25. Te di mi confianza y la traicionaste II

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Minutos antes...

Narra Ángel

El o la imbécil que me había secuestrado también había secuestrado a Alex y Marcos. Supongo que a los demás no pudo encontrarlos. Porque me niego a pensar que hayan muerto.

Estábamos los 3 en la parte de atrás de una furgoneta blindada, acompañados de un solo hombre armado, con una capucha que nos impedía reconocerlo.

Lo único que podíamos hacer era mirarnos los unos a los otros mientras intentábamos soltar nuestras ataduras, salvo que estaban rematadamente bien hechas.

Tras varios intentos desistimos y nos dejamos llevar a donde quisieran trasladarnos. Para mi, no tan, sorpresa, la furgoneta se paró y las puertas se abrieron, dejándonos ver la mansión de los Baggio. Genial.

Nos bajaron a los 3 y a mis compañeros se los entregaron a 5 hombres armados y uniformados como la seguridad de Baggio. Mientras que a mi solo me entregaron a un hombre, el cual venía con mi hijo a un lado. No entendía nada, y no me gustaba que mi hijo me viera así.

La tortura duró poco, puesto que el hombre me agarró bruscamente del brazo y me hizo caminar en silencio a través de la casa hasta llegar al sótano. Allí escuché la voz de Elisabeth antes incluso de verla. 

Cuando la tuve en mi campo de visión pude comprobar que era ella, y que quien la acompañaba, ya esposada, era la madre de mi hijo. Quise avisarle, pero la mordaza me lo impidió. El disparó impactó en su omóplato.

-Suéltala y no le pasará nada.-El hombre habló alto y seguro, haciendo que ella se girara.

-Te di mi confianza y la traicionaste. ¡Maldito bastardo! ¿Qué te han dado por esta traición?

-Más de lo que tú podrías darme.-Escuché cómo quitaba el seguro a su pistola y decidí que ya era hora de liberarme. O al menos de evitar que la madre de mi chica muriera en ese momento. 

Con la rapidez de un ninja me giré hacia él y le propiné el mayor cabezazo que pude. La pistola se disparó hacia la nada y él retrocedió un paso. Tiempo suficiente para que mi rodilla colisionara contra sus partes bajas. Muy rastrero, sí. Pero eficaz. Ese movimiento me dio el tiempo suficiente para darle otra patada en la mano que sujetaba la pistola y hacerla caer al suelo. La mandé en dirección a Elisabeth, quien la recogió sin dejar de mirar a Fiorella, pendiente de que no huyera.  Le di un último golpe al hombre y salí corriendo en dirección a las señoras, quienes se habían ido de la habitación. Cuando llegué a su lado vi a Elisabeth haciendo una llamada. Era Hélade. Quería gritarle que se fuera, que huyera, pero no hizo falta, su madre lo hizo por mi.

Cuando terminó de hablar me soltó tanto la mordaza como la cuerda que ataba mis manos y aunque picaba un poco, agradecí la libertad.

Ahora que Hélade estaba avisada, solo quedaba averiguar qué había sido de Stefano y dónde estaban mis amigos para poder irnos de allí.

~Mi Lucifer~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora