mi odioso jefe (cap 7) parte 2

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Capítulo VII Parte 2

Cuando el final del día laboral llegó, el calor había no había dejado de afectarnos en casi nada. Parecía que seguían siendo las dos de la tarde a juzgar por la temperatura, a pesar de que ya eran pasadas las seis.

Mi jefe no me había vuelto a llamar en todo el rato luego del incidente en su oficina, lo que era impresionante, porque no podía vivir sin mí por más de una hora consecutiva. Tampoco vi salir a Candelaria; en realidad, creo que ella se había quedado en su oficina y comenzar a pensar en lo que podrían haber estado haciendo me revolvía el estómago. ¿De verdad habíamos estado a tres centímetros de besarnos o todo había sido parte de mi imaginación hiperactiva? Todavía no estaba muy segura de la respuesta, de lo único que sí estaba segura, era que necesitaba llegar al estudio de danza y bailar varias horas sin parar. No importaba cuánto calor hiciera.

El estudio, como era de esperarse, estaba vacío. Generalmente los entrenamientos eran por la mañana cuando se pronosticaba demasiado calor para el día, sobre todo si estábamos cerca de una competencia y no queríamos que nadie se desvaneciera en pleno entrenamiento.

Ser asistente del que debía ser el hombre más exasperante del mundo no hacía que mis tiempos se coordinaran con mi baile, y eso era un problema cuando eras una profesional que debía dedicarse completamente a su maldita profesión y no perderse los jodidos entrenamientos.

Oficialmente comenzaba a odiar mi vida.

Me vestí rápidamente en los camarines, reemplazando mi ropa de trabajo por pantaloncillos deportivos y una sudadera holgada y fresca para bailar. Hice un poco de calentamiento y luego encendí el estéreo, ensayando los bailes que teníamos que presentar la siguiente semana en un escenario donde nos verían unos dos mil espectadores.

Espectadores que, por supuesto, no iban a incluir a mis padres.

Cuatro horas más tarde, estaba entrenada satisfactoriamente, duchada y vestida, como nueva, y luego cuando recordé que eran las diez de la noche y yo estaba sin medio de transporte propio, todo mi buen humor se esfumó por alguna parte detrás de mi malhumor patentado. El estudio de danza estaba a interminables cuadras de mi nuevo apartamento, me demoraría una hora caminando, si es que no me asaltaban antes de llegar, y si tenía que tomar el transporte público una vez más iba a tener que suicidarme, así que un taxi fue la última opción factible sobrante, y cuando la taxista, una mujer de unos treinta años, comenzó a hablarme de los fabulosos diseños Sevilla, comencé a considerar seriamente lanzarme por la ventana hacia el medio de la calle.

Luego de pagar una buena y enorme cantidad de dinero por el viaje, al fin estaba en mi condenado apartamento, que tenía que ser definitivamente del mismo porte que el baño de la mansión de mis padres, pero ni siquiera me quedaban fuerzas para seguir quejándome sobre eso, así que solo llegué y me tiré sobre la cama, cerrando mis párpados y demasiado abatida como para gastar mis últimos recursos de fuerza cambiándome por ropa de dormir.

El despertador no fue bienvenido cuando sonó al día siguiente a su hora regular, y yo tampoco fui muy bienvenida por Ruggero cuando llegué diez minutos tarde por haberme quedado durmiendo diez minutos más de lo que debía haber dormido. Una parte de mí se sentía aliviada de que él pareciera ni siquiera recordar lo que había sucedido ayer, la otra parte… no tanto.

—Lo siento, no volverá a ocurrir —murmuré cuando él terminó su sermón.
—Algo parecido a lo que dijiste la última vez —frunció aun más el ceño.
—Solo son diez minutos —murmuré con exasperación.
—¿Lo ves? ¡Esa es exactamente la actitud más intolerable que pueda alguien mostrarme! Tienes razón, son solo diez minutos, entonces, ¿por qué no pudiste llegar esos “solo diez minutos” antes?
—Mi auto está averiado, no calculé bien mis tiempos. El taxi no pasaba —mentí.
—Pasan por lo menos unos treinta taxis por minuto en Boston —sus labios se apretaron en una línea recta—. No inventes excusas lamentables, por favor.
—Estoy harta de discutir —murmuré, porque la cabeza me estaba dando vueltas y me ardían los ojos. Estaba lo suficientemente cansada y sumándole a eso que no paraba de pensar en nuestro casi-beso, mis excusas serían definitivamente lamentables—. Ya dije que no volvería a pasar, y no volverá a pasar, solo fue un pequeño percance.
—Pequeño percance —repitió con sarcasmo y suspiró exasperado. Lo miré a través de mis pestañas, sin levantar la cabeza porque no tenía ganas de mirarlo directamente a los ojos; nadie debería verse tan caliente estando enfadado, seguía sin ser justo—. Puedes retirarte, y por favor no olvides que tienes que programar una cita con el gerente de Jordans Inc.
—Sí, lo recordaré —me di media vuelta para irme, pero me giré de nuevo antes de alcanzar la puesta—. ¿Por qué no me ha despedido aún?

Ruggero levantó la vista de los folios que ahora estaba viendo,

—¿De qué habla? —preguntó con indiferencia, volviendo a mirar sus folios.
—Creo que usted lo sabe —me encogí de hombros—. Es algo simple, solo eso… es que en realidad no lo entiendo en absoluto, no lo había pensado, pero considerando que goza del privilegio de echarme y de sermonearme…
—¿Su punto, señorita Sevilla? —preguntó con exasperación.
—Es obvio que ha estado esperando mi más mínimo fallo para despedirme, sin embargo ha habido varios y no lo ha hecho todavía, ¿por qué?
—¿No tiene algo de trabajo que hacer? —arqueó una ceja.
—Es solo una pregunta simple —insistí, sabiendo a ciencia cierta que no era una buena idea.
—¿De verdad quiere saber?

Asentí lentamente con la cabeza y me atreví a enfrentar su mirada. Sus ojos estaban un tono más oscuro de lo normal y me miraban como si él fuera un león y yo un gatito indefenso o su próxima presa, y sinceramente esa mirada me encantaba como me asustaba. Había algo en sus ojos que me decía que yo ya debería saber la respuesta a mi pregunta, pero en realidad no la sabía.

—¡No vas a creer lo que descubrí! —Cande estaba entrando en la habitación con su mirada fija en el celular—. Estaba revisando mi página web y entonces… Oh, lo siento, ¿interrumpo algo?

Quise gritarle que sí, y que era una zorra, y que dejara respirar a Ruggero por un momento, pero Ruggero se me adelantó antes de que abriera la boca y habló con su calma característica, diciéndole que no interrumpía nada, luego me pidió que me retirara. Gruñí algunas maldiciones entre dientes y me retiré de la habitación antes de golpearlo a él y a la otra zorra.

~fefa~

"mi odioso jefe"[terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora