27. Harry.

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Mi sonrisa se esfumó por completo al sentir el pequeño cuerpo de Becca, tendido sobre el mío. Sus ojos estaban clavados en los míos. Su respiración era irregular, al igual que la mía. Y maldición, la tenía tan cerca que se estaba volviendo irresistible para mí. Mis ojos buscaron sus labios, ligeramente abiertos. Ella hizo lo mismo, su mirada se posó en mis labios. Sonreí de lado. Mordió su labio inferior. No, no iba a resistirme un segundo más, simplemente no podía.

Intenté levantar mi cabeza para acercar mi boca a la suya. Mis ojos se iban cerrando a medida que me acercaba a ella. Ella, en cambio, se había quedado estática. La vi tragar saliva con fuerza. Mis ojos volvieron a abrirse, estábamos aún más cerca, el cuello me dolía pero no me importaba. La examiné con cautela, buscando en ella alguna imperfección, pero no, no existía ninguna. No para mí.

Quería besarla, enserio quería besarla. No iba a dejar pasar esa oportunidad. Pero entonces ella empezó a reír. Su risa era escandalosa, y despreocupada. No era una risa de comercial, no era una risa perfecta, pero aún así, me volvía loco. Trataba de comprender el motivo de la misma. La miré con el ceño fruncido, pero su risa fue contagiosa y empecé a reír con ella, aún confundido.

-¿Qué te da tanta risa, gatita?- pregunté.

-¿Acaso no lo ves?-dijo sin poder siquiera respirar- Míranos, mírate. ¡Estás lleno de barro, estoy sobre ti! Admítelo, es gracioso.

Se levantó con torpeza, ya que casi vuelve a caer. Su risa seguía apoderándose de ella. Extendió su mano para levantarme. La miré durante unos segundos frunciendo el entrecejo. Tomé con fuerza su mano y tiré de ella hasta que cayó a la tierra mojada. Esta vez, justo a mi lado. Era injusto, ella también tenía que mancharse de barro.

-¡Oye!-gruñó divertida.

No respondí nada más que una pequeña risita. Nuestras respiraciones comenzaron a calmarse, ambos mirábamos al cielo.

-Desde aquí se ven mejor las estrellas- dijo en un tono más bajo, sin dejar de mirar el estrellado manto de la noche.

Asentí, aunque ella no lo notó. Me dediqué a mirar su perfil. Su nariz era respingada y fina, sus pestañas eran largas y oscuras, resaltando así sus cautivadores ojos color miel.

¿Cuánto tiempo había estado mirándola? No podía saberlo, ella simplemente me hipnotizaba.

-Les doy tres minutos para irse antes de que llame a la policía, jovencitos- dijo una voz cansada y ronca muy cercana.

Se trataba del viejo guardia del cementerio, llevábamos ya mucho tiempo allí. Me levanté con agilidad y ayudé a Becca a levantarse.

-Sí, vamos, llévate a tu novia también. Fuera, fuera.- dijo detrás de nosotros el anciano al ver que nos alejábamos.

Reí por lo bajo al escuchar la palabra "novia" y al ver cómo ella se sonrojaba absurdamente.

Salimos de aquél lugar. Caminábamos de la mano, y recién me daba cuenta de eso. Había sido cómo una necesidad. La necesidad de saber que ella estaría a mi lado, la necesidad de protegerla.

Al parecer ella tampoco lo había notado, y apenas lo hizo la soltó rápidamente. Volví a reír burlonamente ante su actitud infantil. Me miró y desvió su vista, estaba más nerviosa de lo común.

-¿Por qué me sueltas, mi amor?- dije en tono burlón.

-Cállate, tonto.

La miré, ésta vez con ternura. Sí, aquél "tonto" me había parecido el apodo más adorable que jamás había escuchado. Tragué saliva.

-Hace frío- dijo abrazando su propio cuerpo lleno de barro.

-Vamos, te acompañaré hasta tu casa- respondí rápidamente.

La tomé por la cintura y la guié para encaminarnos hasta su casa, la cuál se encontraba a muy pocas cuadras. Ella se detuvo en seco. Giré a verla, confundido.

-Harry, yo... no quiero volver a casa... -me miró apenada- ya sabes la.... discusión con mi padre, preferiría...-tartamudeó- ¿Habrá algún problema de que vaya a tu casa, por esta noche?

RudeBoy |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora