Capítulo VII, parte I

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Marcus llevó a Rose hasta su habitación en completo silencio. No hubo miradas, ni gestos, tan solo quedó entre ellos el cómodo y dulce bienestar que llega tras una tormenta de llanto y dolor.

Lo cierto es que estaba agotada. Tantas emociones en el día habían agotado su cuerpo y mente y, por eso, quizá solo por eso, se limitó a dejar que él la llevara hasta su cama.

¿Era correcto?

Por supuesto que no. Pero no importaba, al menos, no en aquellos momentos. El mero hecho de sentirle en torno a ella era un bálsamo, una caricia para su alma atormentada que servía para tranquilizar esas pesadillas que, hasta hacía un momento, la habían atosigado.

Cuando él se marchó, tras asegurarse de que estaba bien, Rose esbozó una sonrisa cansada y cerró los ojos. Afortunadamente, no hubo más imágenes. Ni voces. Ni llantos. Solo la oscuridad infinita del sueño.

La mañana sucedió a la noche, como cada día. Los rayos del sol atravesaron el cristal e iluminaron la habitación con fuerza. Sin embargo, Rose no despertó al momento, ni siquiera cuando la luz acarició sus párpados cerrados. Solo cuando ésta se hizo insoportable y amenazó con despertarla del todo, gruñó, se tapó la cabeza con la sábana y trató de regresar al dulce sueño que la había acompañado durante toda la madrugada. Sin embargo, no tuvo suerte y las suaves imágenes que habían anidado en su subconsciente se evaporaron con rapidez. Al menos, consiguió quedarse dormida un par de horas más.

Su anfitrión, en cambio, despertó nada más despuntar el sol en su ventana. Junto a él, envuelta en seda y suavidad, Amanda contemplaba el dosel con los ojos ligeramente entrecerrados. Cuando sintió que su marido se movía y que murmuraba un breve y somnoliento saludo, salió de sus reflexiones y se giró hacia él con una suave sonrisa.

Había dormido poco, era cierto. Tampoco es que le importara demasiado, pues, tras largas horas de reflexión, había tomado una decisión que afectaría a toda su casa. Estaba casi segura de que, en aquellos momentos, su presencia no hacía otra cosa que molestar a la recién conocida pareja. Si se marchaba, pensó, las cosas fluirían como tenían que hacerlo, pues bastaba una sola mirada para comprender que, de alguna manera, el destino había unido a su marido con aquella muchacha.

Tomó aire con suavidad, se giró hacia Marcus y esbozó una cansada y suave sonrisa.

—He decidido que partiré esta misma mañana, en cuanto tenga el equipaje preparado. Estoy segura de que no les molestará que llegue unos días antes.

Marcus parpadeó, confuso y se giró hacia ella, mientras luchaba por deshacerse de la pesadez del sueño.

—¿De qué estás hablando, Amanda?

—De la fiesta, cariño —aclaró ella exasperada y se levantó, presurosa—. Hace mucho que no veo a los Kingsale, así que me iré en cuanto tenga todo listo. Pasaré allí la semana, me pondré al día con las últimas novedades de Londres y regresaré. No me echarás en falta, querido.

—Entiendo. ¿Por qué tanta prisa? —preguntó, confuso. Después se desperezó y se levantó. Todos los preparativos que tenía pendientes eran ahora de carácter urgente, ya que no iba a dejar que su mujer se marchara así, sin más. Tenía que pensar en su seguridad y en la de los criados que ella pretendía que la acompañaran.

Al otro lado de la habitación, Amanda se encogió de hombros y se sentó frente al tocador que tenía junto a la ventana. Sobre él, se acumulaban varias cajitas de diferentes tamaños que ella acarició con suavidad, antes de decantarse por una de ellas. Cuando la abrió, sonrió y cogió un par de pendientes de zafiros que centellearon bajo el sol antes de ser cuidadosamente guardados de nuevo. Tenía que seleccionar bien las joyas que se iba a llevar, porque no podía descuidar su aspecto en un evento tan importante como aquel. Y mucho menos si tenía en cuenta que, muy posiblemente, estarían allí las debutantes de la Temporada anterior. Suspiró profundamente, abrió otra caja y escudriñó su contenido con aire crítico.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora