—¿Sigues despierta? —susurro en la oscuridad, desde el sofá del demonio.
No obtengo respuesta al principio, solo el crujir de su cama cuando se revuelve en el colchón. Suele dormir dándome la espalda, por lo que creo que acaba de girarse en mi dirección a pesar de que no puede verme.
—Sí, no puedo dormir.
—Yo tampoco.
El silencio pesa entre nosotros y la escucho contener la respiración.
—¿No vas a preguntarme por qué no puedo dormir? —inquiero mientras trato de distinguir su silueta bajo el edredón.
—El motivo de tu insomnio es el mismo que el mío y el de todos. No podemos dejar de obsesionarnos. —Hace una pausa para que procese las palabras, o tal vez para intentar procesar su propia oración—. La pregunta correcta sería: ¿con qué te estás obsesionando esta noche?
Sonrío en la penumbra.
Me encanta que me corrija y analice cada frase que sale de los labios ajenos o de los propios. Es observadora y tiene una perspectiva de la realidad que genera en mí la más grande de las intrigas. Me gustaría ver el mundo con sus ojos y verme a mí a través de ellos.
¿Qué pensará de compartir una charla de insomnio en medio de una gélida noche de invierno conmigo? ¿Qué estará pensando ahora mismo mientras clava la mirada en una oscuridad donde me desvanezco?
—No estoy seguro, pero tiene que ver contigo.
No le digo que estaba rememorando la escena de la cocina y la forma en que se alejó en cuanto la toqué, como también su casi sonrisa y la incapacidad humana para controlarlo todo.—¿Tú con qué te obsesionas esta noche?
Tarda en responder.
—No estoy segura, pero tiene que ver contigo.
Conciliar el sueño es misión imposible tras oírla decir eso.
Intentar dejar de sonreír también lo es.
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Lo que callo para no herirte
Short Story¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?