Elián:
Soy yo, Zoella Ryan Murphy Beasley Shepard, o simplemente Zoe.
Sé que me recuerdas. Yo te recuerdo.
Descubrí algo mientras empezaba a escribir esta carta. Antes solía creer que los recuerdos tenían un sentimiento que los categorizaba. Algunos eran recuerdos dolorosos, muchos alegres y graciosos, otros de odio... Todo recuerdo tiene una emoción que funciona como título, pero no fue hasta este momento que me di cuenta que no porque un acción haya sido forjada bajo el odio, será etiquetada como una reminiscencia del desdén para siempre.
Los recuerdos cambian de categoría, ¿no es eso loquísimo?
Todo lo que recordaba de ti tenía la palabra rencor escrito en ello. Dolor también. Ahora que he vuelto a verte después de tantos años, uso mi goma imaginaria para borrar eso. No escribo una palabra, escribo muchas en cada recuerdo. Oraciones enteras:
Él estaba roto, pero estoy segura que no quería romperme. No buscaba que me sintiera como él, aunque no se dio cuenta que al final me obligó a hacerlo.
Él no era feliz, y yo en parte siempre lo fui. Tal vez intentaba aferrarse a mi felicidad porque no sabía cómo reconstruir la suya.
Él era bueno a pesar de que aparentaba ser malo, pero a veces la apariencia le gana a lo que verdaderamente somos.
Él sabía a qué le tenía miedo, y gracias a que me demostró que podía convertirse en lo que me aterraba, me obligó a enfrentarlo y me alejé de él. Me hizo un favor.
No estábamos destinados a estar juntos. No ese momento y no cuando el destino nos tenía a otras personas esperando por nosotros. No estoy justificando lo que hiciste, solo estoy diciendo que entiendo por qué lo hiciste; por qué eras como eras. No creías merecer amor, así que tampoco lo dabas. No veías el arcoíris tras la lluvia, solo la inundación y un cielo gris.
He estado resentida contigo por mucho tiempo y eso me ha estado lastimando en silencio. Por eso hoy, para que ambos nos liberemos de ese peso, voy a decirte algo:
Te perdono.
Conocí a un chico. Un muchacho de lindos globos oculares. Él también odiaba a alguien, ¿sabes a quién? Prepárate para el humor del universo... a Wendell Aldrich. Es el novio de Salmeé, la persona que me contó sobre ti luego de tanto tiempo, la que también lastimaste y ahora te ama con la profundidad de un agujero negro.
Mi chico creía que Wendell era malo, hasta que se dio cuenta que a veces la maldad no viene de algo interno, sino externo. Wendell pretendía ser malo para cuidar de otros; tú, a diferencia de él, eras malo. Aquí lo importante: no porque quisieras, sino por las circunstancias. Podrías haber luchado contra ellas y haber sido bueno a pesar de todo. Yo siempre fui buena y sabes que tuve una vida horrible en muchos sentidos, pero ¿sabes qué? Aquí está el asunto: es difícil hacer brillar la bondad de nuestros corazones cuando la maldad lucha por opacarla.
Tú fuiste uno de esos casos. La vida fue mala contigo y no pudiste pelear con suficiente fuerza. Cediste y devolviste lo que esta te daba. Entonces, ocurrió. Obtuviste fuerza, una que superó la mía y se vio alimentada por el remordimiento, pero también por la esperanza. Te convertiste en el tipo que hace caras sonrientes en los panqueques de los niños.
Te perdono. Estoy orgullosa de ti.
Creo fielmente que, lo que pasa, ocurre por algo. Que nos hayamos cruzado tenía que pasar. Ambos necesitábamos aprender las lecciones que la vida quería que aprendiéramos. Quiero que sepas que soy feliz, y espero que tú también lo seas. Lo mereces.
Con mucho, mucho, mucho cariño
Zoe
Estoy a punto de releer la carta porque aún no puedo procesarlo, pero alguien golpea la puerta del local y me distrae. Trato de ocultar el hecho de que estaba llorando mientras leía al limpiar mi rostro con la manga de mi camiseta, pero no hago nada por esconder mi sonrisa.
—Lo siento, acabamos de cerrar. —Me sale la risa porque siento que mi corazón se liberó de una eternidad de culpa con esa carta.
Debo parecer un loco. Medio riendo, medio llorando.
—Entonces tendrás que volver a abrir —dicen desde el otro lado, y abro la puerta.
Enfoco la mirada. Hay una chica de pie frente a mí, con una mochila al hombro y las manos sobre las correas. Es rubia, pero las puntas de su cabello son rosadas. Tiene un piercing en la nariz pero no luce amenazante, sino de lo más simpática.
Sonríe de lado, como si tuviera un secreto.
—Yo no pongo los horarios, la dueña lo hace. —Levanto las manos en señal de que no es mi asunto. Solo acato órdenes—. Y no quieres desafiar a Hilda Thomas, créeme.
—Veo que la abuela tiene al personal bien adiestrado —dice abriéndose paso sin permiso.
—¿Abuela? —repito aturdido—. No sabía que Hilda tenía nietos.
Ella me da la espalda y noto que se pone de puntillas mientras inhala el aroma a café, sin disimulo. Luego da la vuelta admirando cada detalle del local.
—Este lugar no ha cambiado nada —dice en lugar de darme una explicación.
Por alguna razón las palabras de Zoe vuelven a mi mente: «Creo fielmente que, lo que pasa, ocurre por algo. Que nos hayamos cruzado tenía que pasar».
—Soy Elián. —Le tiendo una mano, de repente emocionado.
Arquea una ceja por la brusquedad y torpeza de mi acción. Estoy algo nervioso. Mi corazón lo está cuando me corresponde el saludo.
—Es curioso —dice.
—¿Qué cosa? —pregunto aún reteniendo su mano.
Lleva tantos anillos y pulseras que me hacen cosquillas en la palma y la muñeca. No quiero soltarla. Tengo una corazonada cuando se ríe.
—Me llamo Eliana.Al diablo. Esto es el maldito destino, que nadie me lo venga a negar.
Fin
ESTÁS LEYENDO
Lo que callo para no herirte
Kurzgeschichten¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?