EPÍLOGO

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Un año y un café más tarde

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Un año y un café más tarde...

 —¿Ya llegaste a lo de tu abuela en Betland, Pecas? —Hilda se acerca demasiado a la pantalla.

Puedo ver los canosos vellos de su nariz desde donde estoy.

—No, hice una parada en Owercity primero —informo antes de tomarme un segundo para sonreír a la mesera en forma de saludo. Según su delantal, se llama Kendra—. Tenía hambre.

—Hablando de eso... ¿Qué hay de almorzar? —Iván aparece tras Hilda y pone sus manos sobre los hombros de la dueña del café—. Podría comerme lo que sea.

—Cómeme a mí —pide la mujer, echándole un guiño sobre el hombro.

Me río cuando Iván aleja lentamente las manos, como si se tratara de una bomba a punto de estallar.

—Tendré pesadillas con eso. —Elián simula un escalofrío al deslizarse al lado de la anciana—. ¿Qué tal tu viaje? Nos llegaron todas las postales, incluso la de Las Vegas. No te casaste con nadie allí, ¿verdad? Porque me sentiría muy ofendido si no me hubieras invitado a la boda. Siempre quise ser una dama de honor.

—Tal vez podamos ir el fin de semana a la ciudad del pecado —reflexiona Iván metiendo las manos en los bolsillos del delantal—. Si tanto quieres asistir a una boda, puedes casarte con Hilda —le dice a su hermano—. Estaré honrado de ser tu padrino.

—Mejor no le metan ideas en la cabeza —aconsejo.

—No es un idea, es un hecho —corrige la mujer antes de tomar a Elián por la mandíbula y darle un ruidoso beso en la mejilla—. Incluso planeé la luna de miel, galán.

—¿Por qué no hacen boda doble entonces? —ofrezco achispada—. Existe la poligamia. La gente se casa con más de una persona en la actuali...

—¡Pecas! —reprochan los Berrycloth al mismo tiempos, horrorizados.

—¿Dos galanes y una abuela? —valora el dinosaurio—. Creo que mi vida sexual ha tomado un rumbo interesante.

—¿Qué vida sexual? —Se burla Elián—. De seguro tienes telarañas allá abajo. A que la última vez fue durante la Primera Guerra Mundial.

—No seas así. —Iván le da un golpe en la nuca—. Al menos di que fue en la Segunda.

—Su falta de educación me está obligando a regresar allí y patearles el trasero —advierto, a lo que entonan un «Lo sentimos, Pecas e Hilda»—. Así está mejor. Ahora voy a abastecerme de alimento y conseguir un boleto de bus hasta la casa de la abuela. Prometo hacer Skype de nuevo cuando llegue ahí.

—¡Más te vale, señorita! —replica ella—. Ya te estoy extrañando. Eras mi mejor empleada. —Los hermanos la miran con una ceja arqueada—. Estos dos no hacen más que romperme la vajilla, entre otras cosas, y hacer competencias para ver a quién le toca lavar el baño.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora