21. Salmeé

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 —Vamos, muévete —pido enterrando la pala en la nieve e intentando levantarla

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 —Vamos, muévete —pido enterrando la pala en la nieve e intentando levantarla.

La entrada de Hilda's está cubierta y al salir me hundí más de diez centímetros en el manto blanco que cubre los coches estacionados de Viltore City. La mayoría de los clientes matutinos son ancianos, y si el primero tuvo problemas para acceder al local, los otros también lo tendrán.

Miro la calle frustrada. La barredora de nieve operada por la municipalidad dejó el asfalto visible, por lo que es fácil caminar por una orilla de la calle, sobre todo en una ciudad donde jamás hay tránsito y los habitantes no son más de cinco mil. Sin embargo, las veredas corren por nuestra cuenta.

—Me estoy congelando aquí afuera. —Se queja Hilda a mis espaldas, abrazada a sí misma y dando apoyo moral porque corporal no puede—. ¿Dónde está el galán? Más le vale que venga a congelarse el trasero con nosotras y te ayude con eso.

—Lo envié al mayorista, nos estamos por quedar sin suministros de café en grano —explico entre dientes por la batalla con la pala—. Como tiene coche pensé que regresaría más rápido que yo yendo en bus.

—¿Y aún no regresó? —Chasquea la lengua con reprobación—. Debe ser una tortuga para conducir.

—Creo que necesitas un hombre para ayudarte con eso, Mary —dice alguien carente de modestia.

Echo una mirada sobre mi hombro para verlo de pie junto a la mujer, quien parece querer enterrarle el rostro en los diez centímetros de nieve.

—Declan —saludo, a lo cual sonríe y avanza para tomar la pala. Sus manos cubiertas de costosos guantes de cuero se aprietan sobre las mías cubiertas de lana—. ¿Tú eres hombre?

—Uno bastante fuerte —asegura con una risa—. Hago pesas tres de los siete días de la semana y mi personal trainer dice que que mi masa muscular va en aumento.

Aunque no pretenda alardear, todo lo que sale de sus labios va acompañado con una pequeña dosis de soberbia.

—Tu personal trainer tiene uno de tus billetes de cien dólares metido en el ojo —acota Hilda—. Te dirá todas las mentiras que quieras con tal de seguir cobrando.

El chico la ignora y me mira a los ojos, lo cual es incómodo porque mis manos siguen atrapadas bajo las suyas. Se siente muy íntimo.

—Entonces... ¿Vas a ayudarme o te me quedarás viendo? —pregunto.

—Te ayudo solo si aceptas salir conmigo.

No me gusta Declan en ningún aspecto, no me atrae su personalidad y detesto la forma en que mira a aquellos que tienen menos que él, pero a pesar de que ya lo rechacé más de una vez, volver a hacerlo me hace sentir ligeramente mal. ¿Por qué insiste en hacer las cosas tan difíciles? ¿Qué parte de «No estoy abierta a las citas y a las relaciones de carácter amoroso, sean casuales o no, de momento» no entiende?

«¿De momento? Yo diría de por vida. Sigues esperando a Iván; tu mejor amigo, tu primer amor. ¿Y sabes qué es lo más gracioso y triste? Aunque regresara, jamás conseguirías que te mire como quieres que lo haga. En primer lugar porque no le gustas, en segundo porque no reccuerda una mierda de ti. Agradécele a Elián Berrycloth por eso». Como si el día no fuera malo de por sí, Mary aparece.

—Los caballeros no extorsionan ni piden nada cambio por ayudar —añade un voz familiar, y Elián aparece cargando dos cajas bajo el brazo—. Yo puedo encargarme de esto, tú puedes irte —dice a Declan con tono gentil, pero no por eso agradable.

En los ojos del moreno destella alguna clase de advertencia, pero se mantiene a una distancia prudente, sin acercarse para enfrentarse al muchacho o emitir otra palabra para discutir. Tiene autocontrol, uno del que carecía tiempo atrás.

Declan libera mis manos y mira por última vez a Elián antes de dar media vuelta y entrar al local como si su ego no hubiera sido herido.

—Te aumentaría el sueldo solo por eso, galán. —Hilda no oculta su sonrisa y palmea al joven en el brazo.

—¿Lo harás? —indaga esperanzado el otro.

—Sí, uno o dos centavos si ayudas a Salmeé.

—En ese caso quédate con tus centavos —replica, demostrando que los caballeros no extorsionan ni piden nada cambio por ayudar.

«Puede que estés cegada por su comportamiento ejemplar, pero yo no lo estoy. Tarde o temprano volverá a ser lo que alguna vez fue, o, mejor dicho, lo que siempre fue y será, aquellos que está desesperado por ocultar».

Le contesto a Mary con seguridad:

No ocultar, sino cambiar.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora