Capítulo 49

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El sol del domingo brillaba con todo su esplendor, el clima cálido y la brisa fresca hacían del día un tanto especial. Las calles se bañaban con las sombras de los edificios, donde los peatones se ocultan para escapar de los rayos del sol. Oculto entre las sobras, un chico, espera de pie la llegada de una persona.

El ascensor se detiene en la 8va planta, de su bolsillo trasero saca las llaves, la introduce en la cerradura de la puerta, abriéndola, entra dándole paso a los demás.

    - Los invitaría a sentarse, pero no hay donde sentarse – comenta con gracia.

Sus compañeros inspeccionan el lugar, no es muy grande, la luz del sol entra por una ventana, más allá dos puertas, en un rincón una pequeña nevera, en lo que parece ser la cocina.

    - Así que, ¿aquí es donde vives? – inquiere Morrison.

    - Sí – confiesa -. No es muy grande. Esa puerta de ahí – dice señalando la puerta a su izquierda – es el baño. Ésta otra es donde duermo – una sonrisa adorna su cara -. Creo que no necesito mucho.

    - No cocinas mucho, ¿verdad? – interroga Beth, viendo hacia la nevera.

    - No. No se cocinar – admite -. Desayuno, almuerzo y cena, lo compro en el trabajo.

El lugar es oscuro, mal iluminado, el único lugar iluminado es donde se ubica la ventana. La luz ilumina los pies del chico.

     - Cuando querías algo lo dibujabas. Si quieres un televisor, pero no lo tienes, lo dibujas – Stinson señala a doce hojas pegadas en la pared, formando el dibujo de un televisor.

    - Ah, eso – dice con gracia, rascándose la frente -. Eso lo hice un día que estaba aburrido. Me pareció divertido – señala a un rincón detrás de ellos -. Aquel también es gracioso, practico para ser mimo – el dibujo de una silla.

Rei lo enfrenta con la mirada, mirada que él evita.

    - Chester – lo llama. Su voz suena dura, con cierto tono de molestia, pero a la vez es cálida -. ¿Por qué nunca me dijiste que vivías así?

Chester duda para contestar.

    - No sé – responde sinceramente -. Nunca pensé que llegaríamos a formar una amistad, todo fue tan repentino. Al principio te quise ayudar con lo del piano, luego llego lo del club, nos ocupamos tanto en mantenerlo que se me paso por alto.

    - ¿Se te paso por alto? – repite, incrédula -. Nos vemos cinco días a la semana, en ocasiones seis – esa confesión confunde a sus otros compañeros -, ¿y dices que se te paso por alto?

    - Lo siento – suplica -. Me enfrasque tanto en ayudarte con tu problema que olvide los míos.

     - ¿Cómo puedes olvidar los tuyos? – lo confronta Rei. Sus ojos se ven llenos de dolor -. Mis problemas no están por encimas de los tuyos, ni de ninguno aquí presente, no soy el centro del universo, ni la protagonista de una historia.

Chester sonríe, mirando la ventana.

    - Lo sé, lo sé. Es que no quería envolverte en más problemas, ya tenías mucho de que preocuparte.

    - Eso es absurdo – chilla Rei.

    - ¿Vives solo? – pregunta Morrison, al ver el estado de Rei.

    - Creo que por ahí hay una rata, así que no estoy solo – bromea, pero a nadie le causa gracia.

    - ¿Por qué vives solo? ¿Dónde están tus padres?

    - ¿Recuerdan mi problema de la cervical? – Morrison asiente -. Dos meses antes de comenzar este año escolar, estuve en una pelea, coche contra una pared, el golpe fue fuerte – Chester sonríe amargamente -. Mi madre angustiada me dijo: Te mudas con tus tíos – dice con melodía, mirando a sus compañeros -. ¿Nadie la capta? Que modernos – camina hacia la ventana, reposándose en ella -. Es por eso que vivo aquí, solo.

Dibujando SonrisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora