52. Rebecca.

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La forma en la que sus ojos color verde esmeralda penetraron los míos, llenos de odio y rencor, la forma en la que su quebrada voz aclaró que no quería volver a verme, realmente me hacía pedazos. La culpa me carcomía el corazón. Sabía perfectamente lo que dolía separarse de algo a lo que te has aferrado. Sabía lo difícil que eso era.

Me sentía el ser más despreciable que había pisado la Tierra. Me sentía un monstruo, lastimando a la persona que más quería en el mundo, a la única persona a la que jamás hubiera querido lastimar.

-¿Estás lista, Becca?- preguntó mi padre.

Yo sólo asentí con frialdad. Ni siquiera quería mirarlo. Era tanta la impotencia y el odio que guardaba hacia él ahora que me quemaba.

Antes de que pudiera darme cuenta, el auto había arrancado en dirección al aeropuerto. Ahogué un par de lágrimas y levanté mi frente en alto. «Es lo mejor que puedes hacer, Rebecca» me alentaba mi subconsciente, mientras respiraba hondo y trataba de aceptarlo.

Una lluvia intensa caía sobre el gris cielo de Londres, empañando las ventanillas del auto en movimiento. Dejé salir un suspiro. Probablemente, serían las lluvias una de las cosas que más extrañaría de la ciudad. Me recordaban a esa noche, a esa perfecta noche donde todo comenzó. Esa noche, en aquella fiesta dónde él me cubrió con su chaqueta de cuero y me cuidó de la tormenta.

Mi estómago se revolvió cuando pasamos frente al famoso "Oliver's bar". Oh, ¿cómo podría olvidarlo? Si fue allí dónde los labios de Harry se juntaron por primera vez con los míos, sellando con un beso, el principio de una historia. De una historia de amor que hoy, había llegado a su fin.

Una lágrima rodó por mi mejilla, pero ahora que me encontraba fuera del auto y bajo la feroz lluvia, pasó desapercibida.

Escurrí un poco mi mojado y largo cabello castaño, una vez que estuve dentro del amplio aeropuerto. Lo acomodé en una desprolija trenza de lado y revisé que toda mi documentación estuviera en orden.

Fueron menos de treinta minutos los que esperé, jugando con mi teléfono, hasta que una voz femenina y de propaganda anunció que mi vuelo saldría en menos de veinte minutos. A estas instancias, era tarde para arrepentirse de cualquier cosa que no hice. «Es la hora.» me dije a mí misma, parándome del asiento.

-Espera.- me frenó mi padre cuando me vio alejándome sin decir nada. Porque, ¿qué iba a decirle? Lo único que deseaba era irme lejos de él y en lo posible, no verlo en mucho tiempo.

-¿Qué?- dije neutra.

-Perdón. Perdón por todo.- bajó su cabeza, haciéndome saber que enserio se arrepentía.- Fui un idiota contigo, hija. Y me odio por eso. No tienes idea cuánto desearía en este momento volver el tiempo atrás y empezar todo de nuevo. Y sé que es tarde para arrepentirse de no haberte prestado la atención que merecías, o no haberte tratado como debía. Pero aún puedo desearte lo mejor. A ti a tu madre, enserio deseo que ella se ponga bien, y sé que lo hará porque es una mujer fuerte... igual que tú.- sonrió sinceramente- Y si algún día decides volver... te esperaré con los brazos abiertos y dispuesto a no cometer los mismos errores de nuevo.

Se acercó a mí y me abrazó. Yo no lo detuve, simplemente me quedé inmóvil, sintiendo un nudo en mi garganta. Después de todo, el era mi padre. Moví mi brazo apenas un poco, siguiendo pobremente su abrazo.

-Voy a extrañarte, Bequi.- dijo con los ojos húmedos.

No pude evitar que una sonrisa de lado se formara en mi rostro al oír la forma en la que me había llamado. "Bequi" es así cómo solían decirme mi madre y él cuando era una pequeña, su pequeña.

-Adiós...papá.- musité con una fría y cortada sonrisa, para luego desaparecer entre la multitud en busca de mi vuelo.

Inútilmente, busqué entre la gente una cabellera rizada y un par de ojos verdes, acompañados como siempre de esa perfecta sonrisa que causaba mariposas en mi estómago. Claramente, él no estaba allí. No era cómo las películas románticas de Hollywood dónde el protagonista corre en busca de su amada, para no dejarla ir, ella se da cuenta que tampoco puede dejarlo y corre a sus brazos. Un típico final feliz. Pero era cierto, esas cosas no pasaban, por lo menos, no a chicas como yo.

Fue cuando subí al avión y me acomodé en mi asiento acolchonado, que reflexioné sobre todo lo que había vivido en Londres. Recordando cada uno de los momentos que viví con él. Sin duda, momentos que jamás quisiera olvidar. Y aunque quisiera, no podría. Porque, ¿cómo se olvida a alguien que te dio tanto para recordar?

Ojalá hubiera podido ser tan valiente como para quedarme y luchar por lo que amo. Pero era sólo una cobarde, una niña pequeña, indefensa en un mundo de mentiras y sufrimiento. Creyendo que todo sería más fácil con el amor.

Ojalá él tampoco me olvide. Ojalá podamos ser capaces de recordar nuestra historia con una sonrisa, acordarnos de esto y sonrojarnos pensando que fuimos perfectos, que estuvimos bailando sobre las nubes mientra esto duró, que no hubo nada como nosotros, nada como él y yo... juntos.

Guau, eso sonaba como el final de todo en mi cabeza. Sin embargo, algo en mi corazón insistía que esto aún no había terminado. Y entonces una pregunta invadió mis pensamientos: ¿volveré a verlo?

RudeBoy |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora