61. Mary

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 Estoy nerviosa

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Estoy nerviosa.

Confundida.

Preocupada.

Indecisa.

Aterrada.

Sigo oyendo los estruendos que llegan desde la pequeña sala de estar. Esa persona sigue estrellando sus puños contra la puerta del departamento con una rabia y desdén desbordantes, más una frustración enloquecedora.

Cierro los ojos y apoyo la frente en la astillada madera mientras giro la llave, encerrándome en las cuatro paredes de esta diminuta habitación.

Confío en Iván, voy a hacerle caso.

No saldré de aquí.

No me moveré.

No abriré la puerta.

No voy a llorar.

Los golpes son dados con frenesí y acompañados de un encadenamiento de insultos. Nunca pensé que las palabras pudieran calarte los huesos como lo hace el frío, pero así se siente escuchar al extraño.

Oigo los pasos de Iván en el comedor y me pregunto qué está sucediendo. Creí que era la única persona honesta con la que contaba, pero no parece ser así ahora. ¿Cómo explicaría esta horrible situación en la que nos vemos envueltos si no fuera de tal modo? Sin embargo, eso queda en último plano. Esas preguntas se desvanecen y una nueva toma su lugar y se transforma en todo lo que puedo pensar ahora: ¿y si le sucede algo?

Abro los ojos y retrocedo con vacilación, examinando la puerta. Solo por si acaso, me sentaré junto al teléfono de la mesa de luz, y como precaución repetiré el número que debo llamar si los gritos se transforman en golpes.

Me siento sobre el desgastado colchón y la cama cruje bajo mi peso. La puerta principal se abre, lo sé porque a la cerradura le falta aceite y emite un ruido que se asemeja a un arañazo al ser abierta.

No voy a llorar.

—¡Dame lo que me pertenece! ¡Dámela, Iván! —La voz es potente y me encojo incluso siendo incapaz de ver al dueño—. ¡No estás en el jodido derecho de quitármela!

—¡Retrocede y cálmate de una vez! ¡Lo hago por tu bien!

—¡Por mi bien y una mierda! —Me sobresalto al escuchar algo ser lanzado a través de la habitación—. ¡No tienes ni una puta idea de lo que me hace bien, te engañas al creer que sí!

Junto mis manos en mi regazo. Están sudadas y un temblor recorre mis dedos, por lo que clavo las uñas en las palmas. Mis ojos se mantienen sobre el teléfono y tomo una aterrada inhalación antes de extender una mano por él. Lo llevo a mi oreja cuando se oye otro estruendo.

—¡Dámela antes de que te rompa todos los huesos del cuerpo! —Marco el número y maldigo al equivocarme y tener que volver a empezar. Mi ansiedad está fuera de control—. ¡Eres un imbécil que sigue creyendo que puede evitar que sea un maldito drogadicto alcohólico, pero ¿adivina qué?! ¡Lo soy y no puedes cambiarlo!

—Tranquilízate, por favor. —La voz de mi amigo se torna más suave en el intento de calmarlo—. Puedo ayudarte, quiero ayudarte, solo déjame hacer...

El sonido de la carne y los huesos siendo sacudidos por un golpe me deja inmóvil. Alguien responde al otro lado de la línea, pero de pronto me encuentro sin poder hablar a pesar de que quiero gritar por ayuda.

—Volviendo a los viejos hábitos, ¿verdad? —dice Iván adolorido—. No importa lo que me hagas, no voy a dártela. No voy a seguir viendo cómo te conviertes en un monstruo por tus adicciones, así que hazme lo que quieras. Yo... —Tose con aspereza y sé que está escupiendo sangre—. Yo no voy a verte morir, ¡de ninguna manera, ¿me escuchaste?!

Un silencio sepulcral envuelve el departamento.

—Puede que a ti te duela verme morir. —La voz del extraño es imperturbable—. Pero créeme cuando te digo que me importa una mierda si tú mueres.

Se oyen pasos.

—¿Qué...? ¿Qué haces? —En la voz de Iván se filtra un miedo desesperanzado—. Estás yendo muy lejos esta vez, bájalo —advierte—, ¡Bájalo!

—76 de la calle Wallaby, cuarto piso —me precipito a decir a la mujer tras la línea.

Dejo caer el teléfono y corro para desbloquear la puerta.

Mientras tanto, se oye un golpe.

Y otro.

Un cráneo estrellado contra la losa.

Unos nudillos romper un hueso.

Otro hueso.

Un odio inconmensurable consumiéndolo todo.

En cuanto doy un paso fuera oigo a Iván suplicarle al desconocido antes de que se escuche un ruido sordo que haga desaparecer sus súplicas.

No lo pienso dos veces. Corro para lanzarme contra el hombre que se cierne sobre él.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora