Capítulo 22

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         "El encanto de Cupido"

     Papá, si, papá era un hombre sabio y muy cruel. Papá decía muchas cosas, siempre con seriedad, razón por la cual siempre me las tomaba con tanta responsabilidad, cada consejo y un día desobedecí. Una vez dijo: ¿Lo siguiente que haré, me hará feliz? Debes preguntarte eso antes de cualquier decisión. Me da la impresión de que él jamás tomo en cuenta su propio consejo.

     Me preocupaba el hecho de recibir cada vez menos clientes, las cosas no iban bien en el restaurante y como no, si estaba en un lugar perdido, a Doña Feli se le veía deprimida, Don Noel ya casi no iba a cenar y se quedaba mucho tiempo en el edificio, yo por mi parte a penas y tenía para comer, y lo básico para vivir.

     No era sorpresa, solo la gente dejó de venir al restaurante, la oficina, que era la mayor fuente de clientes había quebrado. La situación no mejoraba pero todo empeoró cuando Don Noel terminó en el hospital a causa de la valvulopatía que padecía a causa de la edad, él requería de una operación y eso significaba que necesitaba dinero y para mí significaba quedarme sin empleo.

     Me malpasé dos semanas para conseguir dinero. Doña Feli pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital mientras yo cuidaba del restaurante, no se paraba ningún cliente en esos días y se me ocurrió remodelar el lugar con el poco presupuesto que tenía, vendí muchas cosas y compré cosas necesarias, en poco tiempo convertí el restaurante en algo nuevo, utilice mi única esperanza para ambientar aquel pequeño espacio, luces en forma de estrellas y una lámpara de cristal en forma de luna, coloqué luces LED sobre el pequeño techo del callejón y flores violetas, había pintado y reciclado tantas cosas, cuando acabé mi corazón se sentía tan feliz en cuanto admiré el trabajo que había hecho. En esa noche, cuando estaba por cerrar, el teléfono sonó— ¡Ana... Noel... es Noel! —colgué el teléfono y salí corriendo del local rumbo al hospital, mi respiración agitada y el bochorno de aquella noche, repitiendo en mi mente ese grito desesperado, el cielo nublado y sus estruendos apagaban parte de mi esperanza y ellos a su vez opacaban el cielo, desapareciendo la luna, a cada paso el camino se me hacía más espeso. Entré al hospital cubierta en sudor, apenas la enfermera de cabello rojizo me indicó la habitación subí las escaleras sin detenerme hasta llegar a la habitación, entré en silencio intentando controlar mi respiración, lo encontré postrado en aquella cama envuelto en cables, me senté a su lado y tome su mano simulando una sonrisa, apretó mi mano con fuerza mirando mis orbes y yo mirando los suyos, tan débiles y tristes aquel café oscuro se apagaba a cada segundo hasta que su corazón comenzó a detenerse, no me pude mover, había tanto ruido, había tanto dolor en las lágrimas de Doña Feli, había tanta desesperación en aquel ambiente, tanta impotencia y miedo, me quedé helada observando como se escapaba la vida de ese hombre alegre y amable, cuando todo cesó y un sonido largo inundó la habitación Doña Feli soltó un grito, recordé cada momento, cada detalle, la forma en que ese par de ancianos me había acogido desde el momento en que llegué, la manera en la que siempre sonreían cuando sus manos se juntaban, me trataban como a una hija, ese amor que ambos se tenían siendo tan viejos, simplemente al recordarlo no podía permitir que su vida se escapara, que se fuera sin siquiera decir cuánto amaba a Doña Feli, sin despedirse; me acerqué hasta él y comence a presionar su pecho— ¡No puede irse todavía! —todos me miraban con sorpresa— ¡Aún tiene que decirle cuánto la ama! —quizá aquellos gritos que soltaba, aquella forma de intentar traerlo de nuevo no era más que miedo e ira— ¡Aún tiene que ver lo que he hecho! —mis lágrimas enpaparon parte del pecho de Don Noel, mis manos que no se detenían y seguían presionando con fuerza— ¡Tiene que verlo! —su cuerpo no reaccionaba, la lluvia estaba cubriendo con salvajismo la ciudad y la luna me había abandonado— T-tiene... Que verlo —deje de intentar y sobre él caí soltando lágrimas, gritando de forma insaciable en aquel cuerpo, me aferré con impotencia estrujando mi corazón, entonces ví el suyo, pude ver que su alma aún no se iba, tantos hilos dorados que con bondad había acogido y ahora le habían olvidado estaban ahorcando su cuello, incluso el mío iba ahí, como último regalo le quite todos los hilos, mi vista nublada por aquellas lágrimas estaban tan cansadas— Aún debe decirle que la ama —susurré y en un momento el monitor comenzó a sonar de nuevo, su corazón comenzaba a palpitar de nuevo, mi vista se estaba apagando y entonces caí al suelo viendo la sonrisa de Evau fuera de la habitación.
Cuando desperté era media noche, la lluvia aún no cesaba y decidí volver a casa en medio de esa tormenta, a paso lento me iba dirigiendo a casa. Cuando pase por una tienda en medio de la lluvia pude ver en el reflejo de los relámpagos un par de alas en mi espalda, a ese camino sin vida, con gotas frías de lluvia cubriendo mi rostro escuché toser a una persona y a un pequeño sol en la penumbra, me llamó la curiosidad que en cuanto volteé un hilo dorado amarrado a mi meñique de débil resplandor me ataba a un extraño, era tan delgado, débil, tanto que podía romperse al tacto, curiosa me acerqué a él siguiendo el destello del hilo, en la entrada de un callejón tosía el joven, reconocí las pisadas que alguna vez me trajeron de vuelta a la realidad— ¿Te encuentras bien? —fingí amnesia, me miró sonriente— oh, eres tú —desvié la mirada sintiéndome descubierta— me alegra que estés mejor, ¿Qué haces mojandote en esta lluvia? —él continuó— eso debería preguntarlo yo —su tos se hacía cada vez más intensa— vamos a mi casa, está cerca —negó con la cabeza— ¿Invitas así a un extraño? —soltó una risilla seguida de su tos— no, pero no te dejaré morir aquí —se veía tan mal— está bien, no me secuestres por favor —sonrió tosiendo, tome su mano y lo guíe hasta mi departamento, lo senté en el sofá que estaba a un lado de la cama, fui a la cocina en busca de toallas— ¿Esta es la parte- tos - en que cierras la puerta con seguro y traes un cuchillo de la cocina para matarme? —comenzó a reír con la tos— ves demasiadas películas de terror —solté una risilla, buscaba medicamento, me acerqué con un poco de jarabe y toallas secas— ten —me senté a su lado— ¿Siempre invitas a extraños a tu casa? —lo miré mientras se secaba— no... pero no me pareces peligroso, además si intentas atacarme sacaré mi cuchillo, la puerta ya está cerrada con seguro, no podrás escapar —me comencé a reír, me miró sonriente. A medida que el tiempo pasaba el joven bostezaba con frecuencia, al rededor de las dos de la mañana la lluvia paró, se levantó con la toalla en la mano y antes de cerrar la puerta dijo— nos vemos Ana —cerró la puerta, me levanté de golpe y abrí la puerta viendo el pasillo vacío, muchas veces me pregunté— ¿Era posible que a pesar de los años me recordara? —egoístamente sonreí al pensarlo.

Cupido no se debe enamorar [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora