Capítulo 18

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                   "Laguna mental"

Enero. En medio del invierno pintaba con melancolía los alrededores, me encontraba despierta conservando una sonrisa en mi memoria que se repetía una y otra vez provocándome una sonrisa, una curva de labios delgados que cada vez que se hacian más claros mi dolor de cabeza aumentaba, intentaba esconderse en la amnesia.
Mis ojos lo buscaban en la blanca pared del hospital, solo recordaba esa curva que la tragaba una luz con lentitud, paciente y tortuosa.
Cuando me vi mis manos aún dormían, las observaba con curiosidad, jugaba con el dolor que recidia entre ellas, me di cuenta de que mi cuerpo era frágil, tan débil que no podía resistir demasiado, sin importar el dolor aparte las sábanas de las camilla apoyándome en mis brazos y piernas que con tan poco movimiento me hacían sentir alfileres en todo el cuerpo y cuando me levante y caí al suelo me quedé ahí, sin probar mi voz, sin probar mis pensamientos, sin ver más allá del punto en blanco que de pronto se volvió luna sonriente, subí a las camilla siguiéndola observando, le sonreía al año nuevo, a los fuegos artificiales que la opacaban, al ayer y al mañana.
A mediados de enero la misma sonrisa me volvió a atormentar mi mente que se negaba a recordar, eran cada vez más frecuentes los dolores de cabeza acompañados de memorias, soñar con tiempos oscuros y extraños, vivir en tranquilidad y aparentar felicidad cuando mi propia persona se desvanecía al ducharme.
Antes de terminar enero, caí al suelo y me obligué a tragar el pasado, me obligué a cerrar la puerta para que nadie entrara a mi mundo y lo volviera a destruir, y en un charco de sangre dibuje las líneas del presente, entre desesperación me arrastre a la salida y por último vomité en esa sonrisa, ocultando así el último hilo que no me permitía avanzar. La puerta era pequeña pero aún estaba abierta, tenía la esperanza de no volverme a sentir nunca más una extraña, tenía la esperanza de que al despertar cada mañana me encontrara bañada en felicidad y oro, y quién diría que algún día me encontraría caminando en un jardín lejos de las espinas. Claro esto último también era una mentira.

Desperté en mi cama a altas horas de la madrugada, mi boca estaba reseca y mi garganta dolía, enjuague mi rostro cubierto de pecas, salí a la calle a correr con falda un día frío sin haber comido o bebido algo; que si bien parecía una tortura a mi me parecía una especie de purificación de mis pecados. Al volver a casa limpie todo mi cuerpo y cambie mis ropas, deje caer mis preocupaciones, corte mis largos cabellos rojizos, delinee mi rostro con maquillaje y me vestí de shorts rojos y una blusa blanca, coloqué en mi tobillo la tira de una zapatilla roja y espere paciente el sol, uno que me opacaria en su brillo y me arroparia con su calor sosteniendo la poca fe que de pronto le tenía a mi debilidad.
—¡Buenos...— se detuvo—...días!— los orbes oscuros de Abel se dilataron al verme y mostraron su característico brillo —waa~¡Te ves hermosa!— salto a abrazar a abrazarme yo solo correspondí,  fui a ponerme el  uniforme y al terminar sonrei contenta al verme al espejo —¿Te ha pasado algo?— entró Abel al baño, negué con dulzura.
Tres horas de trabajo después, el local estaba lleno y decidí ayudar a Abel en la cocina cambiando de rol, me puso el delantal y comence a cocinar hasta que el local comenzó a vaciarse de nuevo, el turno termino y la rubia entró al local con algunos dulces para sus amigos.
—¿Alguien ha visto al gerente?
Preguntó sacando de su bolsillo boletos para el teatro, en cuanto Abel vio a la rubia se fue con rapidez a la cocina siendo detenida antes de entrar —¿Qué pasa Abel, no quieres venir con nosotras?— Abel la volteó a mirar desesperada, casi buscando ayuda, no podía hablar —¡Ah! ¿Irás con ellas? ¡Me prometiste ir conmigo de compras!— salí de la nada haciendo un puchero a Abel que estaba aliviada de ser salvada.
—¡Cierto Ana! Lo lamento no podré ir— sonrió ampliamente, Abel entró apresurada a la cocina y no perdí la oportunidad de saludar.
—Mucho gusto, soy Ana— le ofrecí la mano para que la estrechara, la rubia de inmediato estrecho su mano —Un placer, soy Isabel— una punzada me  alcanzó —¿Q-quieres comer algo?— pregunté intentando disimular la punzada que había sentido —un café está bien— sonrió Isabel sentándose en la mesa del local frente al mostrador, al ir a la cocina Abel ya no estaba decepcionandome, preparé el café y lo entregué a Isabel.

Al cabo de una semana mis lagunas mentales dejaron de importarme pero la sensación de ser apuñalada me perseguía. De frente y sin remordimientos oculte a la sociedad mis dudas, me engañe para poder salir de mi memoria solo para poder sonreír.
Una noche mientras cerrabamos el local, Abel me preguntó con tono desanimado —¿Te pasó algo?— al principio me pareció raro que preguntara eso ya que no sonreía desde hace días, se le veía cansada y algo le preocupaba —a mí no, pero a ti si, ¿Cierto?— un escalofrío recorrió el cuerpo de Abel llegando a mi un recuerdo cálido, Abel desvió la mirada —t-te equivocas...— titubeó evitando mi mirada solo para dejarme sola en la calle huyendo de mí y mi pregunta —claro— susurré para darme media vuelta y mirar al gerente detrás de mí —g-gerente— era yo la que ahora dudaba, su mirada me veía sorprendido —Tu... ¿Has intimidado a Abel?— baje la mirada apenada —Buenas noches Ana— se fue del lado contrario, lo miré alejarse con sorpresa y a paso lento volví a casa donde poco a poco mi día era olvidado. Por las calles varias lagunas mentales me perseguían en cuanto dejaba de mirar un punto medio para no ser confundida con un simple recuerdo. Me perdí en esas lagunas pensado que tal vez, solo tal vez podría vivir con esas lagunas que me torturaban.

Cupido no se debe enamorar [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora