Capítulo 48

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    - Nos vemos mañana – se despide Chester, tomando rumbo a la salida.

Sus compañeros se despiden de él, viéndolo partir.

    - ¿Han notado que Carroll se va después de clases todos los martes y jueves? – inquiere Alemán.

    - Sí, una vez lo comenté – responde Stinson.

    - ¿Y que a la hora de la comida siempre es pan lo que trae? – agrega Beth. Ganándose las miradas confusas de los demás -. No viene al caso, pero me da curiosidad.

    - ¿Qué hace esos días, Rei? –le pregunta Morrison a la chica, tomándola por sorpresa.

    - No lo sé – responde tímidamente -. ¿Por qué crees que lo sé?

    - Es que tú y Carroll tienen una enorme confianza – contesta encogiéndose de hombros.

Stinson lo mira con reproche.

    - Tal vez está metido en drogas – argumenta -. No me miren así, vean los hechos. Se la pasa sonriendo sin ninguna razón – levanta el pulgar -, devora alimentos con alta cantidad de levadura y no engorda – levanta el índice -, y desaparece de repente – levanta el dedo medio -. Eso son indicios de drogas.

    - Que gran idiotez – le reprocha Morrison, con severidad -. Deja los celos.

    - ¿Qué tal si lo seguimos? – propone Beth.

    - No creo que sea correcto – dice Alemán -. Seria invadir su privacidad, si no nos ha querido decir es por algo.

    - Drooogaaas.

Chester camina evitando a la multitud que se aglomera en la entrada de la estación del metro. Gracias a sus auriculares, colgando de sus orejas, está absorto de lo que lo rodea, por ello no se da cuenta que cinco individuos los siguen desde unos cuadras atrás.

    - Espera el metro, ese es su medio de transporte – dice Beth, escondida detrás de un pilar viendo a Chester esperando el metro.

    - Por supuesto, el submundo, donde nadie podría verlo comprándola.

    - Deja esa estupidez. Ches usa el metro porque es rápido, tiene los mapas de cada ruta – dice con sorna -. Además, no sabe irse en autobús.

Sus cuatro amigos la miran fijamente.

    - Me lo dijo una vez que nos fuimos juntos.

Chester dibujaba todo lo que ve en el vagón del metro, sin darse cuenta que lo observan desde el otro vagón.

    - Pensándolo bien – anuncia Morrison -, no sé a dónde vamos con esto.

    - Les dije que era mala idea – dice Alemán.

    - Alguien llámenlo a su celular y pregúntele a dónde va – sugiere Morrison.

    - Chester no tiene celular. Dice que es una distracción que corta la libertad y emboba la mente.

Los ojos de cuatro compañeros dan con una Rei que está viendo por la ventana.

    - Me lo dijo una vez – dice sonrojándose.

Chester cruza en una esquina, saluda a una señora que, tranquilamente, barre la entrada de su casa. Ambos cruzan palabras unos instantes, el chico se despide de la señora y continúa su camino, deteniéndose en una panadería.

    - Eso explica el misterio de los panes – comenta Beth al verlo entrar.

    - No es ningún misterio – le reprocha Stinson -. Simplemente compra panes  y ya.

Cinco minutos. Diez minutos. Quince minutos.

    - Me cansé de esperar – se queja Stinson -. Lleva mucho tiempo ahí y no sale. O entramos o nos vamos.

Los chicos entran a la panadería, por ninguna parte ven a Chester. Stinson señala a la cajera, en la vidriera están surtidas las galletas que suele comer Chester, las que tienen apariencia de croquetas de perros.

    - Otro misterio resuelto – susurra Beth.

Una señora, sentada en una mesa cercana a la caja, ve a los chicos con cierta curiosidad.

    - ¿Son amigos de Chester?

El grupo se miran unos a otros, sin estar seguro si es con ellos la pregunta.

    - Sí, lo somos – responde Morrison, dudando.

    - Está trabajando, termina a las 7 de la noche – anuncia la señora.

    - ¿Chester trabaja aquí? – pregunta Beth.

La mujer los mira sin comprender.

    - Chester es mi sobrino – les confiesa la señora a los chicos. Los seis se agruparon en una mesa para charlar -, trabaja los martes, jueves y sábados. Ese fue el acuerdo al que llegamos.

    - ¿Cuál acuerdo? – pregunta Rei.

    - El trabaja esos días aquí, y a cambio, yo pagaría sus estudios, con ayuda de la beca, y el apartamento donde vive.

    - ¿Vive en un apartamento? – preguntan todos a la vez.

    - Sí, está aquí a unas cuadras – dice señalando a una dirección -. ¿Acaso Chester no les ha dicho nada?

Todos niegan con la cabeza.

    - Ese chico sigue siendo toda una bóveda – la mujer suspira -. Al menos veo que hizo amigos, eso me alegra.

    - ¿Chester no suele hacer amistades? – pregunta Beth.

    - Si las hace, es que – la señora titubea antes de contestar -. Es algo complicado. Mejor que se los cuente él – le hace una seña a un chico detrás del mostrador -. Llama a Chester un momento.

Al minuto, de una puerta detrás del mostrador, Chester aparece, lleno de harina y con un delantal.

    - Me agarraron con las manos en la masa – bromea Chester.

Dibujando SonrisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora