—Lo siento, Mare —repite—. Es que no podía dormir, así que quise hacerme un té como solías hacértelos tú, pero no tenía idea de lo complicado que sería tomar una taza de una pila de vajilla limpia.
Lo enfrento apoyándome contra la mesada de la cocina, aún con la escoba en mano tras limpiar su pequeño desastre
—Pagaré por ello —promete.—Tienes dedos de manteca. —Reprimo una sonrisa—. ¿Recuerdas cuando jugabas con el señor Patrick, lanzándolo al aire? —Asiente. Era un gato bicolor que adoptamos en un parque y luego escapó. Se le daba bien hacer trizas las cortinas—. Entonces supongo que también recuerdas cuando se te zafó de las manos y casi cae desde el balcón.
Iván ríe. El sonido es profundo y genuino, despreocupado y como una canción que nunca pasa de moda.
Echaba de menos verlo feliz, al menos por unos segundos.—El señor Patrick renunció a ser parte de mi club de fans tras eso. —Se apoya en la mesada frente a mí—. Se escondía entre tus piernas cuando me acercaba y solo podía pensar que era un felino afortunado. Lástima para él que estaba castrado.
Mi risa se le une.
—Sí, nunca fue muy fanático tuyo después de eso —concuerdo con la escoba aferrada contra mi pecho.
Sus ojos cafés adquieren un brillo nostálgico. La diversión cesa y llega la seriedad con su evaporación.
—Te extrañé muchísimo —confiesa.
Mi caja torácica se expande y mis pulmones luchan por más oxígeno del que reciben. Las palabras son tan dulces como punzantes.
—Yo también te extrañé. —Acomodo un mechón de mi cabello tras mi oreja—. En realidad, todavía te extraño. Parece que no puedo terminar de creer que estás aquí, conmigo...
—Rompiendo la vajilla de Hilda.
—Rompiendo la vajilla de Hilda —repito y asiento.
Recuerdo que Elián se mueve con la gracia de un bailarín a la hora de apilar y desapilar la vajilla sobre una bandeja mientras serpentea entre las mesas. Lo hace con una mano, cosa que a mí me costó meses lograr.
Es cuidadoso, cosa que Iván no.
—Elián —susurro antes de aclarar mi voz—. Dijiste que tenías un hermano y su nombre era Elián.
Hermanos.
De sangre.
Eso requiere mucha preparación mental para mí.Por más grande que creas que sea el mundo, al final puede terminar cabiendo en la palma de tu mano.
Un músculo palpita en la mandíbula del castaño mientras oprime los labios. No parece furioso o triste por pensar en él, más bien luce como si lo extrañara.
—Es Elián —corrige—. Mi hermano menor. —Aparta la mirada mientras una sonrisa ladeada tira de sus labios—. Apesta como ser humano, ¿sabes? Maldice mucho, trata mal a la gente, grita, es maleducado, testarudo y parece ser incapaz de mantener su trasero lejos de los problemas. —Una aflicción agridulce y divertida se asienta en su voz—. Pero no siempre fue así. Tuvimos una infancia difícil e inestable. Intenté enseñarle a ser bueno a pesar de que la gente y la vida no lo fueran con nosotros, pero supongo que no lo logré. —Se encoge de hombros—. Tomó muchas malas elecciones por su cuenta y terminó metido en cosas que no debía, y por ende yo también me involucré.
—Sé que fue él quien entró en el departamento esa noche —confieso a sabiendas de donde busca llegar.
Se tensa y frunce el ceño.
—¿Cómo podrías saber eso? Yo nunca...
—Conozco a tu hermano.
«Más de lo que crees», añade Mary.
Sus ojos, que ahora noto que son solo un poco más claros que los de Elián, brillan con una incredulidad casi tangible. Niega con la cabeza, oponiéndose a creer lo que sale de mis labios. Se pasa una mano por el cabello y se queda mirándome fijo, sin hablar.
—Y no es la misma persona que conociste —murmuro.
Es mi turno de corregirlo.
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Lo que callo para no herirte
Short Story¿Callo para no herirte o te cuento la verdad?