13. La preocupación se convirtió en miedo.

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Narra Ángel

Sentir la velocidad aumentando poco a poco era el paraíso para mí en ese momento. ¿El sentimiento de haber traicionado a la chica que amaba? Se esfumaba cada vez que el motor rugía. La pena era que no era mi Camaro, sino no habría quién me parara. A diferencia de mi niño, el nuevo seat que había comprado mi hermano no corría ni la mitad, pero al menos podía desfogarme un poco.

Mi corazón iba a mil por hora y mi cabeza a cuatro mil. Tenía que correr para pensar en otra cosa, en la carretera, por ejemplo. Y es lo que me proponía. 

No quería pensar en las decisiones tan estúpidas que había tomado en mi vida. 

¿Lo peor de todo? Que tenía la mente en la carretera y ni eso lo hacía bien en estos momentos. 

Llevaba hora y algo conduciendo, estaba a punto de dar la vuelta y volver cuando pasó.
No lo vi venir, y no porque fuera precisamente pequeño, sino porque la velocidad y la adrenalina no eran capaces de eliminar todos mis pensamientos como yo pensé. 

Me decidí a adelantar a un skoda justo en el momento en el que un camión de 20 metros pasaba por su carril a una velocidad bastante superior a la permitida. No tanta como la que yo llevaba, pero inadecuada de todos modos. Razón por la cual ninguno de los dos reaccionó a tiempo. 

Por mi mente pasaron todos los momentos que había vivido y de los que me había arrepentido. ¿El último? Las lágrimas de Hel cuando descubrió la verdad.

Sentí un miedo terrible cuando mi coche salió de la carretera y empezó a dar vueltas de campana por una tierra. Dolía como mil demonios. Cada golpe, cada recuerdo, cada corte...

Llevaba el cinturón puesto pero no era suficiente para evitar todos los golpes que mi cuerpo estaba llevando. Cuando el coche se detuvo el mundo estaba al revés.

La sangre no paraba de salir por las innumerables heridas que tenía repartidas por el cuerpo. Aunque yo no estaba pensando en lo mucho que dolía, sino en que podía morir sin arreglar las cosas con Hel. Y no quería morir así.

Pero poco podía hacer contra la oscuridad que acabó envolviéndome.

Narra Hélade

Casi no podía ni respirar, las lágrimas me ahogaban y mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo. 

Mi padre me había ocultado todo este tiempo que realmente mi madre no era mi madre, se había ido y cuando volvió no fue capaz de decirme la verdad. Ni siquiera fue capaz de sincerarse con mi madre. Y tampoco podía olvidar el hecho de que Ángel lo sabía y tampoco me había dicho nada. La forma o el momento en el que lo había descubierto era una incógnita a la que no estaba preparada para enfrentarme. Aún.

Ahora solo quería que todo volviera a su lugar, que mis pensamientos dejaran de atormentarme y que mi padre volviera a la vida para hacerle un millón de preguntas. 

Pero desafortunadamente, esto no iba a ser posible. Por lo que tendría que conformarme con calmarme y averiguar todo lo que pudiera en esa reunión a la que aún seguía teniendo que presentarme. Y esto, a mi pesar, implicaba volver a ver a Ángel y aparentar normalidad. 

Me limpié la cara y abrí la puerta de la habitación, dispuesta a bajar y decirle al traidor que la reunión seguía en pie, pero nada más abrir la puerta me encontré con un pelirrojo apunto de llamar. Sonrió al verme y yo solo fui capaz de hacer una mueca. 

-Supongo que esta es tu habitación.-Le dije mientras gesticulaba para englobar el cuarto.

-Eso creo. Déjame ver el cajón de los calcetines y te respondo.-Puse una mueca que quería mostrar lo confusa y extrañada que estaba ante eso.

-¿Calcetines?-Él asintió y entró en la habitación. Caminó hasta la mesilla y abrió el segundo cajón. En él pude ver su pistola y su cartera. Pero a él no le interesaba sacar eso, sino el par de calcetines que había debajo de la pistola. Sonreí al verlo.

-Voilà. C'est ma chambre.- Meneó los calcetines de mostachos que sostenía y sonrió.

-Gracias.

-No hay por qué darlas.-Pero en realidad si había razones suficientes para hacerlo. 

Alex era ese amigo que siempre intentaba hacerme reír, como ahora. Que siempre se preocupaba más por mí que yo misma. Alex era...bueno, como un novio pero sin el sentimiento de amor que eso conlleva. Solo un profundo cariño y la sensación de que es una parte de mi familia, como otro hermano más.

-Sabes que sí.

-Bueno, quizá si.- Lo dijo con un tono tan parecido al del chico que se presentó en mi casa tiempo atrás con el pelo rosa que no pude evitar sonreír aún más. Todos habíamos cambiado durante este tiempo juntos, pero él seguía siendo ese chico que intentaba que todos se sintieran bien y cómodos. Él había conseguido "cambiar" sin dejar de ser él mismo. 

-Necesito hablar con el imbécil de mi novio, o ex-novio. La verdad es que no lo tengo claro.-Suspiré, dándome cuenta de que realmente no sabía qué hacer con eso. Me sentía traicionada, sí. ¿Pero realmente debía reprochárselo? Si mi padre no había dejado que ni mi madre ni yo lo supiéramos podría haber amenazado a Ángel para que no dijera nada. O...no sé, tengo que hablar eso con él cuando pase todo esto.

-Si, bueno...el caso es que...-Cerré los ojos. Sabía lo que venía ahora. No era la primera vez que lo hacía y seguramente no sería la última.

-Ha huido en el coche, ¿verdad?- Miré al pelirrojo, quién asintió con una mueca que indicaba a la perfección que había dado en el clavo. - Idiota.- Dije más para mí que para él.

No podía entender el afán que tenía mi querido novio por huir en el coche cada vez que tenía problemas, cada vez que se sentía mal. Pero ese era él y no podía hacer nada más que esperar a que volviera para poder hablar con él.

Bajé al salón, donde estaban todos, incluido Miguel. Se me quedaron mirando como si esperaran una reacción por mi parte que no estaba dispuesta a dar. Nada de lágrimas a partir de ahora si podía evitarlo. 

Acababa de decidir que dejaría de ser la víctima y que empezaría a buscar respuestas. A tomar la iniciativa en mi vida. Y quizás volvería a retomar la carrera si salía de este lío con vida.

Pero también había decidido que ellos eran ahora mi familia, y tenían derecho a saber por qué había salido corriendo escaleras arriba en un mar de lágrimas, así que se lo conté a todos. Dándome cuenta de una cosa: el otro hermano no se inmutó ante la noticia, así que había otro traidor en nuestras filas con el que debería tener una conversación más adelante. 

Al parecer se me acumulaban las conversaciones con Marcos.

Las horas pasaban y no había noticias de Ángel, por lo que empecé a preocuparme. Nunca tardaba tanto en volver...

Mi teléfono sonó unas tres horas después de la pelea, y en ese preciso momento fue cuando la preocupación se convirtió en miedo.

La llamada era del hospital.

~Mi Lucifer~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora