Antonio y Lovino.

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"Que tú padre e hijo me amen más a mi de lo que te aman a ti."

Blas encendió un cigarrillo al salir de la escuela, la ventana del carro estaba abierta por lo que el humo rápidamente se disipaba en el aire. Sus guardaespaldas y el chofer no le dirigían la palabra, cada uno iba en sus propias tareas. Al sentir el enojo crecer de nuevo en él, aplastó el cigarro en su mano, sin importarle la pequeña quemadura que obtuvo, y aventó la colilla a la calle.

¿Por qué Antonio siempre lograba sacarlo de sus cabales? Siempre era el único que podía hacerlo. Ni en su infancia, ni en su juventud o ahora en su vida adulta encontró a otra persona similar a él. Tal vez fuera porque al tener una vida de rico, se encontraba rodeado continuamente de personas hipócritas, avariciosas y egoístas; fue por eso que no tuvo ningún inconveniente de comenzar a actuar como ellos, pese a que su padre, Máximo, ni de chiste era similar a ellos.

Si las personas querían utilizarlo, él los utilizaría primero.

Su padre no entendía esos aspectos, por eso la mayoría de las personas querían aprovecharse de él. Y, muy a pesar de que Máximo intentó mantenerse al lado de su hijo, Blas se fue apartando por sí solo, abriéndose paso al mundo el mismo, sin cargar con el nombre de su padre. Blas no tardó mucho en darse cuenta que Máximo estaba decepcionado de la persona fría en la que se convirtió, y que él se culpaba por no poderlo detener.

Al final del día esos sentimentalismos le daban igual. Después de todo encontró a una persona que tenía los mismos pensamientos que él; Bianca. Y con ella no tenía que fingir sentirse bien o que le importaban las demás personas, ella lo había aceptado tal como era, una persona frívola. Quizás porque ella era igual. Y de esa aceptación o amor, como sea que las demás personas quisieran llamarle, salieron Lovino y Feliciano.

Cuando los vio por primera vez, no sintió lo que Máximo le dijo a él que sintió al verlo nacer, alegría o una calidez interior no pasó y vaya que tuvo curiosidad de experimentar eso.

Luego ambos comenzaron a crecer, siendo Feliciano quién mostró primero talentos especiales en las artes y Lovino nada. Por más que él era su futuro heredero, el siguiente en mantener en alto el apellido de la familia Vargas, no era más excepcional que los demás, ni siquiera más que su hermano menor. Bianca y Blas se sintieron molestos por ello, como si hubiesen sido estafados por no obtener lo que querían.

Por eso decidieron mandar a perfeccionar a Feliciano con su abuelo y aceptar la sugerencia del mismo para dejar a Lovino con unos amigos suyos. En la hacienda de los Fernández. Quizás Bianca lo hubiese hecho por seguir los consejos de su suegro, no obstante a Blas se le había ocurrido otra cosa, después de investigar a los propietarios de la hacienda, descubrió a su hijo, y pensó entonces que él podría ayudarle a perfeccionar a Lovino. Pero cuando menos se dio cuenta, Antonio se negó rotundamente a trabajar como esclavo o "ayudante", como solía decirle Blas, de Lovino. A pesar de ser un infante, tenía su pequeño orgullo. Incitado por sus palabras finales, Antonio tomó personal eso de que Lovino jamás sería su amigo, y por lo visto, le demostró lo contrario.

" ¡Él es mi amigo por su propia voluntad! Tú no debes de tener ni idea de lo grandioso que se siente eso." Le espetó Antonio, antes de que Blas se llevará a Lovino de nuevo a Italia.

Y mientras Lovino le relataba a su abuelo las cosas que vivió en la hacienda, con una enorme sonrisa en el rostro, emocionado y feliz; Blas lo escuchó con una pizca de molestia, con la misma expresión estoica de siempre. Antonio esto, Antonio el otro, Antonio era genial, Antonio era amable... Antonio, Antonio y Antonio. Y todo se volvió peor cuando su padre también descubrió "el diamante en bruto" que era el español.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora