24. ¿Y ahora qué?

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Narra Ángel

Había llegado el día, hoy acabaríamos con los hermanos Baggio y encarcelaríamos a la madre de mi hijo, la cual había mandado matar a la familia de Alex, entre otras cosas.

El plan había cambiado por completo. Recientemente nos habíamos enterado de que ambos hermanos iban a cerrar un trato sobre un cargamento de drogas en un almacén abandonado a las afueras de la ciudad. Así que habíamos sido más rápidos e inteligentes. 

A espaldas de Elisabeth, por temas legales y esas cosas habíamos comprado un cargamento del explosivo c-4 y habíamos procedido a colocarlo, 5 horas antes de la entrega, por los puntos fuertes del almacén, por las columnas que soportaban el peso de la estructura, etc,etc. Disponíamos de un detonador a distancia, estaba todo milimétricamente calculado. En definitiva, era un plan perfecto e infalible del que nadie saldría con vida.

Mientras Elisabeth seguía pensando que el plan era atacarlos por separado nosotros habíamos trazado otras pautas. Y las estábamos siguiendo a la perfección. 

Elisabeth se fue con sus hombres a la casa de Baggio, a esperar a que le diéramos luz verde para entrar y llevarse a Fiorella. Así que solo quedaba esperar.

Mi hermano, Alex y Damián se habían quedado en el coche como refuerzo por si algo salía mal, mientras los demás estaban conmigo escondidos entre los árboles para cerciorarnos de que todo salía bien.

Los hombres de Georgio llegaron primero, encabezados por él. Entraron en el almacén y solo tuvieron que esperar 10 minutos para que los traficantes aparecieran. También entraron. Al igual que los hombres de Stefano, que llegaron segundos más tarde. Pero algo iba mal.

Él no estaba por ninguna parte.

Julio salió de entre los árboles y me trajo las noticias que le había mandado a buscar.

-No está por ninguna parte, ¿Qué hacemos?-Por un minuto pensé en Hélade, en que se había quedado sola en la fortaleza con 3 hombres de Elisabeth y temí que fuera allí donde estuviera el italiano. Pero lo deseché rápidamente como una probabilidad. Era imposible que la hubiera localizado.

-Esperaremos un minuto. Si no ha aparecido voladlo. Lo encontraremos.- Julio asentió y regresó a su posición. Yo, por mi parte, me aparté de allí y saqué el teléfono. Marqué el número de Hélade.

Primer pitido. Nada. Segundo. Nada. Empezaba a ponerme nervioso. Tercer pitido. 

-¿Ya está? ¿Estáis todos bien?- Sonreí. Escuchar su voz me tranquilizó como nada en el mundo podía.

-Casi.-Dije, y nada más terminar la palabra los explosivos hicieron su trabajo.-Te tengo que colgar, nena. Luego hablamos, voy a cerciorarme de que esos gusanos ya no puedan comer más.-Oí su risa a través del teléfono y sonreí. Ya estaba hecho. Colgué y volví donde deberían estar los demás.

Y digo deberían porque allí no había nadie. Fruncí el ceño y caminé hacia el edificio en llamas.

El calor empezaba a secar mi piel con cada paso que daba hacia el almacén, pero me daba igual. Quería encontrar a mis amigos y cerciorarme de que los hermanos habían muerto. 

Salvo que mis amigos no estaban por ningún lado.

Lo que sí encontré, para mi desgracia, fue el sabor de la tierra húmeda y el dolor provocado por un golpe en la nuca.

Intenté levantarme, pero alguien se sentó sobre mi espalda y ató mis manos para posteriormente amordazarme y cubrir mi cabeza con un saco.

Genial. ¿Y ahora qué?

~Mi Lucifer~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora