Narra Hélade
Habían pasado 6 horas desde que los chicos se habían ido, 4 desde que lo había hecho Elisabeth. Y exactamente 50 minutos desde que había hablado con Ángel. Estaba empezando a preocuparme...debería haberme vuelto a llamar cuando estuvieran de camino a casa, que si todo había salido como habían previsto, deberían estar ya de camino. Pero no había llamadas.
Mi teléfono no sonaba. Nadie hablaba. Dos de los tres hombres que se habían quedado conmigo estaban haciendo guardia por toda la casa, mientras el tercero estaba apostado en la puerta de la sala en la que me encontraba. Yo, por mi parte, estaba tumbada en el sofá, con la tele apaga y el móvil pegado a la mano para contestar rápido la condenada llamada que no llegaba.
¿He dicho ya que no llamaban?
De verdad, estaba empezando a preocuparme. Ni siquiera Elisabeth me había llamado para contarme que había detenido a Fiorella. Era todo tan extraño...tenía una muy mala sensación...Las cosas, otra vez, no estaban yendo como esperábamos.
-Señorita, tiene una llamada.-Era uno de los hombres que hacía guardia en el resto de la casa. Su perfecta barba estaba meticulosamente arreglada para darle un aspecto de sobriedad, mientras su pelo estaba ligeramente despeinado, seguramente de los paseos y el aire que se estaba dando por mi. Era el superior de los 3 hombres, por lo que no me sorprendió que Elisabeth lo llamara a él.
-Claro, pásamela.-El hombre me acercó su móvil y se retiró junto al otro hombre, al cual le debió ordenar que lo reemplazara en su guardia, porque nos dejó solos.-Dime.
-Vete de ahí, ahora mismo.-Sonaba cansada, como si hubiera estado corriendo con una piedra de 20 kilos a la espalda.
-¿Qué? ¿Por qué?
-No puedo hablar ahora mismo, sólo obedece. Sigue a Ricardo, él sabe dónde tiene que llevarte. Y no intentes contactar conmigo ni con nadie, Hélade. Por favor.
-Pero...-Y solo pude escucha el sonido que indicaba que la llamada había finalizado. Miré al hombre de barba, que ahora sabía que se llamaba Ricardo, y me levanté.-¿Sabes algo?
Silencio.
Al parecer era todo lo que iba a obtener hoy. Nada de respuestas, tan solo un cruel, frío y aterrador silencio.
10 minutos antes...
Narra Elisabeth
Las cosas se habían complicado más de lo que podría esperar. La casa estaba abarrotada de hombres armados que salían de hasta debajo de las piedras. Era una trampa. Ya sabían que vendríamos. Así que este era el final. Para ellos o para mí, y sinceramente no tenía pensado morir sin conocer a mi nieta. Lo malo es que quizá no pudiera cumplir el pacto con Ángel, quizá Fiorella muriera hoy.
Pero el romper un trato no era en lo que debía pensar, sino en sobrevivir. Y eso hice.
Reorganicé a mis hombres y tras muchas patadas, tiros y bajas por ambos bandos lo conseguí.
Había llegado hasta ella.
Se encontraba en una habitación en el sótano, abrazada a su hijo y con cara de fingido miedo. Había 6 hombres rodeándola, todos armados y apuntando a nuestras cabezas. Pero nosotros hacíamos lo mismo con las suyas, salvo por la pequeña diferencia de que les superábamos en número.
-Soltad las armas y tendremos en cuenta vuestra cooperación.-Como esperaba no movieron ni un dedo. Suspiré.- Como queráis.-Les hice un gesto a mis hombres, los cuales entraron ordenadamente en la habitación y los hicieron retroceder hasta quedar congregados en el centro de la habitación.
Lo que pasó a continuación fue un mar de balas y sangre, perdí 3 hombres, ellos perdieron 5. El único hombre que quedaba soltó el arma y fue a intentar socorrer a otro que yacía en el suelo con una herida de bala en el hombro izquierdo y otra en la pierna. Fiorella, que tapaba los ojos del niño para que no viera la sangrienta escena, se levantó y avanzó con paso firme hacia mi.
-No toques a mi hijo e iré contigo.-Mi boca casi cae al suelo ahí mismo. La perra tenía algo de corazón. Y podría haber evitado todas esas muertes.
En fin.
Asentí y le indiqué a uno de mis hombres, un hombre de metro ochenta, pelo negro y ojos marrones, que se hiciera cargo de su hijo y lo sacara de allí mientras yo ponía esposas en las muñecas de la italiana. Todo estaba saliendo relativamente bien, lo que no me gustaba un pelo.
Una vez que el niño estuvo fuera de la habitación golpeé en la cara con el arma a Fiorella, por puro placer. Sí, es algo que no debo hacer. Pero no pude controlarme.
-Queda arrestada por asesinato, tráfico ilegal de armas y otros cargos. Todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Si no consta de aboga..-El sonido de un disparo me interrumpió.
El dolor se hizo presente cuando me percaté dónde había parado la bala. En mi omóplato izquierdo. El dolor empezaba a ser inaguantable cuanto más consciente era de la herida.
Me giré, arma en mano y no podía creer lo que estaba viendo.
-Suéltala y no le pasará nada.-Era el hombre que había sacado de la habitación a Luca, quien ahora tenía a Ángel frente a mi, con una pistola apuntando a su cabeza.
-Te di mi confianza y la traicionaste. ¡Maldito bastardo!-Fue lo único que pude decir. La impotencia me llenaba de ira y la ira de venganza.-¿Qué te han dado por esta traición?
-Más de lo que tú podrías darme.-Quitó el seguro a su pistola y tragué saliva. Esto no podía ir peor.
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~Mi Lucifer~
Romance¿Acaso pensaba de verdad que esto había acabado? Es decir, matamos al malo, claro. Pero el problema está en que todo malo tiene un padre que la mayoría de las veces le enseñó todo lo que sabe. Y esta, para mi desgracia, no es la excepción. Si, es...