44. Salmeé

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 —¿Cómo supiste quién era él? —pregunto con la garganta seca

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 —¿Cómo supiste quién era él? —pregunto con la garganta seca.

Aunque Iván le hubiera contado, Hilda jamás le hubiera permitido subir a mi cuarto. Ni siquiera le hubiera creído del todo. Tiene que haber visto u oído algo lo suficientemente convincente para que deposite tanta confianza en un desconocido.

Tres minutos y treinta y un segundos.

Ese era el tiempo que nos habíamos abrazado en silencio, aferrado el uno al otro hasta que ella interrumpió. Ahora, de pie en las escaleras y manteniendo la puerta de mi habitación cerrada a mis espaldas, miro a la mujer de forma conmocionada y agradecida.

—Habrá tiempo para responder a eso después —asegura en voz baja. Sus ojos invernales me observan con dulzura—. Elián se quedará en el sofá de mi casa esta noche, así tú e Iván podrán hablar.

Recuerdo a mi compañero esperando en el local e Hilda ve la manera en que un creciente pánico se adueña de mi mirada. Estira su mano y coloca un mechón de cabello tras mi oreja, sonriendo con suavidad.

—Está bien. Él no sabe que se trata de Iván, podrás decírselo mañana. —Suena serena—. Ahora hazle un favor a ese corazón tuyo y entra ahí otra vez, Pecas.

Está por marcharse, pero tiro de su mano y mis brazos están alrededor de sus hombros sin siquiera pensarlo dos veces.

—Gracias. —Cierro los ojos e inhalo, pero el oxígeno ya no es suficiente—. No sabes... No tienes idea de lo que significa para mí.

—La tengo, Mary. —Vuelve a llamarme por mi verdadero nombre en lugar de Salmeé—. Puedo verlo en tus ojos. También lo vi en los suyos.

Se marcha para dejarme enfrentar una puerta tras la cual aguarda la persona que, hace unos cuantos meses, era la más importante en el mundo para mí.

«Aún lo es», añade Mary.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora