—¿Estás lista para irnos?
Me despojo de mi delantal y lo guardo bajo el mostrador. Cuando me giro para mirarlo, lo encuentro de lo más sonriente. Su emoción me recuerda a la de los niños la mañana de Navidad, antes de enterarse que Santa Claus es uno de sus padres. Es extraño que los adultos los regañen por mentir cuando ellos mismos les enseñan cómo hacerlo por años en primer lugar.
—¿Me dirás a dónde me llevas?
Paso por su lado para ir por mi abrigo y mi bolso.—El galán tiene prohibido revelar los detalles de la jornada —advierte la dueña del café al aparecer con mis pertenencias en mano—. Quiero que sea una sorpresa.
Le lanza mi cartera al chico mientras ella me ayuda a ponerme el saco. Incluso lo abotona, al igual que lo hizo Elián una vez.—¿Te amenazó para que no me digas nada? —Arqueo una ceja a Berrycloth y los claros ojos de Hilda adquieren un pícaro brillo de satisfacción.
—Me sedujo para que no hable —corrige al abrazar el bolso y lanzar a la mujer una mirada cómplice.
—¿Con dinero o con un baile sensual?
—El baile suena más a amenaza que a soborno, así que ya sabes con cuál —responde él.
—Sigue hablando y te quedarás sin trabajo, galán —amenaza Hilda antes de volverse hacia mí—. De acuerdo, están listos, pero antes debo aconsejarte algo, Pequitas mía. —Alcanza mi cola de caballo y tira de la liga para soltar mi cabello—. Intenta pensar menos y disfrutar más, ¿de acuerdo? Siempre me estás ayudando con el local y nunca te tomas un día para hacer algo diferente. —Sonríe y eso la hace arrugarse—. Relájate y deja de preocuparte por mi trasero.
Más allá de su vulgaridad, está el aprecio. Las personas tienden a creer que nadie te amará como tu familia, y tienen razón, pero se equivocan al creer que es algo estrictamente sanguíneo. La familia está compuesta por cualquiera que te ame sobre y a pesar de cualquier cosa, con la misma intensidad a la distancia que a la cercanía y al año que a la década.
—Es difícil no fijarse en esa vieja retaguardia cuando es tan llamativa —interviene Elián, colgando mi cartera en su hombro.—No señales obviedades, querido —dice coqueta.
Él abre la puerta para mí y antes de salir miro por un segundo esos oscuros ojos.
—Aún quieres hacer esto, ¿verdad? —pregunta cambiando su peso de un pie al otro, inseguro por sí y preocupado por mí.
—Sí, es solo que... —No me atrevo a decirle que esta es la primera vez que salgo a hace algo divertido desde hace años—. No es nada, mejor vámonos antes de que Hilda cambie de opinión y quiera venir con nosotros.
Sonríe. Su usual confianza regresa y terminamos conduciendo directo a quién sabe dónde. La anciana debe de haberlo seducido bien, porque no revela ningún detalle de nuestro paradero hasta que soy capaz de verlo con mis propios ojos.
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Lo que callo para no herirte
Short Story¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?