Capítulo 8

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"Se puede acabar..."

     El tiempo me comenzaba a parecer solo un recuerdo de lo que es finito y los días tan monótonos me empezaban a gustar. El recuerdo de mi niñez me invadía , me fascinaban estas cosas humanas.
La figura que el sol proyectaba cuando me tocaba era una de esas cosas porque podía observarme en el suelo estando en la cima, porque era la prueba de que era un humano, de que tenía un alma, esas cosas humanas.
— Ana, deja de ver tu sombra —
"No molestes" enseñé mi enunciado previamente escrito, sabía que me diría algo así
— ¿es en serio? ¿desde cuando nos llevamos así? Recuerda que soy mayor que tú... —Gabriel rodó los ojos en cuanto yo me empeñaba en mis propios caprichos sentimentales, siguió con una platica sobre la ética hasta que le enseñé mi libreta
"Sabes... Soy mayor que tú" él no lo comprendió— pues así solo me pareces una puberta —me ofendió a tal grado que rompí una hoja del cuaderno y la lance hacia su rostro— ¡Ana! —gritó un poco enfadado para después levantar la hoja y perseguirme de un lado a otro hasta que me dio justo en la espalda, enrede mis pies y a punto de caer a la pequeña fuente Gabriel me sujeto, al mostrar una leve sonrisa una tras otra carcajada se hicieron presentes hasta resbalar y caer dentro de la fuente, no importo el agua en mi falda ni el espacio tan pequeño donde caímos, tampoco el hecho de estar en público o siquiera el que fuéramos centro de burlas, más importo esa carcajada sonora que inundaba mis oídos y alcanzaba mi límite hacia la confianza, en cuanto a mi ignorancia que solo se enfocaba en su poca expresión de gracia en ese pequeño sonrojo que por un instante desee conservar. Toda esa energía se rompió con una sola oración, con su cortante voz
— no deberían jugar ahí —
Gabriel me soltó y me dejó en el agua, pude sentir no solo la frialdad del agua si no también del chico de cabellos claros frente a Gabriel, me dio la espalda y me percaté de que se había olvidado de mi— ¿es nueva?— preguntó de manera maliciosa, me miró como un objeto, me ví desaparecer como persona— lárgate —no podía levantarme, no podía reconocer a Gabriel y se que aunque pudiese hablar no hubiese sido tan importante como para traerlo de vuelta hacia mi— no me da la gana —contestó el chico de orbes oscuros, de mirada sombría, y entonces ví las intenciones de Gabriel y mi instinto me obligó a interponerme entre el otro chico y Gabriel, para cuando abrí mis ojos su puño se había detenido a pocos milímetros de mi rostro, Gabriel había vuelto con un rostro pálido y perdido, el chico me jaló hacia él y antes de irse alcanzó a susurrarme —no desaparezcas...— dijo algo más en tono bajo que no logré escuchar pero me importo más el estado de Gabriel que se mantenía cabizbajo con ligero temblor en las manos, mis dedos se intentaban acercar a su rostro cuando el levantó su rostro dejando ver su típica sonrisa de "todo esta bien" le sonreí de igual manera para tranquilizarlo y así tomar su mano; claro que ninguno de los dos estaba bien pero insistiamos en lo contrario.

     Después de aquel incidente no volvimos a retomar el tema, sin preguntas, fingiendo alejar la duda.

     Una tarde cuando regresábamos de mis clases pasamos por un parque muy grande, lleno de pequeñas fuentes en cada esquina y en el centro salía agua disparada al cielo de pequeños orificios, me alejé de Gabriel para ver aquella extraña fuente cuando en el camino tropecé con aquel chico de cabellos claros
— lo siento —se disculpó para luego verme sorprendido— hola—dijo con un tono dulce, le enseñé mi libreta, desvió la mirada—¿sabes el lenguaje de señas? No te preocupes yo te entenderé —él era muy atento
"Soy Ana" me mostró una sonrisa dulce y a su vez fría, me pareció mucho más interesante que la de Gabriel, él era sincero— mucho gusto, soy Julio. ¿Tu eres la novia de Gabriel, verdad? —desvíe la mirada, al decir aquellas palabras pareció un poco dolido "no pero quería preguntarte ¿qué sabes de Gabriel?" me daba la sensación de paz y bondad, muy diferente al joven que me observó como objeto, de pronto me empujo levemente hacia atrás, al voltear Gabriel se encontraba ahí y Julio ya no estaba— ¿dónde andabas Ana? —soltó una pequeña risa, me puse de cuclillas y ví la fuente para distraer mi ansiedad y a mi corazón que estaba inquieto, Gabriel se paró a mi lado en cuanto yo solo observaba la lejanía de mi humanidad recorrer París.

      Me di cuenta hasta ese entonces en donde me encontraba, en la famosa "ciudad del amor" me comenzaba a percatar de minúsculos detalles de los cuales al principio no tome importancia haciéndome preguntar ¿porqué el tiempo aún siendo diferente comenzaba a adquirir la escencia del pasado? Pienso que extraño sentir mis alas, surcar los cielos templados y admirar las formas de la naturaleza de este mundo indiferente al resto. Aunque lo que más extraño es el deseo que me prohibía, que por más que reprimiera sería imposible dejarlo, elegir una pieza de corazón y atarlo al interior de otra pieza, regalando paz y amor. Un amor tan bello que aunque tenga la condena más dura pero la felicidad más grande para que exista el perfecto equilibrio entre dolor y el amor y darme por fin cuenta de que yo...
—Ana, volvamos a casa— vuelvo hacia él, me siento atontada aún más no logró volver completamente —¿Ana?— sentí el filo de algo que no me deja escapar —¿estás bien?— me levantó y me adelantó para después mostrar mi mano, esperando a que la tome, la ve confundido y luego a mis ojos, mi rostro se calienta para que en el mismo instante lo cubra con ambas manos, en un intento en vano por ocultar mi vergüenza sin embargo una mano se posa en mi hombro izquierdo y me acerca al cuerpo ajeno al tiempo en que mi pecho va más veloz que la luz, la irrealidad se apodera de este cuerpo prestado y mis ojos alcanzan a observar mi culpa a través de esos hilos dorados que yo alguna vez até, la libertad que con una flecha le arrebate.
Escucho una voz agitada, necesitada, en busca de una ayuda que me necesitaba solo a mi —Anapófefkti vuelve a casa, por favor... ¡estamos en problemas!— cierro los ojos aferrándome al cuerpo de Gabriel —¡Ana!— el último grito de aquella voz suplicaba demasiado hasta el punto de hacerme sentir débil, mi vista se enfoco en una borrosa figura, la figura de Eros desolada e inesperadamente inquieta, parecía dolido. Caí al suelo. Ellos necesitaban a Cupido y yo tenía que volver.

Desperté en casa, Gabriel yacía en una silla a un lado de la cama dormido, tan pacífico, tan parecido al inicio ¿acaso este es el final? Porque bien sabía que si era así al menos necesitaba saber la verdad de aquella persona que como yo se oculta tras un espejo. Porque si esto se puede acabar era lógico que entregara agradecimientos y yo no podía entregarle mi corazón.

Cupido no se debe enamorar [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora