Se inclina para depositar un capuchino frente a una mujer y esta le da las gracias. Le sonríe de vuelta y los extremos de los labios de la señora llegan a sus ojos. Luego se gira para dejar un plato de waffles sonrientes frente a la niña que acompaña a la clienta. Le dice algo que la hace reír.
«Deberías advertirle a esa madre que mantenga a su hija fuera del alcance de ese hombre. Dile que no es lo que aparenta. No es más que un monstruo luciendo un disfraz bien confeccionado. Adviértele, ahórrale el dolor y las noches de insomnio. No quieres que termine como tú, ¿verdad?». Mary ama hablar. No se cansa.
Elián llega a la barra. Su sonrisa se atenúa de forma inteligente al saber que funciona con los clientes pero no conmigo.
—Aún no me acostumbro —confiesa.
—¿A qué?
—A usar delantal.
Ambos bajamos la vista hacia el material negro que envuelve su torso y se ajusta a su figura. Tomo la bandeja cargada de galletas de coco y café irlandés antes de rodear el mostrador.—No te queda tan mal —digo sin pensar.
Me marcho y entrego el pedido. En el camino de regreso se encuentra conmigo en la trayectoria a atender a una pareja que acaba de acomodarse en una cabina.
—A ti tampoco, Salmeé.
Me mira por un segundo. No hay galantería en sus palabras. Es solo un cumplido.
Casi le sonrío.
Casi, porque Mary vuelve a hablar.
Estoy considerando conseguir cinta adhesiva mental para su bocota.
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Lo que callo para no herirte
Kurzgeschichten¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?