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Está amaneciendo.
Antes odiaba la salida del sol. Tal vez porque con la luz venía la culpa de las cosas que había hecho en la oscuridad, o porque esta iluminaba todos los errores cometidos la noche anterior, pero ahora me fascina.
Tanto como creo que me fascina verla dormir... ¿Parezco un acosador?
Me acomodo de lado en el incómodo sofá diseñado para gnomos y estudio la manera en que se aferra a las mantas con tanta fuerza, como si fueran un escudo contra las pesadillas que parece tener. Apenas asoma su rostro sobre ellas, y duerme hecha un ovillo, pero los rayos que se cuelan entre las cortinas iluminan desde las delgadas pestañas que rozan sus pómulos hasta su enjambre de pecas.
«Me gustan tus pecas, Salmeé».
Parece que un artista salpicó temperas de colores sobre un lienzo.
La miro un poco más, hasta que suena su despertador y cierro los ojos para fingir que estoy dormido.
