En el cine. /Tercera Parte.

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El Conjuro. Esa había sido la película seleccionada por el español, no le prestaron mucha importancia hasta que a más de uno le recorrió un escalofrío por la espalda cuando vieron la sala. Entre ellos Francis, Arthur y Ludwig se mostraban un poco incomodos por el ambiente del lugar. Govert se mostró apacible en todo momento, sin miedo.

Los empleados les habían informado antes de entrar que todo estaba ambientado según la película que escogieran. Nada había tenido un sentido tan literal como esto. Las paredes simulaban sangre escurrida, y parecían arañadas por uñas humanas. En una de las paredes, que era donde se encontraba la pantalla de proyección, por debajo de esta había maniquís apilados, algunos con los ojos huecos o incluso arreglados de una manera horripilante.

En medio de la habitación había veinte sillones tipo puff de diferentes colores, aunque todos se veían como bultos sospechosos en la oscuridad. Para iluminar había sólo tres candelabros, uno en cada pared restante, muy pequeños para poder iluminar toda la habitación. Sólo se alumbraba lo necesario para conservar el sentido tétrico.

Por su lado, Antonio y Bel se maravillaban por lo hermosa que estaba la sala. Ambos se miraron y fueron los primeros en pasar, situándose en los puff más cómodos que eran los de en medio. Una vez que lo hicieron, voltearon atrás, encontrándose con una escena que los hizo reír bastante.

Arthur a duras penas intentaba quitarse a Kiku y Alfred de sus brazos. Pues, aunque el japonés era reservado en sus acciones no dudo en colgarse del brazo de su amigo por el simple hecho de que al entrar había un maniquí colgado justo al lado de él. Por otro lado, Alfred, que no paraba de temblar y hacer rotar su cabeza como si fuera el exorcista, al ver que Kiku se había aferrado a Arthur no dudo en hacerlo también. Ya después tendría tiempo de volver a su papel de héroe, por ahora sólo era Alfred F. Jones, el que odiaba las películas de terror.

— ¡Dijimos que veríamos Batman! —chilló, arrastrándose por el suelo mientras el Presidente trataba de quitárselo de encima. — ¡No quiero estar aquí, no quiero! ¡Vamos por una hamburguesa, a la feria, o incluso a la casa de tu abuelita, pero no aquí!

Arthur sólo siguió arrastrando a ambos, hasta quedar en los sillones que comenzaban la media luna. Daba un buen ángulo a la pantalla y al menos no le llegarían todas las escenas de impacto tan fuerte como a los demás, ya que, lo único que le faltaba era que ambos decidieran asfixiarlo con un abrazo cuando el miedo se apoderara completamente de ellos.

Gilbert y Feliciano iban por detrás de Ludwig, escudándose. Mientras Francis mordía un pequeño pañuelo, llorando el hecho de que no verían una película romántica. Se habría ofrecido de sentarse al lado de Antonio o cualquiera para consolarlo como buen hermano mayor que era.

— ¿No vienes? —preguntó Govert, mirando a Lovino que se había quedado estático en la puerta. Este frunció el ceño.

—Idiota, sólo pueden estar diez adentro. —gruñó. —No hay suficientes boletos.

—Eso es cierto. —comentó el empleado, mirando la pila de boletos.

—Emma compró su boleto. —contestó el holandés, mirando al chico, provocando que este se hiciera pequeño. —Debió recibir once entradas.

—S-Sólo tengo diez... señor. —dijo el empleado, buscando una manera de escapar lo más rápido posible de ahí.

—Emma...—el mayor se talló los ojos, soltando un suspiró de molestia. Seguro que su hermana había mentido sobre comprar los boletos por la influencia de Antonio; lo más probable es que el maldito español pensaba que él sería el último en entrar y al no tener boleto, se quedaría afuera.

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora