12. Salmeé

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 Vuelvo a leer el párrafo otra vez, pero fallo al intentar concentrarme en las palabras

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Vuelvo a leer el párrafo otra vez, pero fallo al intentar concentrarme en las palabras. Resignada, cierro el libro con un chasquido y lo dejo en mi regazo para mirar en su dirección.

—Leí el mismo párrafo cuatro veces, ¿sabes lo frustrante que es no poder disfrutar de una lectura antes de dormir porque alguien está mirándote y haciéndote sentir incómoda?

Recostado en el pequeño sofá a metros de la cama, se encoge de hombros. Es demasiado alto, por lo que un tercio de sus piernas quedan colgando de un brazo del sillón. Está envuelto en un edredón como si fuera un burrito y descansa un brazo tras su cabeza y el otro sobre su pecho.

«¿Desde cuándo le damos asilo a vagabundos? ¿Siquiera está limpio? ¡Deberías haber preguntando cuándo tomó su última ducha!», cuestiona una alarmada Mary.

—No puedo dormir y lo único entretenido que hay aquí son tú y los libros. —Hace un ademán a la pila que hay junto a mi mesa de noche. Mi condición para se quedara fue que no se acercara a ninguna de estas últimas dos—. Más los libros que tú si considero que no me hablas.

—Quiero relajarme antes de dormir, charlar contigo no parece ser un buen método de relajación. —Dejo la novela en la pila—. Ya es suficiente el hecho de que te diera un lugar donde dormir, no abuses de mi... —No debería permitirle dormir cerca de mí, mucho menos en la misma habitación. No después de lo que hizo. No sé si la palabra que busco es hospitalidad o estupidez—. No importa. Solo mantén la boca cerrada y duerme.

Me acuesto, tiro de los acolchados hasta mi barbilla y cierro los ojos. Ni siquiera pasan más de dos minutos hasta que los abro otra vez, cuando Elián se revuelve en el sofá, haciendo que cruja.

—¿Qué pasa ahora?

—No puedo dormir con la luz prendida —se queja al apuntar el velador.

—Dormías en la calle, donde siempre hay farolas encendidas y los coches van y vienen todo el tiempo —objeto.

Se incorpora sobre un codo y yo sobre las manos. Nos sostenemos la mirada en silencio. Sus ojos parecen más abismales a la distancia. Siento que podría caerme en ellos y aunque intentara salir, no podría.

—¿No puedes dormir con la luz apagada?

—Sí, claro que puedo dormir con la luz apagada, ¿por qué no podría?

«Es solo que no puedo apagarla cuando tú estás cerca. No quiero quedarme a solas en la oscuridad contigo, no otra vez».

—Una vez conocí a una chica que no podía —se limita a decir, agridulce.

Me asusta que esté recordando personas, y aunque no haga memoria de mí, vuelvo a acostarme para no tener que mirarlo.

—Yo no soy esa chica, Elián.

Apago la luz para demostrarlo, aunque cada parte de mí me suplica que la encienda.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora