La comida previa a la visita de Geoffrey transcurrió en mitad de una amena charla. Tras tanto tiempo separados era inevitable que el entusiasmo y la profunda paz que les sacudía llegara a sus conversaciones: los tres hablaron de los cambios en Londres, de las anécdotas que ambas habían vivido durante su ausencia. Marcus habló poco, pero escuchó lo que decían con una media sonrisa complacida. Por su parte, poco tenía que decir, pues la guerra no era un buen tema de conversación.
Sin embargo, a pesar de la aparente paz que reinaba en la habitación, había una ligera nube llena de tensión que nadie parecía percibir: Amanda contemplaba a Marcus de reojo, con la preocupación más absoluta tiñendo sus ojos azules. Marcus, en cambio, tenía su mirada pendiente de Rose que, aparentemente, comía con tranquilidad.
También ella mentía, pues el nerviosismo latía con fuerza en su interior. ¿Cómo no iba a estar nerviosa si después de todo un año él volvía a estar a su lado? Habían pasado tantas cosas desde que se despidieron... que le parecía un milagro que aún se acordara de su nombre. Saber que él no había cambiado, porque lo había notado en su mirada, cuando regresó y la llamó entre susurros, fruto de la fiebre. Lo que desconocía y la aterraba era la desinformación que tenía acerca de sus sentimientos. Había pasado mucho tiempo, lo sabía, pero confiaba en que él recordara la belleza de los momentos que habían vivido.
Tenía que hablar con él. No lo había hecho aún porque no le parecía justo abordarle con algo así justo después de haber llegado de la guerra. Pero en algún momento tendría que hacerlo o moriría ahogada en sus propias dudas. Necesitaba saberlo, para poner fin a ese capítulo de su vida.
El brusco ruido de los platos al entrechocar devolvió a Rose a la realidad. Scott, el nuevo mayordomo, interrumpió en ese momento y abrió la puerta de un golpe. Después se oyó un chasquido, un lamento y el sordo sonido de un cuerpo al caer.
Scott se levantó de inmediato y nada más hacerlo se ruborizó de vergüenza.
—Eh... hola. Buenas tardes —saludó con toda la elegancia que pudo y se acercó a Amanda—. Milady, acaba de llegar una carta para usted.
Amanda puso los ojos en blanco y cogió la carta con delicadeza. Había contratado a Scott en un arrebato de solidaridad, al ver su precaria situación económica, pero ya empezaba a arrepentirse. Aquel muchacho desgarbado era incapaz de hacer nada a derechas, por sencillo que fuese.
Con un rápido movimiento cogió el abrecartas que le ofrecía y rasgó el papel con facilidad. Le bastó un rápido vistazo para comprobar que era de Adam. Sintió que su corazón daba un vuelco, tan intenso e imprevisto que fue incapaz de contener un suspiro. Leyó las apretadas líneas varias veces y sonrió para sí. A pesar de que no encontró en ellas la declaración de amor que esperaba, sí halló un resquicio del sentimiento que había provocado en él. Y hacerlo, aunque fuera de una manera tan nimia, despertó en ella un deseo irrefrenable de marcharse y dejarlo todo atrás, de una vez por todas: necesitaba su libertad, como Marcus necesitaba la suya.
Tomó aire brevemente, cerró la carta y contuvo una náusea de nerviosismo: el temido momento de decir la verdad había llegado.
—Marcus ¿puedes acompañarme un momento al estudio? Hay algo de lo que tenemos que hablar con la máxima urgencia —dijo débilmente y miró a su marido, mientras sus manos, temblorosas, se aferraban a la carta.
—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?
—Es un tema delicado que solo nos concierne a ambos. Rose no tiene por qué ser partícipe de nuestra conversación—musitó y guardó la carta con cuidado y mimo.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Tarihi KurguCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...