24. Harry.

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Ahogué otro suspiro frustrado. Jamás quería ser parte de su empresa, no quería ser un tipo como él. No quería llegar a eso. Una persona fría, calculadora y ambiciosa, malditamente ambiciosa.

-Papá, saldré un rato a tomar aire- grité desde la parte baja de la casa.

No obtuve respuesta, supuse que ya se encontraba tumbado en su escritorio, o con el teléfono haciendo cualquier cosa que sea más importante que hablar un rato con tu hijo.

Necesitaba aire, me agobiaban los pensamientos. Salí de casa en una caminata, sin ningún rumbo fijo. La humedad de las calles se sentía en el frío del ambiente. Metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta negra de cuero. Aún no oscurecía completamente, pero la luz del sol se escondía de a poco detrás de unas grises nubes que nos avisaban unas futuras lluvias.

Casi sin darme cuenta estaba allí. Otra vez en ese escalofriante, pero aún así tranquilo y admirable lugar. Justo detrás del cementerio, entrando a ese espacio parecido a un diminuto bosque.

Me sentía solo, vacío. Sabía que mi padre no era mi único problema en este momento, tampoco lo era solo el hecho de que próximamente sería la "decepción de la familia". No, había algo más. Nunca me había sentido incompleto.

El ruido de unos angelicales y tímidos sollozos interrumpieron mis pensamientos. Presté más atención para saber de dónde provenían estos. Atravesé un corto camino entre árboles altos, para luego encontrarme con una pequeña figura sentada sobre un tronco de madera cortado. Su cabello castaño y largo, ondulado en lo bajo, y esa perfecta silueta de espalda, imposible no reconocerla. Mantenía su vista al frente, y de espadas a mí, sus manos notablemente abrazaban sus piernas dobladas. Era ella. Pero, ¿por qué lloraba?

-¿Becca?-pregunté para que me viera.

Giró su cabeza y rápidamente la volvió al frente. Pude darme cuenta que intentaba secar con sus mangas sus lágrimas. Se repuso lo más que pudo y volvió su vista a mí.

-¿Qué haces aquí, Harry?-su voz se quebró un poco.

Sentí que mi estómago se revolvía al escuchar la forma en la que ella pronunció mi nombre. La vi relamer sus labios y contener algunas lágrimas.

-¿Qué pasa, gatita?- interrogué con dulzura, acercándome a ella.

-No es nada- sonrió abiertamente.

-Te conozco, gatita. Puedo ver que estás mal, incluso cuando ríes. Lo puedo ver en tus ojos- aseguré mientras la tomaba del rostro con cuidado, acercándola a mí.

RudeBoy |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora