mi odioso jefe (cap 2) parte 2

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Capítulo II
Parte 2

—Sí, eso está bien. Tengo que dejarte ahora —dijo,trayendome de vuelta al planeta tierra para poder recuperar la compostura. Cortó el celular y sus ojos me escudriñaron tan fríamente que me dio un escalofrío a pesar de que estaba a cuarenta grados debajo de mi chaqueta—. Señorita Sevilla, ¿sabe qué hora es? —frunció el ceño.
—Lo siento, señor Pasquarelli—dije con voz poco audible,porque odiaba pedir disculpas y porque él me había puesto increíblemente nerviosa—. Mi madre no tuvo tiempo de avisarme de esta reunión a un tiempo que se considere correcto.
—Bien. Tome asiento —espetó, obviamente no aprobando mi excusa.

Su oficina tenía que tener la mejor vista de todo Boston. Desde esta altura podía ver toda la ciudad a través de las ventanas que iban del suelo al techo.

—Iré al punto, señorita Sevilla —dijo con voz dura… una demasiado sexy, profunda y dura voz—. No estoy en absoluto de acuerdo con esto porque todo Boston está al corriente de su reputación y no estoy realmente interesado en trabajar con alguien como usted.

Estuve a punto de reclamar, pero con una sola mirada de advertencia de su parte mantuve mi boca cerrada y me sorprendí de mí misma al ver que era la primera vez que dejaba a alguien callarme así.

—Lamentablemente, es un favor que mi padre pidió explícitamente y considerando que esta compañía sigue siendo suya, voy a considerar su petición y a darle una oportunidad como asistente —sonrió con ironía—. De todos modos, sé que no será por mucho tiempo.
—Usted cree que voy a fracasar, ¿no es así? —fruncí el ceño hacia él.
—No, señorita Sevilla, yo sé que va a fracasar —enfatizó—. Considerando que jamás ha trabajado o hecho algo productivo con su vida, no aguantará aquí más de una semana.

¿Él acaba de insultarme? ¡Sí, acaba de hacerlo! Estuve a punto de decirle un montón de cosas que nadie habría querido escuchar, pero en cuanto estuve dispuesta a hablar, las palabras se atoraron en mi garganta y un nudo se formó en mi pecho. Tenía… tenía miedo de hablarle mal.

Estaba oficialmente intimidad por este hombre. Es solo cuatro años mayor que yo y es exitoso, rico, inteligente, millonario, guapo, sexy, caliente y yo soy justamente todo lo contrario: una niña mimada que a sus diecisiete años sigue viviendo a costa de sus padres y cuyo mayor logro fue graduarse de la universidad en Danza y Coreografía.

—Creo que está sacando conclusiones precipitadamente, señor Pasquarelli—fue lo único que pude articular. Y tratarlo de señor sonaba tan ridículo como degradante para mí de alguna manera. ¡Por Dios! Él tiene solo veintidos años, necesita actuar un poco más como alguien de su edad y me molesta irremediablemente el hecho de que tengo que tratarlo como si tuviera alguna autoridad sobre mí… y la tiene.
—Bueno, siempre puede demostrarme que me equivoco, señorita Sevilla —dijo sin convicción alguna—, pero según sé esto es así: si yo la despido por alguna negligencia, entonces ya no podrá seguir siendo la hija mimada de los Sevilla. ¿Me equivoco?
—Al parecer le contaron toda la historia —sonreí falsamente. Él me devolvió la sonrisa, solo que no era falsa esta vez, sino que estaba genuinamente burlándose de mí.
—Así es, o al menos la mayor parte. Para resumir, su futuro está colgando de un hilo en mis manos, así que mejor no lo estropee.
—¿Solo me citó aquí para refregarme eso en la cara? —pregunté amargamente.
—En parte —admitió, sin deje de culpa alguna. Lo miré ofendida—, pero también quería comprobar si era tan difícil de tratar como todos aseguraron —sus ojos brillaron con socarronería—. Veo que no es así, ¿no?

Él sabía. Él sabía exactamente que estaba totalmente intimidad por él. No estaba segura de si era por lo mucho mejor que él era a pesar de que veníamos de mundos iguales, por sus treinta centímetros de altura más que yo o porque el hijo de puta era digno de ser un modelo de Calvin Klein, fuera lo que fuera, no pude decir nada en mi defensa. Las ideas simplemente no aparecieron.

—Aquí tiene su horario de trabajo, señorita Halden —extendió una carpeta hacia mí—. Tiene un breve resumen sobre todos los aspectos: paga, descanso, vacaciones, asignaciones, uniforme y todas las cosas necesarias para instruirla un poco. ¿Le dijeron que comienza mañana?
—Me dijeron dentro de tres días —dije entre dientes
—Bueno, qué pena, pero hay demasiado papeleo y muy poco tiempo. Comienza mañana, señorita Sevilla, ¿al menos que prefiera renunciar antes de que sea demasiado difícil?

No estaba muy segura de por qué, pero él me odiaba. Estaba acostumbrada a que todo el mundo me odiara (era muy buena dándoles razones), pero generalmente tomaba varias semanas antes de que se irritaran por completo, sin embargo a él lo había visto solo una vez hace doce años y de alguna forma ya me odiaba y ni siquiera tenía la gentileza de no recalcarlo o guardárselo para sí mismo.

—No, está bien —me obligué a esbozar una sonrisa—. ¿Ha sido eso todo lo que quería decirme?
—Lo ha sido, señorita Sevilla, puede retirarse —murmuró con su sonrisa socarrona, y en ese momento me prometí a mí misma que no solo iba a hacer bien las cosas por recuperar mi vida, sino que también para recuperar mi dignidad por primera vez perdida con este hombre y demostrarle que puedo ser mejor de lo que yo misma creo.
—Gracias, señor Pasquarelli—le dediqué mi mejor sonrisa y me levanté. Mis piernas aún estaban tiritando y mis tacones no me ayudaron a estabilizarme tampoco—. Que tenga un buen día.
—Igualmente, señorita Sevilla.

Salí de su oficina mascullando cada insulto que vino a mi cabeza en aquel momento. ¿Cómo se atrevía el muy hijo de puta? Básicamente había limpiado el inmaculado piso de su oficina con mi pobre dignidad y era la primera vez que dejaba a alguien pisotearme. Podría haber dicho que era por mera consideración a no perder mi trabajo, pero era completamente consciente de que él me intimidaba de una manera que nadie lo había hecho, y no estaba segura de por qué. ¡Nunca habría dejado a alguien hablarme así! Ni siquiera a mi jefe, solo que no pude formular oraciones ofensivas en su contra, estuve todo el tiempo a la defensiva y mi temperamento (mi mejor arma para ganar debates) estaba en algún rincón de la habitación hecho un ovillo asustado por la dura y fría mirada de aquellos ojos miel.

Cuando estuve dentro de la comodidad de mi Ferrari que pronto tendría que devolver, abrí la carpeta y leí todo lo que contenía: básicamente mis horarios de trabajo eran de lunes a viernes de ocho a doce, una hora de descanso para el almuerzo y de vuelta al trabajo de una a seis en punto. Existía la posibilidad de que mi jefe requiera de mí durante los fines de semana o feriados y aquellos días serían pagados con una bonificación especial. Mi uniforme básicamente era cualquier ropa formal acorde con el trabajo: no se permitían zapatos planos, no se permitían faldas más cortas que cuatro dedos sobre la rodilla y el blazer era obligatorio. La paga era de 16 dólares por hora y tenía tres semanas de vacaciones que podía pedir entre mayo y agosto. Mi trabajo consistía básicamente en atender el teléfono, organizar reuniones, organizar papeles, enviar fax, correos y folios cuando sea requerido y un montón de cosas que jamás había hecho en mi vida. Tenía suerte de saber cómo demonios usar la computadora y mi estómago ya se estaba revolviendo al pensar que también tendría que estar bajo los mandatos de lo que sea que el señor Pasquarelli requiera, incluso ya podía imaginármelo.

<<Señorita Sevilla, ¿sería capaz de traerme un café de la máquina o cree que es una tarea demasiado ardua para usted utilizar aquella máquina tan sofisticada con tantos botones y letras?>>

Metí la carpeta en el guantero y arranqué el Ferrari. Tenía que buscar algún apartamento que pudiera rentar que estuviera cerca de mi trabajo y entrara en mi presupuesto como asistente del gerente general de Pasquarelli Technology Holdings que por cierto era una mísera mierda… y no hablo solo de la paga, sino que del gerente también.

Estuve dando unas cuantas vueltas alrededor hasta que encontré un apartamento en Kendall Square. El apartamento estaba en el piso veinte y estaba solo a 600 dólares al mes. La mujer que lo arrendaba se sorprendió al ver que lo arrendé tan enseguida pero ya estaba harta de buscar y caminar por todas partes con estos malditos tacones de quince centímetros, y como si mi día no pudiera empeorar, la señora me reconoció como la hija de Alejandro y Mariana Sevilla, por lo que no me quedó otra que explicarle la historia completa de lo que sucedía en mi vida, de todos modos ni siquiera me importaba, solo quería que la ancianita se fuera rápido de ahí para poder comenzar a instalar mis cosas.

Espero que le allá gustado no se olviden votar y comentar besos 😘 ~fefa~

&quot;mi odioso jefe&quot;[terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora