otras personas además de Kiku y de mí, Lovino, Matthew, Alfred e incluso Antonio. Dejé que te las arreglaras tú sólo, incluso cuando sabía que yo fui el primero en aprender a amarrar agujetas.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora