—Me encantan esos pantalones —susurra Hilda inclinada hacia mi oreja para que Elián no la oiga.
—Te encanta la forma en que le quedan los pantalones —corrijo.
Junto las tazas vacías y los platos con restos de la famosa torta de chocolate y merengue que hacemos en el local. Una pareja la pidió para celebrar su aniversario. 21 años juntos. Es la cantidad de años que llevo respirando. No es que me vea incapaz de estar tanto tiempo con una persona, pero no creo que alguien quiera gastar todos esos años a mi lado.
—No veo la diferencia. —Se encoje de hombros mientras hago equilibrio para mantener la vajilla apilada sobre la bandeja que sostengo contra el estómago—. Por favor, Pecas... —Resopla haciendo volar su flequillo—. Debes admitir que ese paisaje es digno de una postal.—¿Postal? ¿Acaso estás considerando irte de vacaciones, Hilda Thomas? Y no me digas que quieres ir de visita a las colinas del sur —aclaro ante el brillo sinvergüenza que presentan sus ojos—. En serio, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste una semana libre?
—Hace como cincuenta años.
Reprimo una sonrisa y me corro para dar lugar a una ansiosa embarazada que va a ver los dulces que exponemos en la vidriera bajo el mostrador. Gracias a los antojos hacemos dinero fácil en Hilda's.
—¿No crees que es buen momento para tomarte un merecido descanso?
Es una mujer que trabajó su vida entera para crear su negocio. Luchó por su sueño por demasiado tiempo e incluso de los sueños hechos realidad hay que tener un descanso. El primer día que comencé a trabajar aquí, dijo que todos nacemos con un lugar deparado en el mundo, pero no siempre es el que queremos ocupar. Hilda creó su propio lugar, pero puede dejarlo por unos días para ver otro.
—¡Pero si yo vivo de vacaciones! Cuando para vivir haces lo que te apasiona, no se siente como un trabajo, sino como las más largas vacaciones de la historia, aunque en todas vacaciones hay inconvenientes.
—¿Alguien dijo vacaciones? —Se entromete Elián al asomar la cabeza por el umbral de la cocina mientras dejo los trastos en el fregadero.—Tú comenzaste a trabajar hace una semana —señala la anciana, y hace una seña para que se incline. Una vez que está a su altura, le da unas palmaditas en las mejillas—. Nada de vacaciones para ti, galán.
—¿No hay alguna manera de que me gane un fin de semana libre? —Le sigue el juego.
Abro el grifo y me enfundo en los guantes de hule, contenta de ver que Hilda compró detergente de limón. Estuvo obsesionada por semanas con el que huele a frutilla porque según ella es afrodisíaco y atrae buenos viudos.—Creo que sí la hay —digo—, pero implica la cama de Hilda, así que no creo que sea de tu agrado.
La mirada de mi compañero carga emoción cuando me sumo a la conversación. Ya estaba acostumbrado a que evite dirigirle la palabra.—Curiosamente, hoy me empezaron a gustar mayores —asegura.
Toma a la mujer por la cintura y la hace girar. Hilda ríe y me sorprende no oír sus huesos crujir cuando Elián la saca a bailar por la cocina, simulando que es una pista de baile y demostrando que hay cosas que no se oxidan con el tiempo.
«La única oxidada eres tú», acota la maliciosa Mary. «¿Quién fue la última persona te sacó a bailar?».
Iván, fue Iván.
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Lo que callo para no herirte
Short Story¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?