mi odioso jefe (cap 5) parte 2

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Capítulo V Parte 2

Fruncí el ceño y lo miré como si hubiera salido de otro planeta. ¿Estaba, realmente, siendo amable conmigo? Quizás Cecilia tenía razón cuando me había dicho que solo era un estúpido estirado dentro de la oficina y no fuera de ella.

—¿Está seguro de que no será un problema para usted? —pregunté secamente, mirándolo con recelo. Él se encogió de hombros.
—De seguro no más problemas que los que me causa en la oficina.
—Seguro que no —dije con sarcasmo. Él me sonrió, una endemoniadamente sexy y ladeada sonrisa oscura y secreta que podría haber hecho a cualquier mujer suspirar de gozo, pero yo alcancé a controlarme como pude.
—Por aquí —murmuró y caminó a través del aparcamiento hasta un lugar especialmente reservado para él que ponía en el cartel “gerente general” y que estaba lejos de cualquier tipo de loco psicópata, a diferencia del lugar donde estaba mi auto.

Su auto era un lujoso Aston Martin y me produjo una oleada de celos que hizo hervir mis entrañas. No podía creer que ni siquiera me podía permitir un auto que no echara humo a la segunda usada, en cambio él tenía este precioso Ashton Martin sacado de los sueños. No es que fuera mejor que mi Ferrari (o mi antiguo Ferrari), pero estaba bastante segura de que el señor Pasquarelli había tomado en cuenta otros aspectos además de que la marca fuera Ferrari, y no me lo imaginaba en un auto como ése de todos modos, era demasiado estirado.

Y entre ese increíble auto y  Pasquarelli, las mujeres del mundo tendríamos un problema.

Yo ya lo tenía.

Apenas podía caminar bien con mis tacones, así que entré a tropezones al asiento del copiloto, y luego me golpeé contra algún objeto desconocido. Definitivamente todo estaba saliéndome mal hoy.

—¿A dónde, señorita Sevilla? —me preguntó mi jefe cuando estuvo dentro del auto. Tomé una gran bocanada de aire y canalicé mis sentidos en una frase que tendría que comenzar a regir mis días: “Ruggero Pasquarelli no es en absoluto guapo”.
—Kendall Square.
—¿Kendall Square? —arqueó sus cejas hacia mí—. Tus padres realmente se enfadaron, ¿no es así?
—Bastante.

El Ashton Martin volvió a la vida en un rugido, y las luces de adelante iluminaron toda la pared, encandilándome. El señor Pasquarelli puso su brazo en el respaldo de mi asiento, para afirmarse mientras miraba hacia atrás y sacaba el auto de su lugar en reversa. Algún tipo de escalofrío extraño atravesó mi cuerpo y mi temperatura se fue a tope en mis mejillas, y él ni siquiera me estaba tocando, ni un poco en absoluto. ¿Qué sucedía conmigo? Estaba considerando seriamente pedirle que se detuviera en algún lugar oscuro y tirármelo encima, aunque sabía perfectamente que él no estaba pensando lo mismo.

Los hombres eran extremadamente predecibles y obvios, sobre todo cuando se trataba de mirarme el escote o mi trasero, curvas creadas perfectamente gracias a la obra de horas de bailar, de gimnasio y de yoga. Mi cuerpo era mi mejor atributo, y mi jefe no había lanzado ni una mirada hacia él en ningún maldito momento, siempre mirando a mis ojos e intentando intimidarme, como si ya no me intimidara lo suficiente.

Esto era el resultado de no tener sexo en años, simplemente no podía controlarme, él ni siquiera estaba tan bien…

Miré de soslayo a mi jefe, encontrándome con un perfecto perfil que resaltaba sus labios y una nariz recta que se acercaba bastante a la perfección. Se veía sexy manejando, concentrado en la carretera, mientras los músculos de sus brazos se tensaban cada vez que apretaba el volante más de lo normal por alguna razón. Si él no era el hombre más guapo del universo, no estaba muy segura de que ese hombre existiera, entonces.

Ruggero Pasquarelli era el estereotipo de hombre inalcanzable, al menos para mí. Me imaginaba que su chica perfecta sería alguien como Ale, la socia de mi mamá: una veinteañera que había surgido en el mundo de la moda y que había sido la primera de su clase en la prestigiosa universidad de Stanford, en la carrera de Ingeniería Informática y Diseño Gráfico. A una muy corta edad, era exitosa y una chica prodigio por donde se le mirara, además de lucir como una supermodelo internacional con su metro ochenta, su cabello rubio natural y sus curvas de infarto.

Volví mi mirada al frente y solté un suspiro resignado. Sí, definitivamente inalcanzable, pero no tenía nada de malo que me gustara admirar la vista, ¿no era así? Además cualquier tipo de relación con Ruggero Pasquarelli no era algo que me interesara, no con esa actitud, además él parecía odiarme.

Soportarlo hasta que el año terminara iba a ser un problema. Estábamos en Julio, pero en mi familia, considerábamos el “término del año” más como el “término del trabajo”, que daba lugar en mayo, cuando nos tomábamos un mes entero de vacaciones y que era el único mes en que mis padres no estaba ajetreados, pero era también el mes en el que yo tomaba mis vacaciones y por eso jamás podían ver una de mis presentaciones de baile.

—¿Está bien? —pregunté, para llenar el incómodo silencio y porque había notado que sus nudillos estaban blancos de tanto apretar el volante.
—Claro, ¿por qué preguntas? —preguntó él calmadamente, mientras se detenía en un signo pare. Sus manos se relajaron considerablemente y sus nudillos volvieron a su color natural.
—No lo sé, parece como si quisiera estrangular al volante.
—Oh, es solo un mal hábito cuando manejo —se encogió de hombros despreocupadamente e hizo partir el auto de nuevo. Sus ojos marrones se veían oscuros en la poca luz del auto, y eso fue suficiente para distraer mi atención y hacer que soltara un pequeño jadeo involuntario.

Boston era un lío de calor en el mes de julio, pero ahora parecía como si estuviera a 100 °C en el auto.

—Dios, hace calor —murmuré y me recosté en el asiento. El blazer de la oficina podía ser lindo, pero era endemoniadamente caluroso. Había sido horrible usarlo durante todo el día, y aunque en la noche era más soportable, seguía siendo malo.
—Concuerdo contigo, voy a prender el aire acondicionado –Ruggero movió algunos botones y un delicioso aire frío comenzó a expandirse a través del auto.

Ruggero. Comenzaría a llamarlo Ruggero en mi mente, porque su nombre me gustaba y era mucho mejor que llamarlo señor Pasquarelli.

Mis ojos se distrajeron inconscientemente cuando los largos dedos de Ruggero desabotonaron otro botón más de su camisa, dejando gran parte de su esculpido pecho descubierto. Tragué saliva sonoramente y volví mi mirada al frente. Estos iban a ser unos largos veinte minutos.

—Por la entrada de ahí —le indiqué a Ruggero cuando su auto estuvo en mi calle. Él asintió con la cabeza y estacionó el auto frente a la entrada de mi edificio.
—Eh… gracias… por traerme —murmuré, sin saber muy bien qué decir.
—De nada, señorita Sevilla. Tenga cuidado con romperse un pie.

Asentí con la cabeza y salí medio cojeando del auto gracias a mis zapatos rotos. ¿Qué demonios estaba esperando? ¿Qué me preguntara si él podía pasar? Por Dios, eso no iba a suceder, por mucho que lo estuviera deseando, además, en cuanto hube salido del perímetro cuadrado del auto, Ruggero aceleró y se perdió rápidamente en la siguiente calle, como si yo fuera una clase de veneno del que necesitara alejarse lo más rápido posible.

No me odia a mí, odia a la negligencia, por eso me odia.

Mi piso estaba en el número 25, y a pesar de lo que la mayoría de las personas creerían, no tenía una buena vista en absoluto. Estaba en una altura privilegiada, pero ese sector estaba lleno de edificios más altos que obstaculizaban la visión, por lo que la mejor vista que podía obtener era la del chico del piso de al frente ejercitándose en la mañana, además de eso, ni siquiera había un Starbucks cerca.

Tomé una ducha, porque mi día había sido un desastre y generalmente el agua caliente me relajaba, pero en cuanto el agua tocó mi cuerpo, todas mis preocupaciones y molestias se fueran, exceptuando por la que más quería deshacerme: Ruggero Pasquarelli.

Entendía el hecho de que fuera endemoniadamente guapo: los ojos mieles, los labios definidos, las pestañas espesas y el cabello castaño perfecto. Sí, definitivamente era de los hombres más guapos que hubiera visto en mi vida, pero al mismo tiempo, me intimidaba considerablemente, era un maldito arrogante megalómano y petulante y no hacía más que tratar de humillarme e irritarme, y no sabía por qué razón no podía parar de pensar en él.

Me lavé el cabello, tomándome mi tiempo para hacerlo. Siempre era un lío, porque era demasiado largo y abundante, pero al menos era liso en su totalidad y eso le restaba dificultad al trabajo. Cuando comencé a enjabonar mi cuerpo, mi mente fue a viajar inconscientemente a mi nuevo jefe y cerré los ojos, imaginándome sus dedos sobre mi cuerpo. Mmm… largos dedos acariciándome mientras me enjabonaba…

Abrí los ojos exaltada. Mierda. ¿Qué demonios ha sido eso? Necesito dejar de pensar en él, ahora, antes de que esta estúpida atracción se volviera más fuerte.

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~fefa~

"mi odioso jefe"[terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora