4. Elián

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 Hilda me habla acerca de mis deberes, las cosas que estoy obligado a hacer y aquellas que puedo omitir o intercalar con Salmeé a lo largo de la semana, pero a pesar de que mis oídos le prestan atención mientras proceso y almaceno la información, ...

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Hilda me habla acerca de mis deberes, las cosas que estoy obligado a hacer y aquellas que puedo omitir o intercalar con Salmeé a lo largo de la semana, pero a pesar de que mis oídos le prestan atención mientras proceso y almaceno la información, mis ojos están puestos en alguien más.

Me da curiosidad la forma en que se mueve entre las mesas del local porque camina sin hacer ruido, casi de puntillas alrededor de los clientes. No sé si es porque no quiere molestarlos o porque intenta oír sus conversaciones. Tal vez solo está en su naturaleza ser sigilosa.

Sería una gran espía.

Me gusta su silencio. Me pregunto si por dentro es tan silenciosa como lo es por fuera. ¿Su cabeza es un caos de voces y pensamientos o es del tipo cuyas voces se turnan para hablar y cuyos pensamientos se presenta de a uno, de acuerdo a la importancia, para tener toda su atención?

—Ni aunque la observaras toda la vida sabrías lo que está pensando. —Hilda me sorprende con los ojos enfocados en un rostro que no es el mío—. Y aunque se lo preguntaras, ella jamás te lo diría.

Salmeé no es solo un misterio para mí por lo visto.

—Dijiste que era desconfiada. ¿Qué tanto?

—Demasiado.

—¿Cuánto es demasiado?

—Eres de los que no se dan por vencidos, ¿verdad?

—Me he dado por vencido más de una vez, pero no se trata de eso.

—Creo que sí lo hace —añade en tono burlón—. Tal vez te diste tanto por vencido, que ya no quieres aceptar ni un derrota más, ni aunque sea el hecho de no poder hacer sonreír a la camarera.

—No parece ser del tipo que sonríe muy a menudo de todas formas.

Rodeo mi taza y dejo que el calor de la porcelana se filtre a través de mis palmas. Amo la sensación.

—Es porque no lo hace. —Suspira—. Sé que te preocupa llevarte mal con tu compañera, pero recuerda que tus encantos no siempre son bienvenidos.

Quiero caerle bien a la gente. Cuando no lo hago retrocedo en el tiempo al chico perdido en las drogas y el alcohol, al que nadie podía sostenerle la mirada; aquel que al verlo pasar por la calle, las madres sujetaban las manos de sus hijos con fuerza o se cruzaban de vereda.

—No creo que sea algo personal. Salmeé es así con todo aquel que no conoce, dale tiempo.

—¿Cuánto tiempo?

—Eres un endemoniado y encantador insistente. —Resopla al apuntarme con su cuchara—. A la gente reservada le debes dar todo el tiempo que necesita, ¿no te lo enseñaron tus padres? Cuanto más presionas, más se alejan. —Algo en la forma en que las arrugas alrededor de sus ojos se atenúan y su sonrisa decae me indica que ha leído mi expresión—. A menos que no tengas padres —añade cautelosa.

—A menos que no tenga padres —repito.

—¿Cómo terminaste en Viltore City, galán?

—Es una larga historia.

—¿Qué tan larga?

Una sonrisa tuerce mis labios al ver que no soy el único que juega al investigador privado. Debe suponer que estoy a punto de hacer un comentario porque me sigue amenazando en silencio con la cuchara.

—¿Cuántos años tienes?

—Setenta y cuatro —dice orgullosa.

—Bueno, así de larga.

Me sobresalto al sentir la punta de su zapato golpeando mi pantorrilla. Terminamos el café entre risas.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora