El relato de un lobo solitario

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Un tropiezo y caería. Un solo tropiezo y la atraparían.

— ¡Va por allá! —gritó una de las chicas de su salón. Emma apresuró su paso, forzando más a sus piernas. Cuando entro a un lugar donde era fácil camuflarse se apresuró a esconderse. Entre una pila de botes de basura se hizo espacio, poniendo una bolsa delante para cubrirse por completo. Tenía ganas de vomitar, pero no por la porquería que la rodeaba; el nerviosismo de ser encontrada, el miedo de que la lastimaran como antes.

—Lista o no aquí voy, Emma. —canturreó otra. Bel puso las manos en su boca, intentando silenciarse.

— ¡Emma, sal de una vez! El profesor está preguntando por ti. —mintió.

Sus ojos verdes miraron al suelo, estaba sentada sobre montones de comida semi-acabada, cascaras de frutas y papeles desechables, entre ellos pudo notar dos cucarachas bajando de una bolsa cercana. Quiso gritar. De inmediato se mordió su labio para impedirlo hasta hacerlo sangrar.

— ¡Creo que la he visto corriendo de este lado! —gritó de nuevo la primera, mucho más lejos. Las demás comenzaron a correr a paso veloz. Emma no se movió ni un centímetro en al menos cinco minutos, recordando la segunda vez que la acorralaron haciéndole creer que se marcharon.

Se levantó con cuidado, mirando a los lados. Al momento de tener oportunidad corrió al lado contrario, regresando a su clase. Todos, incluso las chicas que la perseguían ya se encontraban reagrupados, por lo que fue muy incómodo para ella llegar con la mirada desaprobatoria del profesor.

—No hemos hecho gran desgaste, Srta. Morgens. —reprimió. — ¿Por qué siempre me llega sucia?

—Me caí. —mintió. —Caí en la basura sin querer.

—Puff, el olor llega hasta aquí. —gruñó uno de sus compañeros. — ¿Puedes apartarte un poco?

—Antonio debería reconsiderar salir contigo. —comentó con una sonrisa fea su compañera que llevaba dos coletas bajas. Emma aun reconocía aquellas ligas en forma de mariposa que tenía puestas, su padre las envió como regalo sorpresa por su noventa por ciento en física. — ¿Qué bueno tiene besar a una chica que vive en la basura? —río.

—Jóvenes, suficiente. —regañó el profesor. Miró a Emma de mala forma e hizo una seña para que comenzaran a avanzar directo a las regaderas. En aquellos veinte minutos que les daban para ducharse seguro que Govert estaría mega orgulloso de ella, podía correr sin cansarse por tres minutos hasta su dormitorio, ducharse en diez y volver con el uniforme diario a clase normal en menos de cinco.

Sonrió al entrar al salón. Sí, seguro estaría orgulloso de ella.

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—Kiku, por última vez. Él no está enamorado de mí. —profesó Arthur, mallugando sus ojos con dos dedos. Llevaba alrededor de quince minutos tratando de convencer al japonés que no era más que un error lo que los chismosos de Francis y Gilbert divulgaron por toda la escuela. Sin embargo, la cara de decepción de Kiku al llegar y preguntarle si aquello era cierto, le gusto; Kiku era su mejor amigo, así que él sería la primera persona en saber si estaba enamorado de alguien.

— ¿Cómo puede decir eso, Arthur-san? —preguntó tomando la taza de té. Arthur dejó la propia en el porta vasos y miró preocupado a Kiku.

—Él sólo está diciendo eso porque fue a la estúpida conclusión que llegaron Scott y él. ¿Lo entiendes? —preguntó, frunciendo las cejas. —No sé de qué demonios estuvieron hablando, pero decir eso sobre cualquier cosa...

Tú + Yo= Error 404.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora