38. UNA HERMOSA NAVIDAD

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—No quiero —chillé con temor al observar la arcaica y deforme casa al frente de nosotros que inspiraban un aire de todo menos de agradable y cómodo

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—No quiero —chillé con temor al observar la arcaica y deforme casa al frente de nosotros que inspiraban un aire de todo menos de agradable y cómodo. —Si quiere ve solo.

— ¿Eh? Pero dijiste que cualquiera estaba bien —comentó con dramático tono infantil.

—Dije, "todos están bien excepto la casa embrujada" Así que no te hagas el tonto.

—Solo bromeaba. Pero está casi vacía —negué con mi rostro al escuchar los gritos de espantos provenientes del interior. —Decidámoslo con piedra, papel o tijeras.

—Ok. Piedra... papel... o tijeras.

....

Definitivamente el mundo se aliaba contra mí para tener una perspectivas bastantes jocosas de mis desgracias.

—Ay, no quiero ir —susurré al sentir mi cuerpo temblar.

—Bueno. Que se le va a hacer —murmuró al acariciar mi cabello. —Vayamos a ese primero.

De algo estaba segura tras transcurrir los pocos minutos desde que habíamos llegado. Jamás, nunca, y de ningún modo había que dejar que Marshall escogiera los juegos a cual montarnos en el parque de diversiones. En un comienzo cuando él había sugerido la casa embrujada ignorando mi comentario de obvio temor, pensé que quizás era una coincidencia, y que él en verdad quería deleitarse con una atracción tan absurda como esa.

Pero en esos momentos mientras escuchaba la empalagosa melodía del carrusel mientras el caballo en el cual estaba montaba daba un ridículo recorrido en un círculo, simplemente pude depositar mi cabeza en la baranda metálica recordando que Marshall no escogería el siguiente juego.

—Mira mami, un príncipe —comentó una pequeña niña al señalar a Marshall quien me observaba divertido.

Era evidente que la intención de Marshall no era precisamente divertirse en un carrusel, sino molestarme en el trayecto.

— ¿Princesa cómo se siente? —mencionó con una sonrisa socarrona obligándome a guardar silencio de los insultos estratégicos para no alterar a las niñas quienes lo observaban con maravilla.

Después del vergonzoso juego, observé a mis espaldas y allí se encontraba Cedric con total naturalidad como si fuera parte de su existencia seguirnos a donde fuera.

—Vamos a ese —mencioné con diversión al observar la montaña rusa. —Recarga mis energías.

— ¿En serio? ¿Tan divertido es eso? —inquirió arqueando su ceja.

— ¿Acaso no te gustan las montañas rusas?

—No lo sé. Esta es la primera vez que estoy en un parque de diversiones.

—No se diga más. Entonces tienes que disfrutarlo —manifesté al empujarlo hacia el atrayente juego.

Las siguientes horas fueron sumamente divertidas. Había conocido una faceta de Marshall que era muy lejana a mí. Una totalmente infantil y llena de esperanzas y sin preocupaciones.

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