Capítulo 12

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   "El festival de invierno"

El clima frío de la ciudad no pudo detener mis pasos apresurados con rumbo al pequeño restaurante en el que trabajaba. Tal vez aquel restaurante era la única escapatoria de aquella incomodidad donde el silencio y la ignorancia hacia el otro reinaban sin ninguna objeción. Aún con aquellos detalles sonreía mucho e intentaba mantenerme ocupada hasta que un día atareado cuando atendía a los clientes, sucedió.

—¡Masera! Escuché, al voltear nuestras miradas chocaron y por primera vez desde hace mucho tiempo toda ignorancia se disipó, se levantó con la mirada fija en el suelo y salió del restaurante sin decir palabra alguna, mi cuerpo no respondía, se sentía pesado más bien congelado. El joven que le acompañaba me observó un par de segundos y tras levantarse me dedico una sonrisa; salí del restaurante y los vi alejarse a ambos, como desearía haber tenido voz en ese momento.

Llegué a casa rendida, Gabriel estaba en el trabajo, el calendario indicaba el 21 de diciembre y el tiempo se escapaba sin piedad de mi pobre mortalidad.

Me senté en una silla de la cocina observando el desesperante reloj, me paré y lo miré más de cerca hasta que mis dedos comenzaron a tocar el reloj con delicadeza y después de la misma manera dar golpecitos en el mismo con mi dedo índice concentrándome en el tic tac cuando una foto cayó al suelo sacándome de mis pensamientos. Observé la foto con ternura y entonces recordé la caja de Larry, corrí a buscarla, escribí detrás de la foto mi deseo y enrolle la foto. A un lado del balcón observé la mácula de la luna y con fe metí mi deseo a la caja; claro, en aquel entonces yo creía en los deseos ya que después de todo yo los escuchaba y algunos los cumplía.

—Ana, Ana— Escuchaba mi nombre
—vamos a adentro, te vas a resfriar— Gabriel me levanto y me llevo a la cama, estornudé —hey, ¿quieres ir a algún lado?— me sorprendió su repentina amabilidad, negué con la cabeza —mmm... Entonces te llevaré al festival de invierno ¡abra fuegos artificiales! Te encantará— le sonreí y volví a dormir. Tal vez él como yo sabía que no me quedaría por mucho.

Cerca del medio día desperté, la congestión nasal ya no estaba, tampoco el dolor de cabeza. En la mesa encontré una nota y a un lado mi falda roja y blusa blanca con corbata roja, me daba nostalgia observar aquellas prendas.

Cuando el reloj marcó las veinte horas Gabriel entró a toda prisa por la puerta con su típico pantalón negro y suéter rojo pero sobre todo su gran y cálida sonrisa. Tan parecido al inicio.
Tomo mi mano y salimos rumbo al festival así, tomados de las manos evitando mi mirada y yo, yo simplemente​ me deje llevar; había luces de colores por todos lados adornando la gran ciudad y cada uno de los enormes edificios que deslumbrantes me hacían sentir el momento eterno.

Caminamos por horas, por cada parque iluminando mis ojos hasta que  soltó mi mano y se detuvo frente a un cementerio local. Me detuve a observarlo un rato, sus ojos no tenían el mismo brillo, parecía opacarse más y más al punto de comenzarme a  doler verlo de esa manera, a pequeños pasos intenté acercarme más a él y antes de poder hacerlo
—¿por qué?— escuché su voz molesta y entrecortada, en tono bajo y temerosa, insegura.
—¿Por qué eres tan cruel?— aparté mi mano y la alejé de su rostro, me costaba reconocerlo.
—Tú... ¿Qué pretendes hacer? ¡¿Por qué intentarías hacerme daño?!— retrocedí un paso sin poder defenderme, asustada de sus palabras —¡Dime Ana, ¿Qué carajos intentas hacerme?!— mis piernas estaban a punto de colapsar, me daba cuenta de que era tan débil como para intentar replicar —No puedes saber cómo me siento— y entonces como un hechizo aquellas palabras me hicieron recordar las palabras de mi padre, los estereotipos que debía seguir pero sobre todo como se supone que debía ser, reaccioné y moví mis manos con lentitud, fría y constante no las pude detener sabiendo que iban a lastimar "Tú eres el único que se encierra en su mundo" me miró aun más molesto —y tú eres tan habladora— comenzaba a recordar que Cupido era también un guerrero, ¿Cómo un guerrero se dejaba pisotear? Él se burló de esta maldición "más que tú si" no podía dejar de contestar, yo no era un mortal —claro, quiero escucharte— era un ángel pretendiendo ayudar "bien, quiero preguntar y que contestes" pero creo que incluso un ángel puede ser un ser malvado         —¡Por supuesto, pregunta pero también contesta!— incluso sin voz las palabras pueden llegar a ser ásperas y cortar, no me detuve "¡¿Quién es Abel?! ¡¿Por qué te ocultas de mi?! ¡¿Qué ganas hundiéndote en ti mismo?! ¡¿No puedes compadecerte de mi?! ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué pretendes comportandote así?!" No lo pude soportar y unas lágrimas escaparon de mis pupilas dejándome indefensa, dejándonos indefensos     —Ana... No completó la frase y salió corriendo de aquel lugar.
Pensé ¿Por qué nos envían a proteger a seres tan inferiores y estúpidos? Y así fue como me empecé a odiar, por correr detrás de él, por intentar alcanzarlo con pedazos de mi corazón incrustados en mi garganta, por escuchar claramente el sonido de las campanas, por llegar a tiempo, pero sobre todo odié, me odié al verlo en brazos ajenos, el ser consolado por alguien más y en cuanto me vio volver a huir adentrándose en la multitud que gozaba de los fuegos artificiales que manchaban con su color el oscuro cielo opacando a la Luna en aquella media noche, la noche del 22 y amanecer del 23.

Yo tampoco tuve fuerzas para disfrutar el espectáculo, cansada pero sobre todo en un estado decaído, sintiendo algo morir y de alguna extraña manera nacer volví a casa a paso lento como si quisiera jamás volver pero estos pedazos de corazón no me dejaban huir.

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N/A: Ya estamos llegando a mitad del libro, realmente espero que lo estén disfrutando.
  

Cupido no se debe enamorar [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora